La prepotencia de la mayoría budista dificulta la convivencia en varios países asiáticos. Un artículo de Pablo Díez en Foreign Policy que muestra la otra cara del movimiento que lucha por la paz mundial.El budismo se identifica normalmente con la promoción de la paz mundial. De algunos de sus preceptos, como la compasión, la apertura mental, la tolerancia, el sentido de comunidad o el rechazo al egoísmo, emergen indiscutibles recetas para evitar el derramamiento de sangre entre los pueblos. Sin embargo, varios países de mayoría budista hacen de esta filosofía un elemento distintivo y excluyente de su identidad. Esto ha llevado a muchos de sus seguidores a apartarse de las virtudes de ese sistema espiritual y a utilizarlo como arma arrojadiza en un contexto de creciente tensión religiosa. Las enseñanzas de Buda están siendo contradichas y pasadas por alto precisamente en aquellos países en los que cuentan con mayor proporción de adeptos.
Son varios los conflictos actuales en los que la identidad budista se utiliza de manera prepotente y contraria a sus postulados pacifistas. La violencia en el estado de Rakhine, al oeste de Myanmar, ha saltado a los titulares como el ejemplo más reciente. A modo de corolario de una larga tradición de incidentes, diez musulmanes fueron sacados a golpes de un autobús y asesinados por una horda de budistas a principios de junio. Se vengaban así por la muerte de un correligionario el mes pasado. El Gobierno de Myanmar, ansioso por sembrar la reconciliación en el arco de conflictos étnicos que recorre la periferia del país, declaró el 10 de junio el estado de emergencia en Rakhine. Ahora, después de una serie de enfrentamientos que han dejado tras de sí más muertos y un irrespirable clima de crispación, las autoridades esperan a que los ánimos se templen.