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© Desconocido"Saber no es suficiente, debemos aplicar; querer no es suficiente, debemos hacer" (Bruce Lee)
Ayer por la tarde escuchaba la radio mientras me dirigía al trabajo. Justo casi al llegar, cuando estaba aparcando el coche, comenzó a sonar una canción que he escuchado mil veces y que quizá muchos de los lectores también conocen. La primera estrofa decía lo siguiente:
Sólo le pido a Dios
que el dolor no me sea indiferente,
que la reseca muerte no me encuentre
vacío y solo sin haber hecho lo suficiente.

("Solo le pido a Dios" de León Gieco, cantautor argentino)
La canción sigue, pero sólo escuché estos primeros versos; apagué la radio, y bajé del coche. De pronto, me encontré caminando los pocos metros que hay desde donde había dejado el coche hasta el trabajo con estas palabras una y otra vez resonando en mi mente, pensando sobre las descomunales dosis de dolor diario que inundan el mundo, sobre la suerte de tantos que nacen en medio de guerras, pobreza y marginación, heredando la triste y oscura realidad de sus padres y abuelos, víctimas inocentes de una maldad que como una neblina pestilente cubre el globo entero.

Se ve que esa tarde estaba algo más sensible que en otras ocasiones y se me humedecieron un poco los ojos recordando las cientos de imágenes que veo rutinariamente, (especialmente aquí, en SOTT) de las desquiciadas acciones militares de Israel, de las imperiales invasiones de EE.UU., de familias enteras desprotegidas y olvidadas, arrasadas por inundaciones u otras inclemencias climáticas, ... en fin, el horror diario, constante y brutal que nos sofoca sin piedad.

Pero este torbellino de emociones no fue lo más significativo de aquel momento. Casi como una mini epifanía, repentinamente, me invadió un dolor mucho mayor, una sensación de urgencia, de desesperación. Y me di cuenta de que mi mente, jugueteando con los versos de aquella canción, repetía la frase final: "...que la reseca muerte no me encuentre, vacío y solo sin haber hecho lo suficiente". "¡Dios!" - pensé - "el autor no tiene miedo de que le alcance la muerte, su temor más grande es que llegue aquel momento y nada haya hecho para traer algo de humanidad a este mundo, algo de luz". Entonces un nuevo torbellino invadió mi mente, pero esta vez las emociones, aunque fuertes, no me impidieron pensar con claridad; en cambio una serie de preguntas inquietantes empezaron a circular como disco rayado, dando vueltas una y otra vez, azotando mis pensamientos con rigor. ¿De qué se trata aquel vacío al que alude el autor? ¿Qué significa "hacer lo suficiente"?

Mi mente comenzó a navegar con piloto automático, saltando de recuerdo en recuerdo, evocando distintos momentos de mi vida. Casi de inmediato, imágenes de mi adolescencia parecieron posarse sobre mi conciencia, como un intento de respuesta a aquellas preguntas. Recordé esos días - ya bastante lejanos - en los que, consecuencia de mi educación católica, participé junto con muchos amigos de grupos que prestaban servicio para ayudar a los más necesitados: recolectas de ropa, ayuda para construir sus hogares, provisión de alimentos,... en fin, toda una serie de trabajos para mejorar el confort material de aquellos que más carencias tenían. Aquellos años pasaron y una fuerte sensación de insatisfacción permaneció inmune al paso del tiempo. ¿Cuál era el sentido o el profundo propósito de aquel trabajo?

Realmente aquellos generosos actos no parecían cambiar nada. Cierto es que mientras estábamos en acción nos sentíamos maravillosamente bien, habitaba en nosotros una sensación de grandeza, como que ocupábamos un lugar destacado en el cuadro de honor de la vida, ... pero nuestra labor, la caridad, no parecía provocar cambios permanentes, profundos. Sí es cierto que, de acuerdo a nuestra educación cristiana, nos garantizaba el beneplácito de un Dios bueno que gustaba de este tipo de actos, pero, al parecer, en el implícito "manual de instrucciones para ser un buen cristiano" de nuestra formación católica no había demasiadas precisiones sobre si era importante que la labor realmente fuera útil o beneficiosa para aquellos a quienes se quería ayudar. Y haciendo las cuentas, parecía que esta fórmula estaba mayormente pensada para provocar una agradable sensación en el "dador" antes que realmente ayudar al "recibidor". De hecho, el "recibidor" en ocasiones resultaba perjudicado... Así es, agudizando un poco los sentidos, era posible vislumbrar que aquellos actos muchas veces generaban más problemas de los que solucionaban, pues algunos malentendían aquella caridad y asumían que recibir tal ayuda era un derecho adquirido, y una vez cruzado ese umbral eran invadidos por un cierto estatismo, una actitud similar a la de los antiguos monarcas que se sentían signados por la divinidad como sujetos especiales, justos merecedores del servicio de la plebe.

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© esnokis.comLo que creemos que somos y lo que realmente somos es substancialmente diferente...
Aquellos años dejaron algunas cuestiones flotando en el aire. ¿Acaso los mayores problemas de este mundo son las carencias materiales, la desigualdad, la iniquidad en el reparto de bienes? ¿Son estas carencias materiales razón y causa del dolor y la miseria del mundo? ¿O sólo son uno de tantos síntomas de una enfermedad silenciosa y fatal que atesta a la humanidad? Es cierto que llevar alimento a una boca hambrienta puede ser un acto de gran humanidad y necesario para paliar las necesidades inmediatas de quienes sufren esta suerte, pero ¿acaso podemos creer que cuando actuamos en este sentido estamos "reparando el mundo"? Una enfermedad se cura lidiando con sus causas, con el agente patógeno, no sólo medicando para mitigar los síntomas. Eso puede ser útil solamente si, al mismo tiempo, hay conciencia de la naturaleza de la enfermedad que subyace y se está trabajando para curarla. De hecho, si me permiten seguir con esta analogía, muchas veces medicar para paliar los síntomas de una enfermedad, sin estar en conocimiento de su existencia, puede tener efectos devastadores, enmascarando la enfermedad misma y anestesiando al "paciente", evitando que los síntomas se detonen y se constituyan en una alerta temprana de un problema más serio y profundo.

Así que, aunque pongamos gran atención y dediquemos nuestro mejor esfuerzo en alimentar a un hambriento o dar abrigo a quien lo necesite, no parece muy conveniente que nos engañemos, es decir, que seamos tan ingenuos o tan vanidosos como para creer que estamos salvando al mundo. Esto es como querer tapar las grietas de una represa en mal estado: es necesario hacerlo pero al mismo tiempo es necesario comprender la naturaleza de su agrietamiento, encontrar las causas y obrar en consecuencia, porque llegará el momento en que la represa no aguante más parches y la tragedia de su desmoronamiento entrará en escena provocando caos, dolor y muerte por doquier. Realmente no parece que se trate de que uno se sienta confortable haciendo "algo" por alguien, cumpliendo con un cierto "mandato". Más bien parece que para "reparar la represa" deberíamos hacer "algo" que sea genuinamente altruista y al mismo tiempo inteligente y creativo.

Los últimos versos de la canción que resonaba una y otra vez en mi mente decían: "que la reseca muerte no me encuentre vacío y solo sin haber hecho lo suficiente". ¿Cuánto es "lo suficiente"? ¿Realmente es una cuestión de cantidad? ... No lo creo, más bien parece una cuestión de calidad, de dar verdadero servicio a otros, no de acallar ese molesto murmullo de la conciencia, no de seguir las reglas de mi religión ni de mi cultura u obrar simplemente por moralidad. El "vacío" al que hace referencia la canción parece surgir justamente de esta actitud; no de no hacer nada de nada al respecto (o peor, de provocar más dolor y miseria), el autor de la canción, claramente, no es una de estas personas, de ser así no habría escrito esas palabras, pues le importaría un bledo si ayuda o no ayuda o si se siente vacío; el autor es de los que escuchan el murmullo de su conciencia y les molesta. Muchos pertenecemos a esta categoría, pero esto no nos hace grandes, ni especiales, ni tampoco seres particularmente sensibles, esto nos hace humanos, no más, y ser humano significa que tenemos el potencial para amar, para dar verdaderamente, para participar de la naturaleza creativa del Universo y hacer un aporte concreto a este aspecto positivo de la creación. Pero potencia no es acto, hace falta una chispa para encender la mecha de esa dinamita, y lograr la chispa requiere de un esfuerzo extraordinario de nuestra parte. Dos aspectos de nuestro ser deben ser debidamente cultivados: el entendimiento de la realidad objetiva y la voluntad.

El entendimiento de la realidad objetiva incluye el auto-entendimiento, es decir el conocernos a fondo a nosotros mismos, cómo funcionamos, qué nos impulsa, qué cosas nos dominan y controlan nuestra voluntad, cuáles son nuestras debilidades,... Este auto-entendimiento nos posibilitará crecer en voluntad, y crecer en voluntad nos dará la disciplina necesaria para seguir ahondando en ese auto-entendimiento. El crecimiento de un aspecto posibilita el crecimiento del otro.

Una vez encendida la mecha empezaremos a vislumbrar que la caridad como acto mecánico no tiene valor alguno, la caridad sin entendimiento nos hace vulnerables, potencia nuestras debilidades, alimentando ciertas ilusiones sobre la realidad y sobre nosotros mismos. Creer que estamos "reparando el mundo" cuando no lo hacemos, o alimentar en nosotros un sentimiento de grandeza, de estar cumpliendo con el mandato divino o de obrar con un altruismo propio de las criaturas más nobles, es recorrer el camino inverso al entendimiento de la realidad objetiva. Y así como crecer en entendimiento nos hace más libres, decrecer en este sentido nos condena a la esclavitud.