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Son enfermedades serias, endémicas en todas las culturas civilizadas. Su ubicuidad hace que nos parezcan normales. Comemos la comida que nos provee nuestra cultura, y enfermamos. Pero claro, todos nos enfermamos. ¿Quién no conoce a alguien con diabetes, cáncer, enfermedad celíaca, artritis? Así que nadie lo cuestiona. Y hay mucho para cuestionar, desde la pirámide alimentaria de la USDA hasta el aura de justicia que la izquierda le ha atribuido a los alimentos de origen vegetal, pasando por la civilización misma. Estas son poderosas fuerzas que desde hace mucho aplastan nuestra inteligencia nativa, tanto en lo personal como en lo cultural.

Lo que nos queda son anhelos, al mismo tiempo vagos e insoportables, que hemos aprendido a combatir. "Cuando como, me siento llena" me dijo una amiga. "Pero cuando como en tu casa me siento alimentada". Créeme, lo que elogia no son mis habilidades culinarias. Es la calidad de los ingredientes: comida de verdad. Verdadera proteína y verdadera grasa de animales que, a su vez, se alimentaron con comida de verdad.

Cada célula de tu cuerpo puede producir todo el azúcar que necesite. Ello incluye a las células de tu hambriento cerebro. Los detractores de las dietas bajas en carbohidratos han construido y repetido hasta el hartazgo el mito de que nuestros cerebros necesitan y que por eso debemos comer carbohidratos. Sí, nuestros cerebros necesitan glucosa y precisamente esa es la razón por la cual nuestros cuerpos pueden producir glucosa. Lo que el cerebro necesita es un suministro muy parejo de glucosa. Demasiada o demasiada poca producen una emergencia biológica que puede resultar en coma y muerte, como te dirá cualquier diabético. Y una dieta basada en carbohidratos produce precisamente un ciclo de demasiado/demasiado poco cuya consecuencia es el deterioro de órganos y arterias. Una lista parcial de los males producidos por altos niveles de insulina incluye: enfermedad cardíaca, colesterol alto, triglicéridos altos, alta presión sanguínea, problemas de la coagulación, cáncer de colon (entre muchos otros), diabetes tipo 2, gota, apnea del sueño, obesidad, enfermedad del exceso de hierro, reflujo gastroesofágico (acidez severa), úlcera péptica, [y] síndrome del ovario poliquístico.

Te será difícil enfrentar la verdad biológica si tú, como yo, construiste toda la superestructura de tu identidad sobre un cimiento de grano. Pero los hechos son estos. Hay aminoácidos esenciales, los llamados módulos constructivos de las proteínas. Son esenciales porque los humanos no podemos producirlos; solo los obtenemos al ingerirlos. Del mismo modo, hay ácidos grasos esenciales -grasas- que, a pesar del carácter perjudicial que se les pretende atribuir, solo pueden ser ingeridos, no producidos.

¿Y los carbohidratos? No existen los carbohidratos imprescindibles. Vuelve a leer la frase anterior. Escucha a los doctores Eades: "La verdadera cantidad de carbohidratos imprescindible para la salud de los humanos es cero".

Y así como la agricultura ha desplazado a comunidades ricas en especies con sus monocultivos, su dieta ha desplazado a los alimentos ricos en nutrientes que el cuerpo humano necesita, reemplazándolos por mononutrientes de azúcar y almidón. Este desplazamiento llevó a una inmediata reducción de la estatura de los humanos que coincide con la difusión de la agricultura -la evidencia no podría ser más clara. Las razones son igualmente claras. La carne contiene proteínas y minerales, también las grasas necesarias para metabolizarlos. En cambio, los granos son básicamente carbohidratos; la proteína que contienen es de baja calidad, pues le faltan aminoácidos esenciales y viene envuelta en fibra indigerible. Los granos son, en esencia, azúcar, con opioides suficientes como para hacerlos adictivos.

Aún así, la relación entre trigo y enfermedad celíaca fue establecida recién en la década de 1950, por un médico holandés, Willem Dicke. "Lo asombroso -escribe Codain- es que la humanidad no haya sido consciente, hasta hace relativamente poco, de que un alimento tan habitual y difundido como lo son los cereales sea responsable de un mal que afecta a entre 1 y 3,5 de cada mil personas en Europa.

A mi no me parece asombroso. Creo que para la mayor parte de las personas es casi imposible tomar distancia de su cultura y cuestionar sus prácticas, en particular aquellas donde poder y tabú se superponen: sexo, religión, alimento. Comprender que los alimentos agrícolas no son los que estamos diseñados para consumir arroja una luz nueva e incómoda sobre todo el proyecto de la civilización y ¿quién quiere que ello ocurra?

Así y todo, la verdad sobre la agricultura está a la vista, al acecho entre las ruinas de nuestros cuerpos, al igual que en los esqueletos quebrantados de los bosques y en los humedales desangrados. Los paleopatólogos nos dicen que los trastornos "de la autoinumnidad no parecen haber aquejado a la humanidad antes de la adopción del modo de vida agrícola". Eso es porque los granos pueden hacer que el cuerpo se rebele contra sí mismo. La agricultura nos ha devorado del mismo modo en que se devoró al mundo.

Es posible que la mímesis molecular de las lectinas no sea el único catalizador de las enfermedades autoinmunes. Algunos investigadores están investigando el papel que pueden desempeñar virus y bacterias. Por ejemplo, la bacteria M. Paratuberculosis, que produce la enfermedad de Johne en los rumiantes, puede estar relacionada a la enfermedad de Crohn en los humanos. Puede haber múltiples causas en las enfermedades de esa clase, entre ellas la absorción masiva de sustancias extrañas que disparan una cascada de reacciones autoinmunes.

Como fuere, los epidemiólogos tienen la certeza de que la esclerosis múltiple, enfermedad autoinmune en la que el cuerpo ataca sus propios revestimientos nerviosos, está más difundida en las culturas en las que trigo y centeno son alimentos básicos. El registro arqueológico testimonia que esqueletos que exhiben signos de artritis reumatoide acompañan la difusión del trigo y el maíz en todo el mundo. 29 Es indudable que la enfermedad celíaca es producida por los cereales, y quienes la sufren son susceptibles a otras enfermedades autoinmunes. También tienen tasas de esquizofrenia treinta veces superiores a las del resto de la población. De hecho, diversos estudios demuestran que suprimir el gluten de la dieta alivia la esquizofrenia.

La profunda capacidad de hacer daño que poseen las lectinas radica en la respuesta autoinmune que disparan. La secuencia proteica de algunas lectinas es casi idéntica a la de ciertos tejidos del cuerpo humano. 26 Una vez que las lectinas pasan por las uniones estrechas averiadas y llegan al torrente sanguíneo, producen daños tremendos y trágicos en un proceso conocido como "mímesis molecular". El sistema de defensa inmunológico ataca a las proteínas que desconoce; al aprender a identificar a determinada secuencia como enemigo, pasa a atacar secuencias similares pertenecientes al cuerpo. La lectina del trigo está compuesta de secuencias de aminoácidos que se asemejan a aquellas del cartílago de nuestras articulaciones y de las vainas de mielina que recubren nuestros nervios.

Otras lectinas son casi idénticas a los mecanismos filtrantes de los riñones, a las células productoras de insulina del páncreas, a la retina y a las vellosidades intestinales. Y cuando el sistema inmunológico se activa, no vuelve a desactivarse. Las lectinas confunden al sistema inmunológico, al indicarle que algunas partes esenciales del "nosotros" son un "ellos". La respuesta defensiva que aprendió se convierte en el terrible sufrimiento de un cuerpo que se ataca a sí mismo, en enfermedades autoinmunes como "mal de Crohn...colitis ulcerosa, artritis reumatoide, espondilitis anquilosante, lupus eritematoso sistémico, soriasis, diabetes melitus tipo 1, glomerulonefritis....esclerosis múltiple y potencialmente muchas otras, desde inflamación de la tiroides hasta asma, pasando por erupciones cutáneas y alergias".28″

"Para el momento en que una comida sale del estómago e ingresa a los intestinos, cualquier proteína que hayamos ingerido debería haber sido reducida a aminoácidos. Ello impide que compuestos más grandes atraviesen las paredes intestinales y pasen al torrente sanguíneo. En ocasiones, algunos fragmentos pueden pasar sin descomponerse, pero son demasiado pequeños como para suscitar una respuesta inmunológica. Pero las lectinas son capaces de sobrevivir al estómago humano sin experimentar alteraciones, de modo que "pueden entrar al intestino en concentraciones que superan en varios órdenes de magnitud a la de otros antígenos dietarios".

Las lectinas también pueden adherirse a las paredes intestinales, dañando su permeabilidad. Esta adhesión puede producir todo tipo de alteraciones, incluyendo un acortamiento de las vellosidades, cambios en la flora intestinal y muerte celular. La combinación de altas concentraciones de lectinas con intestinos dañados lleva a que aquellas puedan atravesar estos enteras. Una vez que pasaron esa barrera defensiva, causan estragos en el cuerpo humano.

Pero ¿qué son las lectinas? Krispin Sullivan lo explica así:
Una lectina puede ser entendida como una proteína provista de una llave que abre una cerradura en particular. La cerradura en cuestión es un carbohidrato específico....si una lectina que tenga la llave justa entra en contacto con una de estas "cerraduras" (en la pared intestinal o en alguna arteria o glándula) la "abre", es decir atraviesa la membrana y daña la célula, lo que puede iniciar una cascada de eventos inmunológicos y autoinmunológicos que lleven a la muerte de la célula.
Las lectinas no se descomponen sin dar pelea: una vez ingeridas, ni el ácido clorhídrico ni las enzimas digestivas pueden destruirlas. De hecho, la "AGT (aglutinina del germen de trigo, una lectina de grano de cereal) es resistente al calor y a la descomposición intestinal proteolítica en ratas y humanos, y ha sido recuperada, entera y biológicamente activa, de heces humanas".23 Más del 60 % de las lectinas se "mantienen...intactas en lo inmunológico" en el tracto digestivo. Y por eso, el daño que pueden producir es inmenso.

Comer grano (cereales) causa tres problemas. El primero es que una dieta basada en granos incluye demasiados almidones y azúcares, que sobrecargan el intestino. Este, a su vez, los pasara sin digerir al colon. Estos azúcares crean "un verdadero festín para las bacterias", que puede resultar en que la población bacteriana normal del colon experimente un crecimiento exponencial. Esta fermentación excesiva puede hacer que el contenido del colon desborde, regresando a los intestinos. Ello causa una respuesta inflamatoria que "embota las puntas de las microvellosidades, dificulta la digestión y absorción y dispara un círculo vicioso al mandar aún más alimento incompletamente digerido al sistema". Aún más importante, las uniones estrechas resultan dañadas y permiten que sustancias como las lectinas pasen al torrente sanguíneo. Las lectinas pueden incluso adherirse a las paredes intestinales, alterando su permeabilidad y funcionamiento.

Pero ¿qué son las lectinas? Krispin Sullivan lo explica así:"
Si los métodos mecánicos fallan, nuestras tripas pueden lanzar una respuesta inmunológica altamente especializada. La respuesta inmunológica habitual en los demás lugares del cuerpo necesita de inflamación. No es ese el caso de los intestinos, y si puedes imaginar una superficie del tamaño de una cancha de tenis plegándose hasta cubrir solo un centímetro cuadrado entenderás por qué. No hay lugar para inflamaciones, en particular si esa superficie quiere seguir absorbiendo nutrientes. La inflamación debilitaría las uniones estrechas, dejándonos a merced de cualquiera de las sustancias que ingresan a nuestros cuerpos. Lo que hacen las tripas es organizar un equipo de defensa rápida. Células especializadas toman prisionero a cualquier invasor. Otras células, los linfocitos, se ponen a fabricar venenos para matar a los invasores. "No solo eso -escriben los doctores Eades- sino que, además, los linfocitos armados recordarán para siempre el rostro del invasor, de modo que si, algún otro de esa calaña llega a aparecer, la respuesta inmunológica será veloz y segura".
Las microvellosidades son pliegues aún más pequeños. Forman lo que se conoce como capa estriada, el área donde las enzimas digestivas descomponen las proteínas en los aminoácidos que las constituyen y los almidones en azúcares. Una vez que el alimento ha sido completamente descompuesto, el revestimiento intestinal deja pasar los nutrientes al torrente sanguíneo a través de las denominadas uniones estrechas. Estos son sellos especializados que se encuentran entre las células del revestimiento intestinal. Nos protegen de los diversos contaminantes y toxinas que llegan del mundo exterior tras pasar por nuestras bocas y estómagos. Las uniones estrechas son el lugar donde las sustancias provenientes del exterior son absorbidas o rechazadas.

Cualquier cosa demasiado grande, demasiado alarmante o demasiado extraña no pasa de ahí. Pero todo lo que sea sencillo y pequeño -agua, iones, aminoácidos y azúcares- es admitido. Ese es uno de los procedimientos mecánicos mediante los cuales nuestros intestinos se mantienen a salvo. Otro son las contracciones rítmicas que hacen que lo que entra a los intestinos circule por ellos. El movimiento constante evita que bacterias hostiles puedan instalarse. Y las células del revestimiento se desprenden y renuevan todo el tiempo, de modo que cualquier bacteria que se las haya ingeniado para agarrarse de nuestras tripas, es arrastrada con aquellas.

Nuestro tracto digestivo tiene un trabajo difícil; debe clasificar una vasta cantidad de materias extrañas -todo lo que tragamos- y decidir qué es nutrición y qué es peligroso. A continuación, debe descomponer aquellas que cataloga como nutrientes hasta reducirlas a los elementos más pequeños que le sea posible para así absorberlos. Es un trabajo tan intensivo que requiere que nuestros intestinos midan más de seis metros y medio de longitud. Para incrementar su capacidad de procesamiento, el intestino está plegado en revueltas compactas conocidas como vellosidades intestinales. "De hecho -explican los doctores Eades- estos pliegues están dispuestos en paquetes tan apretados que si los aplanáramos hasta dejarlos como una hoja de papel un solo centímetro de revestimiento intestinal cubriría una cancha de tenis para dobles. Una asombrosa pieza de origami"

En primer lugar, las plantas producen bloqueadores enzimáticos, que actúan como pesticida contra insectos y otros animales, nosotros, por ejemplo. Nuestro sistema digestivo emplea muchas enzimas para descomponer y absorber el alimento. Cuando ingerimos semillas -legumbres, granos y papas lo son- estas se resisten bloqueando esas enzimas. La enzima más común entre aquellas que los granos buscan neutralizar es la proteasa. Las proteasas incluyen a la enzima estomacal llamada pepsina y a la tripsina y quimotripsina producidas en el intestino delgado. Otras defensas químicas vegetales interfieren con la amilasa, enzima que digiere el almidón; se llaman inhibidores de la amilasa.

Legumbres, granos y papas también usan lectinas, proteínas que desempeñan una amplia variedad de funciones en plantas y animales, si bien el papel preciso de muchas de ellas aún nos es desconocido. Para entender el daño que estas substancias le infligen al cuerpo humano, veamos primero los elementos básicos de la digestión humana."

Decidí que nuestros ancestros se alimentaban de granos y de diversas cosas con hojas, vaya uno a saber cuáles. No tomaba en cuenta que los granos ni siquiera existían durante la mayor parte del tiempo que llevamos en el planeta. Ni que solo habrían estado disponibles durante un mes al año. Ni que las tecnologías necesarias para hacerlos comestibles se inventaron con el nacimiento de la agricultura. El grano debe ser molido, remojado y, sobre todo, cocido. No se puede comer trigo crudo. Si no me crees, haz la prueba, pero no te lo recomiendo: te produciría gastroenteritis. Ello se aplica a granos, legumbres y papas. Contienen toxinas -que educadamente llamamos "antinutrientes"- para que los animales (nosotros) no los coman. Que las plantas no griten ni corran no significa que quieran ser comidas. Y que carezcan de dientes y garras no significa que no sepan defenderse. El calor las vuelve comestibles al desactivar algunos de los antinutrientes. Moler, remojar, enjuagar y hacer brotar también sirven. Pero es importante comprender las medidas que toman las plantas para protegerse -ellas y su preciada descendencia, su futuro biológico- y qué consecuencias ha tenido para nosotros nuestra insistencia en comerlas.

El primer mito de los vegetarianos nutricionales -que no estamos hechos para comer carne- es otro cuento de hadas lleno de manzanas incomibles. Trato de recordar que creía yo cuando era vegana. En una mítica edad de oro, hace mucho, cuando vivíamos en armonía con el mundo....comíamos...¿qué? Las pinturas prehistóricas de escenas de caza me dejaban confundida y a la defensiva. De todas maneras, no estaba muy segura de la cronología. Quizás todas esas cacerías habían tenido lugar antes de la pacífica cultura vegetariana de la Diosa. ¿O tal vez ocurrieron después de la pacífica cultura.....?

La agricultura -sus alimentos, sus civilizaciones- es el fin del mundo. No hay paz en la guerra que la agricultura necesita, no hay justicia en la esclavitud que requiere, no hay vida en las rocas peladas y saladas que deja a su paso. Y no hay otro lugar donde ir. Estas son nuestras opciones, tan desnudas como esa roca muerta: aceptar nuestro lugar como animales, un lugar humilde y salvaje o imponernos, nosotros y nuestro alimento, a nuestro hogar viviente de tierra y mar y cielo hasta matar el planeta.

Pero antes, la última cita del capítulo 3, Vegetarianos políticos:

Desde el comienzo, "la agricultura se expandió mediante el genocidio". Cuando los agricultores LBK (linearbandkeramik, por su alfarería decorada) migraron de su Turquía meridional original a Europa, los cazadores-recolectores cromañon ya vivían ahí. El registro arqueológico no conserva testimonio alguno de comercio entre estos pueblos, ningún intercambio de bienes. Con una única excepción: puntas de lanza. Dice Richard Manning: "Y no hay motivo para suponer que fueron intercambiadas de forma pacífica". La civilización sigue la misma pauta en todas partes. La única pregunta es ¿quién será desarraigado y reducido a la miseria? Esa es la pregunta que los vegetarianos políticos deben enfrentar y responder.

Como ni en Japón ni en Gran Bretaña hay hambrunas masivas y como en las tiendas de esos países se consigue cualquier alimento, nadie se da cuenta de que, como comunidad, han excedido la capacidad de su territorio, su biorregión, su país. Nadie necesita saberlo. Como la comida no se cultiva donde vivimos -¿qué podría crecer entre cemento y automóviles?- no vemos el costo: las zonas muertas, los fumareles desesperados. Cuando contemplamos los estados centrales de los Estados Unidos desde el aire, no tenemos grabada a fuego en nuestras retinas la imagen de la pradera viviente que fueron alguna vez. Ni siquiera nuestro acervo mítico tiene referencia alguna a lo que nos devoramos: continentes enteros que alguna vez fueron hogar de otras criaturas convertidos en huesos pelados por los monocultivos. Y como no producimos nuestro propio alimento, no tenemos ni idea de que somos tantos solo porque disponemos de combustible fósil barato.

Veamos el caso de Japón. Según Catton, 2/3 de la población de Japón morirían de hambre si el país no recurriera a pesquerías de todo el mundo ni comerciase con naciones exportadoras de bienes agrícolas. De modo parecido, más de la mitad del alimento que consume Gran Bretaña proviene de fuera de sus fronteras: 6,5% sale del mar, 48% de otros países. Está claro que en esos países hay más personas de las que el territorio puede sustentar. Viven de lo que se denomina "hectáreas fantasma". Este es un concepto desarrollado por Georg Borstrom en su libro The Hungry Planet. Las granjas, pasturas y bosques de un país son sus "hectáreas visibles". Las "hectáreas fantasmas" son sus fuente de alimento ubicadas más allá de sus fronteras. Una vez que la capacidad de carga de un país se completa, su población solo puede alimentarse de mediante importaciones provenientes de hectáreas fantasma. Esa es la situación de la mayor parte de los países: dependen de unas pocas naciones exportadoras de granos.

El gigantesco éxodo que transformó a las poblaciones rurales productoras de alimentos en poblaciones urbanas consumidoras de alimentos y productoras de bienes industrializados ha resultado en un profundo nivel de ignorancia respecto al origen de lo que comemos, de qué necesita para desarrollarse y de qué costo tiene en términos de base territorial. Esta ignorancia significa que, aunque el planeta se está muriendo, ninguna cultura, ninguna biorregión, ningún individuo, tiene una base desde la que hacer un juicio racional acerca del impacto de cualquiera de ellos sobre la salud planetaria."

En torno al 1800 a.C. comenzó una nueva fase en la historia ecológica de la humanidad. La capacidad de carga aumentó de manera tremenda (aunque temporal) mediante el empleo de un método bien distinto: la toma dio paso a la extracción. Una aceleración conspicua y sin precedentes de la población humana se desencadenó cuando Homo sapiens pasó de la vida agraria a la vida industrial.

Maquinarias alimentadas a carbón permitieron el riego a gran escala, aumentaron la producción agrícola y transportaron alimentos. El carbón dio paso al petróleo y al gas y la era del caballo terminó. La superficie de tierra laborable que hasta entonces se reservaba a los animales de trabajo (entre un cuarto y un tercio del total disponible) pudo destinarse a criar humanos. Y finalmente, el proceso Haber-Bosch estalló sobre el mundo.

Los castores se mudan, y, a lo largo de los siglos, el ciclo de humedales que devienen prados y bosques y de ahí regresan al castor, se repite. Pero los organismos fermentativos de una cuba de vino no tienen dónde ir. Se parece al caso de los célebres ciervos de la isla San Mateo: sin depredadores, una población original de veintinueve individuos creció hasta llegar a seis mil, para después terminar en apenas cuarenta y nueve individuos y un hábitat degradado de manera permanente. Al igual que los ciervos, los humanos encontraron primero, ocuparon después, nuevos territorios -todos los continentes menos la Antártida- libres en su mayoría de las pequeñas criaturas hambrientas que se alojan en los tejidos humanos en los trópicos. Lo que Catton llama "método de la toma" en la expansión humana ha llegado a su fin; ya no hay continentes que tomar.

En cambio, los humanos hemos recurrido al método de la extracción, incrementando nuestro número no en base a nuevos territorios, sino al usufructo de recursos no renovables.

Catton señala que "algo parecido ocurre en un estanque, cuando sus habitantes vegetales y animales lo llenan con residuos orgánicos al punto de transformarlo en un prado donde las criaturas acuáticas ya no pueden vivir". Este es un proceso natural conocido como "sucesión". "Los organismos que usan su hábitat inevitablemente reducen la capacidad de este de sustentarlos, debido a lo que le hacen naturalmente en el proceso mismo de vivir. Al hacer que ese hábitat se vuelva menos adecuado para ellos, ocurre a veces que los organismos lo vuelven más adecuado para otras especies, sus sucesores".

Y más....."En lugar de mantenernos dentro de una red compleja de relaciones, destruimos esas relaciones, apoderándonos de la tierra y de la luz del sol.

Existen otras especies que modifican su medios de manera espectacular. Los castores, por ejemplo, talan a dentelladas hectáreas de bosque ribereño y represan ríos enteros. La diferencia es que los castores y sus habilidades ingenieriles crean humedales, los hábitats más diversificados del planeta, mientras que las tecnologías humanas han creado desiertos y zonas muertas.

Lo cierto es que cualquier especie que logra burlar sus controles naturales excederá la capacidad de su medio ambiente. En ese sentido, somos como las bacterias de un barril de vino. Al no haber nada que las detenga, estas se reproducen a una tasa exponencial hasta que se comen todo el alimento disponible. Entonces mueren, envenenadas por sus propios productos de deshecho." de la página 137 del libro, continuará.....

Sigamos.......: "Dice Catton:
Cada aumento de la capacidad de carga... consistió en esencia en desviar alguna fracción de la capacidad de sustentar vida que tiene la tierra, quitándosela a otros seres vivientes para usufructuarla nosotros. Nuestros ancestros pre-sapiens, con sus simples herramientas de piedra y el fuego, se apoderaron de y aprovecharon materiales orgánicos que de otro modo habrían sido consumidos por insectos, carnívoros o bacterias. Hace unos 10000 años, nuestros primeros antepasados agricultores comenzaron a adueñarse de tierras en las que sembrar cultivos para consumo humano. De no haber sido por ello, tales tierras habrían sustentado árboles, arbustos o hierbas silvestres, así como todos los animales de ellos dependientes: también humanos, pero no tantos. A medida que las generaciones, cada una más numerosa que la anterior, se fueron sucediendo, Homo sapiens se apoderó de más y más superficie terrestre, siempre a expensas de los otros habitantes.
Continua a la cita anterior (20/9): "Nótese que el cerebro humano está compuesto de grasa en más de un 60 %. Usamos nuestros cerebros para producir más cerebros, lo que a su vez nos permitió desplazar a especies en todo el mundo. Nuestra capacidad de hacer fuegos, refugios, vestimentas, nos permitió dejar atrás los trópicos, nuestro hogar original, y con ellos a una gran cantidad de nuestros depredadores microscópicos.

Al hacerlo, desplazamos a otras especies. "Las tribus humanas -explica Stewart Udall- se apoderaron y utilizaron porciones de la biosfera que, de no haber sido por ello, habrían sustentado otras formas de vida".

La agricultura es un nivel completamente distinto. En lugar de ocupar un nicho en un ecosistema, los humanos ocuparon ecosistemas completos, convirtiendo comunidades bióticas en monocultivos."

Los primates arborícolas desarrollaron pulgares oponibles para agarrarse de las ramas. Bajaron a tierra y conservaron el pulgar. Y tenían cerebros apenas lo suficientemente grandes como para utilizar la herramienta prototípica: una piedra. Algunos investigadores creen que nos volvimos humanos a fuerza de usar los sesos propios y aquellos de las presas o carroña que comíamos. En el caso de las presas, otros animales no pueden acceder al cerebro. La piedra aquella nos sirvió para romper cráneos y acceder a sus contenidos ricos en nutrientes."La capacidad de usar las manos permitió a los primeros humanos y a los ancestros prehumanos obtener grasas esenciales que se encuentran en altas concentraciones en los sesos de otros animales, por lo general inaccesibles para los otros carnívoros debido a la dureza de los huesos craneanos".