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No es difícil, en retrospectiva, darnos cuenta de los errores cruciales de juicio, en los que el Sentido Común ha mantenido a la civilización occidental atrapada por cientos de años: la Tierra donde vivimos al principio nos parecía plana, sin fin e inmóvil, puesta aquí por Dios -junto al Hombre, hecho a su imagen y semejanza- en el centro de la Creación.
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Vemos el sol y la gran bóveda celestial que se alza y ocupa el telón de fondo de un universo estático, notamos los cuerpos móviles que tienden a detenerse espontáneamente cuando no están sujetos a ninguna fuerza e instintivamente sentimos que los cuerpos más pesados deben caer al suelo más deprisa que los que son más ligeros. Así que no es extraño que, tan sólo en relativamente poco tiempo, el hombre occidental haya alcanzado a comprender la verdadera estructura del universo que nos rodea, a través del tortuoso advenimiento de la ciencia y con enormes esfuerzos académicos.

Nicolás Copérnico, Galileo Galilei e Isaac Newton nos revelaron que la Tierra no es más que una diminuta bola de materia rotando alrededor del sol, el cual a su vez,, junto al resto de planetas, rota alrededor del centro de gravedad de la galaxia; sólo una de tantas en el vasto espacio cósmico en el que vivimos, y cuyos límites nos son desconocidos.

Charles Darwin sacó al hombre de su trono y lo colocó junto al resto de formas vivientes en la biosfera, en la misma "arca de Noé" viajando a través del mar del tiempo, zarandeado por las olas de la Necesidad y la Oportunidad, dentro de un Universo que pasó de ser inmutable a estar en constante evolución.

Por último, Sigmund Freud le quitó al hombre su última convicción, que él se conocía a sí mismo completamente, levantando la tapa de la caja de Pandora del subconsciente y enfrentándolo con el origen oculto de nuestros más profundos miedos y debilidades.

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Hoy día, la gente ya no niega estos descubrimientos, traídos por las empresas científicas de los últimos 300 años y gradualmente asimilados en nuestra cultura para formar parte de nuestro sentido común: la región SC de nuestro paisaje mental se ha ampliado para abarcar estos "sumideros de atracción" y nuestra estructuras de perspectiva se han adaptado y establecido para transformarse en "normalidad", lo que parece ser una contradicción entre lo que nuestros sentidos nos dicen (la Tierra está quieta, las especies permanecen, la mente consciente es transparente) y lo que ha sido revelado por nuestro entendimiento intelectual.

Pero este proceso no se ha consolidado a la perfección.


A pesar del "Principio de Inercia" de Galileo, con el que nuestros profesores de física nos atormentaban en la escuela secundaria, desde que sabemos que sin el empuje del motor un vehículo se parará, estamos todavía convencidos que todos los cuerpos tienden naturalmente hacia la quietud, y puesto que una pluma cae más lenta al suelo que una bola de cañón, creemos que los cuerpos pesados caen más deprisa que los ligeros. Y esto es una experiencia inquietante, para aquellos que lo han probado en alguna feria científica, observar como una ligera pluma y una esfera de plomo caen al suelo a la vez, después de vaciar el aire del interior de un tubo de cristal, de esta manera, es al eliminar la fricción con la atmósfera terrestre, lo que causaba que cayeran a diferente velocidad los cuerpos con distinta forma.

Por otro lado, debemos admitir que, a pesar de Darwin, estamos convencidos como seres humanos, que tenemos una relación especial con Dios. Y a pesar de Freud, también estamos persuadidos de que nos conocemos muy bien, de estar siempre conscientes y atentos, al menos en el estado de vigilia, de poseer libre albedrío, suficiente fuerza de voluntad y pleno control sobre nosotros mismos.

Es por esto que afrontamos con sorpresa y vergüenza los (numerosos) momentos en que ¡perdemos el control!


Lo que quiero subrayar es que, a pesar de todo, es muy, pero que muy difícil reorganizar nuestras categorías cognitivas para acoger nuevas adquisiciones, sobretodo cuando se contrastan con nuestra experiencia directa o cuando éstas han estado inculcadas desde nuestra cultura, nuestra educación, nuestra familia o nuestra religión. En otras palabras, es muy complicado, a veces casi imposible, salir de los sumideros de atracción psíquica de la región SC, al cual se le ha legado todo lo que constituye nuestra "normalidad", nuestra identidad personal, nuestra fe y nuestros afectos, nuestra estabilidad psíquica.

La mayoría de las veces, sólo un fuerte trauma físico o un "shock" emocional nos puede hacer saltar de estos sumideros, arrojándonos a áreas remotas e inexploradas de nuestra psique de las que no siempre es fácil retornar sano y salvo.

Quienes afortunadamente lo consiguen, ya no verán el mundo con los mismos ojos que antes: una apertura se ha producido en la barrera que rodeaba su región SC, nuevos atractores se han formado y sus concepciones de "normalidad" se han visto irremediablemente alteradas.

En este punto, es útil pararse a examinar esta conocida región SC de nuestro espacio mental, dentro de la que nuestra sociedad y cultura nos mantiene prisioneros.