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Revelaciones cada vez más reiteradas acerca de la vida sexual del primer ministro Silvio Berlusconi, junto a una crisis económica creciente, conforman un cóctel cada vez más explosivo para Italia. En la ronda más reciente de intervenciones telefónicas que surge en los medios de comunicación italianos, se oye al primer ministro Silvio Berlusconi
ordenando mujeres jóvenes para sus fiestas -transportando presuntamente a algunas de ellas en aviones del Estado- y quejándose en 2008 de que reuniones oficiales con el presidente de Francia, Nicolas Sarkozy; la canciller alemana, Ángela Merkel, y el Papa Benedicto XVI estaban obstaculizando su vida social.
Pero, hasta ahora, las nuevas escuchas telefónicas -y estridentes titulares periodísticos que lo citan diciendo sobre sus conquistas: "Tuve a 8 de las 11"- no se han traducido en una derrota política para Berlusconi. Tampoco, todo parece indicarlo, lo ha hecho la decisión de Standard & Poors la semana pasada de reducir el índice de crédito de Italia debido a inquietudes de que el gobierno no puede manejar su economía. En una insolente respuesta, la oficina de Berlusconi responsabilizó a los medios de comunicación por una decisión que, dijo él, fue un juicio político que no se fundamentaba en los hechos.
Para un número cada vez mayor de detractores, los sórdidos detalles de fiestas, así como lo que casi es una actitud de conspiración en la cual las críticas son vistas como deslealtad, son la evidencia más reciente de que el gobierno de Berlusconi, aunque elegido democráticamente, ha retrocedido a algo de otra era: una corte real, en la cual todos, desde sus socios en la coalición hasta sus atractivas y jóvenes invitadas, sirven al placer del príncipe.