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Maldito estrés. Acelera el ritmo cardíaco y acelera la respiración, y nos hace sudar. De hecho, existen muchísimas evidencias, estudios y datos que confirman que el estrés es un enemigo público de la salud: nos pone enfermos, nos deprime, podría acortar la vida...

¿Existe algún modo de darle la vuelta a esta visión tan negativa del estrés?, ¿existe algo bueno en él?, ¿podríamos cambiar nuestra opinión respecto a él?, ¿podríamos sacarle algún tipo de provecho? Pues sí, podría ser, al menos según nuevos estudios que sugieren que el estrés podría ser malo sólo si creemos que lo es. O sea, que el estrés nos afectaría negativamente tan sólo si pensamos que lo va a hacer. Un poco como nos comentaba nuestra compañera el año pasado en el artículo Sonrisas para combatir el estrés. Un poco de aplicar el "como si", y tratarlo como si fuera algo bueno. Tratemos de explicarlo mejor: la manera en la que pensamos y actuamos sobre el estrés puede transformar nuestra experiencia con el mismo.



La psicóloga de la salud Kelly McGonigal (como ella misma se define) presentó datos de estos novedosos trabajos sobre el estrés en una conferencia reciente para TED, una plataforma destinada a conferencias que desde 1987 se encarga de divulgar la ciencia y expandir nuevas ideas en todo el mundo. En la charla, McGonigal nos insta a ver el estrés como algo positivo, y nos presenta un mecanismo para reducirlo hasta ahora desconocido: tender la mano a los demás.

"Hemos hecho del estrés un enemigo". Ésta es una de las frases con las que inicia su conferencia. Como ya he comentado, son bien conocidos los efectos perjudiciales del estrés, desde un simple resfriado común hasta serios problemas cardiovasculares. No obstante, McGonigal comenzó a cambiar su idea después de un estudio en Estados Unidos a 30.000 personas durante 8 años. A todos ellos se les hizo una primera pregunta: ¿a cuánto estrés te has visto sometido este último año? Posteriormente se les preguntó si creían que el estrés perjudicaba de algún modo su salud.

Los datos fueron reveladores: aquellos que indicaron haber tenido altos niveles de estrés mostraron un riesgo incrementado de morir en un 43%. Y ahí el dato más revelador, según la científica: estos datos sólo son válidos para aquellas personas que creían que el estrés era malo para la salud. Es decir, aquellas personas que indicaron haber sufrido estrés pero no creían que era malo para la salud no mostraron un mayor riesgo de morir.

A partir de ahí, McGonigal se comenzó a preguntar si existía la posibilidad de estar más sanos y cambiar la respuesta de nuestro cuerpo al estrés si cambiamos la manera que tenemos de pensar acerca del mismo. Según ella, la ciencia dice que sí, y se ha llegado a estas conclusiones a través de lo que han llamado la prueba del estrés social. En ella, se somete a varias personas a un nivel de estrés elevado. En estas situaciones, se acelera la respiración, el ritmo cardíaco, se suda más... Y normalmente asociamos estas reacciones a la ansiedad o a que no estamos gestionando de forma correcta la presión.

¿Pero qué pasaría si en lugar de verlo así lo viéramos como si nuestro cuerpo se está llenando de energía y sencillamente nos estamos preparando para afrontar un reto? Eso es lo que se dijo a los participantes de un estudio realizado en la Universidad de Harvard. Antes de someterlos a estrés, se les enseño a considerar su respuesta al estrés como algo útil: la aceleración del latido del corazón os prepara para la acción, y respirar más rápido aporta más oxígeno al cerebro, de modo que no pasa nada. Los resultados mostraron a unos participantes menos ansiosos y más seguros de ellos mismos.

Aunque para McGonigal, el hallazgo más fascinante fue cómo cambiaba la respuesta física (más allá de la psicológica) al estrés. Los participantes no mostraron ningún cambio en los vasos sanguíneos. Es más, estaban relajados. En una respuesta normal al estrés, estos se contraen y, si el estado de estrés se cronifica, puede acarrear hasta problemas cardiovasculares. Es decir, el corazón latía más rápido pero sin afectación de los vasos, como cuando ocurre cuando nos llenamos de coraje y energía al hacer una cosa que queremos mucho.

McGonigal ya no dice a sus pacientes que el estrés en sí es malo. Ahora les pide que "sean mejores en los momentos de estrés", que recuerden que, en momentos bajo presión, el cuerpo sencillamente se adapta para ayudar a enfrentar el reto. Si se piensa de forma sincera, el cuerpo responde, y la respuesta al estrés será mucho más saludable.

¿Puede hacernos sociables el estrés?

Según la experta, para hablar de este desconocido aspecto del estrés es imperativo hablar de la hormona oxitocina, encargada de afinar los aspectos sociales en nuestro cerebro. Ayuda a fortalecer nuestras relaciones más próximas al hacernos desear el contacto físico, mejorar la empatía y a querer apoyar a nuestros seres más queridos.

Pero la oxitocina es también una hormona que se libera como parte de la respuesta al estrés. Cuando esto ocurre, nos motiva a buscar ayuda, a hablar con otros de cómo nos sentimos en lugar de reprimirlo. ¿Cómo puede esto influir en hacer más saludable el estrés? La oxitocina actúa en todo el organismo protegiendo nuestro sistema cardiovascular de los efectos del estrés. De hecho, McGonigal lo define como un "antiinflamatorio natural". Además, el corazón tiene receptores para esta hormona, y ayuda a las células cardíacas a regenerarse y curarse del daño causado por el estrés.

El caso es que todos estos beneficios sobre el corazón aumentan cuando hay contacto social que ayude en la respuesta al estrés, tanto si buscamos ayuda por su causa o la ofrecemos a alguien que está sufriéndolo. El contacto aumenta la liberación de la hormona y, por lo tanto, los beneficios sobre el corazón se multiplican. Además, nos liberamos antes del estrés.

Un estudio llevado a cabo en 3000 personas lo corroboraba. Los resultados mostraron que, sí, que aquellas personas con niveles elevados de estrés por razones económicas o problemas familiares presentaban un mayor riesgo de morir por causas relacionadas con dicho estrés. No obstante, aquellas personas con los mismos problemas pero que dedicaban gran parte de su tiempo a ayudar a otras personas o a colaborar en proyectos de solidaridad no mostraron este aumento. Según la experta, "ayudar a los otros generó resistencia".