© Gert GermeraadPortrait of a man
Jean-Baptiste Grenouille, el protagonista de la novela de Patrick Süskind
El Perfume, tiene un don: un sentido del olfato hiperdesarrollado. Su materia prima para conocer el mundo que le rodea son los olores que éste desprende. Y también se acerca así a su mundo social. Grenouille puede llegar a conocer "la esencia" más profunda de alguien con tan sólo olisquear superficialmente el rastro que deja al pasar. Gracias a su privilegiada nariz, y a la quimioseñalización espontánea de aquellos con quienes se cruza, recibe una cantidad ingente de información acerca de sus congéneres. Sin embargo, su tragedia es que él mismo carece de un olor propio. Jean-Baptiste no tiene "voz" en este intercambio de mensajes olfativos. Es un personaje al que otros no pueden rastrear, alguien sin identidad social. Bien, hasta que logra dominar el arte de fabricar perfumes, y con él, uno de los más complejos juegos comunicativos que existen, el de la manipulación de su imagen personal.
Es claro que el caso de Jean-Baptiste Grenouille es una ficción. Sin embargo, ¿cómo es la
quimioseñalización entre humanos? ¿O es algo reservado a sus "mejores amigos", los cánidos, y a otros animales con un olfato más desarrollado? Pues bien, en el campo de la investigación social se empieza a considerar seriamente que
la comunicación humana ocurre de manera multimodal, y que más allá de los "canales estrella", la visión y la audición, otros sentidos como
el olfato, el gusto y el tacto también desempeñan su papel en la transmisión de mensajes entre personas. Una breve contribución publicada el pasado mes en
Trends in Cognitive Sciences, firmada por Gün Semin y Jasper de Groot, revisa algunas evidencias disponibles sobre la quimioseñalización en humanos.