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A mediados de los noventa el psicólogo y redactor del New York Times Daniel Goleman escribió un libro que se convirtió en un best seller y que sigue vendiendo muchas copias. El título del libro era Inteligencia Emocional y en él desarrollaba un concepto acuñado por él pero que en ningún modo se trataba de algo nuevo. La novedad que aportaba Goleman fue encajar el concepto dentro de un marco científico y desarrollarlo en toda su amplitud. Para Goleman, la inteligencia emocional tiene relación con un conjunto de habilidades basadas en la capacidad de saber reconocer los sentimientos propios y ajenos.

Este reconocimiento servirá de guía al pensamiento y a la acción de la persona. Mucha gente todavía cree que la inteligencia emocional es un pensamiento basado en emociones y en dejarse arrastrar por ellas. Consideran al pensamiento racional como algo "frío" y creen que la inteligencia emocional es - como ellos lo llaman- pensar con el corazón. Pues bien, según lo que se desprende de Goleman y otros autores, la inteligencia emocional sería precisamente lo contrario, esto es, saber gestionar de un modo adecuado las emociones en base a los dictados de la razón.


La inteligencia emocional (según Goleman) nos capacita para:
  • Reconocer emociones propias y ajenas.
  • Comprender los sentimientos de los demás.
  • Superar decepciones y frustraciones.
  • Tener empatía.
  • Capacidad de motivarnos a nosotros mismos.
  • Desenvolvernos mejor en lo social y así posibilitar un mayor desarrollo personal.
Para este autor, las personas que poseen este tipo de habilidades enmarcadas dentro del concepto inteligencia emocional se sentirán satisfechas consigo mismas. Asimismo, se mostrarán alegres y no tendrán miedo a asumir sus responsabilidades; mostrarán también un alto grado de empatía con los demás y sabrán comunicar abiertamente aquello que sienten, facilitando siempre la relación con los demás.

Las claves de la inteligencia emocional según Peter Salovey, psicólogo social y uno de los primeros que investigó acerca de este concepto son las siguientes:
  • Capacidad de reconocer las propias emociones: saber reconocer los sentimientos y emociones en el mismo momento que se presentan en nosotros. Conocernos de tal modo que sepamos apreciar hasta las mayores sutilezas de nuestra vida emocional. También, saber poner nombre a esa emoción y distinguirla de otras.
  • Capacidad de controlar las emociones: una persona con inteligencia emocional no solo sabe reconocer las emociones negativas (y positivas) que le conducen sino que también sabe desembarazarse de las que no le interesen mediante la razón. Esto no es posible sin el paso anterior.
  • Capacidad de automotivarse: nos gusta recibir una gratificación inmediata por aquello a lo que dedicamos nuestros esfuerzos o nuestra simple atención. Así, nos impacientamos y sentimos la necesidad de abandonar aquello que estamos realizando si consideramos que es aburrido o que no nos proporciona ninguna recompensa inmediata. La inteligencia emocional es la capacidad de saber encontrar motivación en aquello que estamos realizando y placer por el simple trabajo bien hecho. De este modo, la impaciencia no se convierte en estres o ansiedad y nos convertimos en personas más eficaces en todo aquello que realizan.
  • Capacidad de reconocer las emociones ajenas: esta capacidad, también llamada empatía, es en esencia el ponerse en lugar del otro. Saber cuáles son las necesidades de los demás, qué les preocupa, qué les hace sufrir o qué les alegra. Es también la habilidad de comprender las razones que mueven a su entorno a sentir lo que sienten y a comportarse del modo en que lo hacen.
  • Capacidad de controlar las relaciones: directamente relacionada con la anterior, las personas con inteligencia emocional saben ponerse en lugar del otro y por esta razón saben qué les puede gustar y qué les puede disgustar. Saben detectar aquello que pondría a la otra persona en estado de alerta y por ello saben sintonizar con las emociones ajenas. Cuando una persona es así solemos decir que tiene simpatía o que es simpática.
Es posible que al leer estas claves propuestas por Salovey detectemos que en nosotros hay un déficit de algunas o que incluso carecemos de ellas. Pues bien, podemos seguir leyendo porque hay que dejar muy claro que esto no es algo con lo que se nace y que si no se tiene no se puede adquirir. Antes al contrario, la inteligencia emocional es un conjunto de habilidades y capacidades que todos tenemos la posibilidad de desarrollar mediante un entrenamiento que nos ayudará a adquiri nuevos hábitos.

No dudemos de que ese entrenamiento tenga un buen fin y merezca la pena. La inteligencia emocional nos ayudará enormemente. Primero, en la relación con nosotros mismos: saber cómo tratarnos sin crueldad y con la dureza justa, saber qué podemos exigirnos y qué no, aprender a controlar las emociones negativas y positivas, etc. En resumen, saber controlar todo aquello que nos afecta, potenciarlo si así lo queremos y despotenciarlo cuando lo consideramos conveniente.

De este modo, podremos prevenir graves consecuencias para nuestra salud mental como son el estres, la ansiedad o la depresion. Aún así, la inteligencia emocional no solo nos fortalece en el plano de la salud psicológica sino también en el de la salud corporal (no entraremos ahora en disquisiciones acerca de cuerpo y mente): cuando sentimos miedo, por ejemplo, este viene acompañado de cambios fisiológicos como aceleración cardíaca y otros. Esta aceleración es nuestra respuesta fisiológica, atávica, a un peligro detectado. Respondemos así desde que vivíamos en las cavernas. Si nuestro corazón aumenta su velocidad porque tenemos al lado un león puede ser muy útil para bombear más sangre y no acabar siendo parte de su menú del día. El problema viene cuando el corazón se pone a correr mientras estamos sentados en la oficina, pensando si vamos a poder pagar todas las facturas del mes.

Asegura Ilios Kotsou en el libro Cuaderno de ejercicios de inteligencia emocional (Ed.Terapias Verdes, 2011) que para desarrollar una inteligencia emocional lo que tenemos que hacer es afrontar nuestras emociones. Debemos observarlas con ecuanimidad y dar cabida a todas porque si no, nos estamos incapacitando para reconocerlas, que es el primer paso para poder cambiarlas. "Aceptar tus emociones es uno de los modos de ser consciente de nuestros automatismos para crear un espacio de libertad en nuestras vidas", dice Kotsou. Esto entronca con una de las enseñanzas fundamentales del mindfulness o atención plena: no juzgar y no tratar de controlar precisamente para lograr el dominio de uno mismo.