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Vamos a introducirnos en una escena cinematográfica... Un chico algo enclenque y con gafas de pasta a lo "pequeño Woody Allen", inducido por sus compañeros de banda juvenil, se arma de valor y apresuradamente se lanza sobre lo que considera un preciado botín... el recipiente de golosinas de una confitería. Lo toma y, torpemente, lo esconde bajo la ropa. Sus compañeros ya se encuentran lejos, calle arriba, cuando el pobre aprendiz de delincuente siente cómo la mano del típico policía neoyorkino le agarra de la parte trasera del cuello de su camisa. Días más tarde, nuestro protagonista se encuentra ante el juez.

-¿Vas a decirme la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, pequeño?-le pregunta con un tono, para sorpresa del chico, animado.

El pequeño se ajusta las gafas sobre la nariz y mira al señor de la toga..."No parece mala gente"- se dice- "Sonríe...está de buen humor...uuhmm..."

-Claro que sí, voy a decir la verdad...¡Yo no he robado nada!

Bueno, nuestro "presunto" ladrón no es aún un maestro en su "arte", pero sí ha demostrado ser un psicólogo excepcional.

Al menos, así se deriva de los resultados de un estudio realizado por Joseph P. Forgas y Rebekah East (2008), publicado en el Journal of Experimental Social Psychology. Pero vayamos por partes. Forgas y East se plantean una interesante cuestión para abrir su investigación: ¿Influye el estado de ánimo de la gente en su tendencia a creer o dudar de otros, y en su habilidad para detectar un engaño? ¿Influye nuestro afecto en el grado en que somos crédulos o escépticos frente a lo que nos cuentan los demás? La hipótesis de los autores es que sí. Es decir, que mientras que el estado de ánimo positivo nos hace más propensos a no dudar de los demás, las emociones negativas - como la tristeza- nos inclinarían hacia un mayor nivel de escepticismo y sospecha. El punto de partida teórico se basa en algunos estudios que vinculan estados emocionales, sesgos cognitivos y emisión de juicios.

En concreto, tres mecanismos merecen especial atención:
  • Cuando percibimos la realidad, reflexionamos sobre ella o recurrimos al recuerdo, la información que es congruente con nuestro estado de ánimo actual adquiere una mayor saliencia. De forma que, si estamos de buen humor, de manera sesgada primamos los bits positivos de información que recibimos - y en este caso daríamos mayor credibilidad al mensaje del interlocutor-, mientras que si nos encontramos malhumorados la tendencia es a seleccionar información negativa, y nuestra propensión al "in dubio pro reo" sería menor.
  • El procesamiento de la información también depende de nuestro estado anímico en otro sentido. Cuando nos hallamos en un estado de afectividad negativa la tendencia es a procesar la información que recibimos de una manera más "concienzuda", examinando los inputs de manera detallada, sistemática y centrada en los acontecimientos. Si -al contrario- estamos en un estado emocional positivo, entonces la tendencia es a juzgar más valiéndonos de heurísticos y del procesamiento "top-down", es decir, asimilando la realidad a nuestros esquemas. La aplicación que hacen los autores de estas diferencias en el procesamiento es directa: el estado de ánimo negativo nos haría más competentes en la detección de falsedades o engaños en una comunicación interpersonal.
  • Finalmente, otros sesgos como el de veracidad o el de congruencia también estarían operando. En general, tendemos a asumir que los demás son veraces en sus interlocuciones y que su comportamiento observable se corresponde con estados mentales genuinos; de hecho, si no asumieramos estas premisas, la comunicación sería imposible. Y esto hace que nuestra opción "por defecto" sea en cierto sentido la de ser crédulos y no buscar "pistas" que pudieran indicarnos que alguien nos está mintiendo. Sin embargo, cuando nos encontramos en un estado emocional negativo las probabilidades de hacer inferencias positivas, optimistas o indulgentes ante situaciones ambiguas disminuye, y en cierto sentido, nos volvemos más suspicaces sobre la conexión entre qué es lo que pasa realmente por la cabeza de nuestro interlocutor y lo que su conducta parece querer decirnos.
A partir de estas ideas Forges y East (2008) hipotetizan que los estados de ánimo negativos inducirían a pensar en términos más escépticos sobre la veracidad de un mensaje, mientras que los estados emocionales positivos tendrían una influencia contraria, es decir, harían que una persona fuera más favorable dar por cierto lo que dice su interlocutor. Pero aún más, si consideramos la forma característica en la que se procesa la información en los estados emocionales negativos, es esperable que estos se asocien a también a una mayor capacidad para detectar un engaño, en comparación con aquellos que se encuentran en un estado de ánimo positivo.

Tales proposiciones fueron sometidas a contraste empírico mediante un experimento de diseño 3×2 mixto en el que participaron 117 estudiantes (42 hombres y 75 mujeres) con una edad media de 21.15 años. Las dos variables independientes analizadas fueron el estado de ánimo (alegre, neutro, triste) y el mensaje recibido (sincero o falso). El estado de ánimo fue inducido en los participantes mediante la visualización de videos de 10 minutos elegidos a tal efecto. Para exponer a los participantes a un tipo de mensaje u otro se emplearon 4 grabaciones que estos visionaban seguidamente y en las que aparecían personas que se defendían - honesta o deshonestamente- de la acusación de haber cometido un hurto. Como variable dependiente se consideraron las valoraciones de los participantes sobre la inocencia o culpabilidad de los "presuntos ladrones" que aparecían en los videos. Una representación gráfica de algunos de los resultados más relevantes obtenidos puede verse en la figura adjunta.
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Los análisis estadísticos realizados, basados en el uso de ANOVA, revelaron que - tal y como habían anticipado los investigadores- el estado de ánimo afecta a los juicios sobre la credibilidad que se otorga al mensaje de otra persona. Y tal como habían sugerido, las emociones negativas aumentan el escepticismo y mejoran la habilidad para detectar el engaño, mientras que las emociones positivas nos inducen con mayor probabilidad a dar por bueno lo que dice un interlocutor que puede estar sin embargo mintiendo.

Como concluyen los autores, este hallazgo es de particular importancia en ciertos contextos, como los judiciales, o en el ámbito de las investigaciones policiales, así como allí donde la psicología jurídica tiene cabida. Pero, sin duda, se trata de unos resultados que se extienden más allá de estos ámbitos, pues afectan a algo consustancial a nuestra vida social diaria: las emociones, la comunicación y la credibilidad que damos a lo que nos cuentan las personas con que interactuamos.

Bien, volvamos a nuestra escena del comienzo... con un final alternativo.

-¡¿Vas a decirme la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad?! -pregunta el juez con un tono que dejaba claro que esa mañana el desayuno no había sido de su agrado.

El chico se ajusta las gafas sobre la nariz y mira al señor de la toga..."No parece contento"- se dice- "Tiene el ceño fruncido y los labios apretados...uuhmm..."

-Perdone -titubea ante el juez- antes de 'confesar' mi versión de los hechos, ¿puedo contarle un chiste?
Referencia:
Forgas, J., & East, R. (2008). On being happy and gullible: Mood effects on skepticism and the detection of deception Journal of Experimental Social Psychology, 44 (5), 1362-1367 DOI: 10.1016/j.jesp.2008.04.010