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© State Farm
Tendemos a pensar que vivimos en un planeta relativamente tranquilo en que nuestra mayor preocupación en cuanto a supervivencia como especie está relacionada con lo que el mismo hombre puede hacer a su entorno.

No obstante, tuvo que ocurrir la explosión de un meteorito sobre la ciudad rusa de Cheliábinsk para que muchos se dieran cuenta de que en realidad la mayor amenaza para nuestra especie podría estar allí fuera, y que en este momento es muy poco lo que podemos hacer para protegernos de ello.

Y es que la colisión de un gran asteroide con nuestro planeta no es algo que ocurra solo en películas de ciencia ficción. El último acontecimiento importante causado por un asteroide o cometa fue el conocido como "evento de Tunguska"; una explosión aérea sobre Siberia que ocurrió el 30 de junio de 1908. La explosión derribó árboles en un área de más de 2.000 km2, pero afortunadamente la región en que estalló el bólido estaba en su mayor parte deshabitada. Sin embargo, si hubiese ocurrido sobre alguna ciudad, las consecuencias hubiesen sido terribles.

Todos los días, cientos de pequeñas rocas espaciales se queman en la atmósfera terrestre produciendo hermosos destellos llamados meteoros (conocidos también como "estrellas fugaces"). Así, cada año son muchas las toneladas de material espacial que caen en nuestro planeta, aunque la mayoría termina desintegrándose en la atmósfera y no alcanza a tocar tierra. Pero también hay rocas de mayor tamaño que sobreviven a su viaje a través de la atmósfera terrestre y se estrellan contra la superficie de la Tierra, pasando a llamarse meteoritos. Afortunadamente, los meteoritos de tamaños relativamente grandes que representan algún riesgo para la población no son tan numerosos como para impactar al planeta cada semana o cada mes.

Si bien los eventos de consecuencias catastróficas son más bien extraños, y a pesar de la erosión y los movimientos de las placas tectónicas, la Tierra exhibe cicatrices que nos demuestran que han ocurrido muchas veces, y los sucesos como el de Cheliábinsk o el evento de Vitim nos recuerdan que van a volver a ocurrir.

Dos de las cicatrices más conocidas corresponden al Cráter del Meteoro (o Cráter Barringer) y el Cráter de Chicxulub. El primero es un cráter de 1,2 km de diámetro y fue producido por un asteroide de unos 50 m de ancho hace unos 50.000 años. El segundo, es un cráter de unos 180 km y se cree que es el resultado de la colisión de un asteroide de 7-10 km, impacto que influyó en gran medida en la extinción de los dinosaurios hace unos 65 millones de años.

Se cree que aproximadamente cada 100 millones de años, la Tierra es impactada por un asteroide de 1 o más kilómetros de diámetro con consecuencias devastadoras para la vida del planeta, alterando el ecosistema a nivel global. El ejemplo más reciente de este tipo de eventos es aquel que ocurrió hace unos 65 millones de años en que desapareció cerca del 75% de las especies y que de paso acabó también con los dinosaurios.

Sin embargo, no es necesario que una roca espacial mida al menos 1 km de diámetro para que su impacto tenga consecuencias catastróficas. Se estima que hay un millón de asteroides que cruzan su órbita con la de la Tierra, de los cuales solo 9.700 han sido detectados hasta ahora. La NASA ha detectado el 95% de unos 980 asteroides cercanos a la Tierra de al menos 1km di diámetro, pero los que son muy pequeños, como el de Cheliábinsk (de unos 15 m de diámetro), son muy difíciles de encontrar y muchos escapan a la detección. Uno de 50 m, como el que produjo el Cráter del Meteoro de más de 1 km de ancho, podría llegar a entrar en nuestra atmósfera sin previo aviso, y si llegase a impactar en una gran ciudad los fallecidos seguramente se contarían por miles.

Como podemos darnos cuenta, las probabilidades juegan en nuestra contra. Pero tranquilos, que han pasado muchos, muchos años sin que un meteorito cause algún evento con consecuencias fatales, ya que la mayoría de los que no se alcanzan a consumir por completo en la atmósfera caen al mar.

Pero algún día volverá a ocurrir, y aunque hace 65 millones de años los dinosaurios no tenían un programa espacial para protegerse de dicha amenaza, nosotros sí. Y tuvo que ocurrir lo que pasó en Rusia en febrero de 2013 para que muchos se dieran cuenta por qué es necesario financiar los planes de agencias como la NASA o la ESA enfocados a evitar la colisión con un asteroide de gran tamaño, algo que seguramente tendremos que hacer tarde o temprano.