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Nuestra alimentación diaria está rodeada por una serie de hábitos sumamente rigurosos, los cuales casi siempre - porque los aprendemos prácticamente desde el nacimiento -
realizamos "en automático", pasan desapercibidos durante buena parte de nuestra vida a diferencia de otros que, sea en la juventud o en la madurez, nos atrevemos a cuestionar e incluso a modificar drásticamente. Es cierto que algún día podemos decidir, por ejemplo, volvernos vegetarianos y romper así con la enseñanza familiar, pero incluso en este escenario conservaremos ciertas prácticas aparentemente inmutables.
Una de estas es la idea de que debemos de comer tres veces al día, algo que tomamos como verdad irrebatible pero que parece pertenecer más al orden de la convención social que de las necesidades biológicas, sobre todo porque los estudios realizados al respecto no coinciden en un criterio único o una norma generalizada y recomendable.Una investigación del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, por ejemplo, encontró que hacer una sola comida al día, de grandes proporciones, en vez de las tres acostumbradas,
puede ayudar a reducir el peso y la grasa corporal, pero incrementa la presión sanguínea. Asimismo, según un estudio en el que participaron diversos médicos del National Institute on Aging [Instituto Nacional para el Envejecimiento], esa sola comida al día también
contribuye a desarrollar resistencia a la insulina e intolerancia a la glucosa, dos de los factores de riesgo más importantes para contraer diabetes tipo 2.