El término psicopatía significa trastorno mental. Hoy padecemos desgraciadamente una psicopatía social. La historia es ejemplo de la lucha mantenida por los hombres, a fin de disfrutar de esta tierra con tranquilidad y justicia. Ha prevale­cido el tiempo de guerra al tiempo de paz, los odios al amor. Hemos convertido nuestra historia en algo realmente dramático.

El hombre no ha nacido para vivir en soledad, sino para vivir en sociedad. Ha nacido para mirar hacía abajo y también hacia arri­ba. Para conocer lo que muere y lo que siempre es. Por desgracia las guerras y revoluciones se han en­sañado en el cuerpo social y han obligado al hombre a buscar meca­nismos que regulen e impidan ese trepidar humano. Debemos enten­der que no es bueno ni saludable vivir encerrados en la caverna del odio y de la frustración. Alguna vez habremos de salir de ella y mirar con cariño aquello que puede tem­plar nuestra existencia. Hay que aceptar un código de convivencia, una forma nueva de vivir en so­ciedad y alejar esas aguas turbu­lentas que hacen peligrar nuestras vidas. Nos dice Platón en el Mito de Protágoras que el Dios Prome­teo, después de modelar las cosas, encontró al hombre desnudo, des­calzo, sin lecho e inerme. Robó a los Dioses la sabiduría, la técnica y la justicia, a fin de que en las ciu­dades hubiese armonía y lazos de amistad. Y así vistió al hombre, ha­ciéndole partícipe de los divino. Las aguas de la historia, más turbu­lentas que pacíficas, no han hecho honor al hombre. Más que amantes de la paz, de la justicia, del respeto y de las leyes, nos hemos conver­tido en psicópatas violentos que intentan desde la frustración elimi­nar los códigos morales que asegu­ran nuestra convivencia. Volvemos de nuevo a la caverna.

Hemos perdido el norte, ben­decido y alabado por la libertad de expresión, talismán que todo lo permite y justifica. No existe nada sagrado e intocable, ni Dios ni el César. Importa más el poder que la democracia, la ideología que la verdad. Exigimos al Gobierno una moral, que jamás practicamos; pre­ferimos una política de trinchera y barricada a una política de cordura y diálogo. Estamos pisando la línea roja. El inconformismo de algunos, que es respetable, ha saltado la va­lla de la cordura. Piden la dimisión del Gobierno legítimo, amenazan con un "golpe de estado", vigilan a los políticos, amenazan con to­mar el Parlamento, y no respetan las leyes ni la paz social. Su com­portamiento es un sonoro bofetón a la democracia, un plante en toda regla, un orgasmo revolucionario. Son actitudes propias de psicópa­tas sociales.

Como en las tragedias griegas se clama contra el César y su cor­te, a quienes culpamos de todo lo habido y por haber. Hemos forjado una moral de oposición e incluso se aventura un gobierno del pue­blo, como si el actual fuera de otro planeta. Recuerdo aquella frase de Largo Caballero el 12 de ene­ro de 1936 en el cine Europa de Madrid: "Nuestra aspiración es la conquista del poder público. ¿Pro­cedimientos?... Los que podamos emplear. Es decir, nada de urnas ni de leyes...." Todo vale. No se de­sea la democracia parlamentaria, se piensa en una "democracia popular (que otros la llaman "democracia real"). Les vemos enardeci­dos, utópicos, llenos sus ojos de nardos y gladiolos...No olvidemos que el desengaño de la utopía produce la revolución y que la política de estos "demócratas", más que por los suelos, anda por los rastrojos.

Tenemos una sociedad psicópa­ta. Confunde libertad con liberti­naje, el progreso con la imposición. Una sociedad que gurgita enormes eruptos de desprecio hacía la otra parte. Una sociedad que habla de respeto, pero se desliza hacía la condena del contrario. Una socie­dad que renuncia al pensamiento y vive en histeria continúa. Necesi­tamos más reflexión, más respeto, más unión. Algunos, por desgra­cia, prefieren gritar y levantar día a día el dedo acusador contra todos y contra todo.