Lo más impactante de esta cobertura es darme cuenta constantemente de que no estoy en una zona de guerra. Trabajamos en un lugar que se encuentra en paz. Pero las emociones que se recogen con el lente son dignas de una situación de guerra. Trabajé en Siria y en Libia. Sé cómo es una zona de guerra. Sabes que verás ese tipo de cosas, pero no te imaginas que te encontrarás con esto en Lesbos.Aquí, el sufrimiento humano no se diferencia en nada del de una guerra, pero saber que no es esa la situación hace que sea más emotivo. Y también mucho más doloroso.

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© Foto cortesía de Petros TsakmakisAris Messinis carga a un niño a la orilla en Lesbos

Es duro porque tienes que retratar las dificultades y el sufrimiento de esa gente, pero tú no estás en peligro. Cuando cubres una guerra, tú también te estás arriesgando, así que de algún modo te encuentras en condiciones de igualdad respecto de las personas que fotografías.

Pero aquí no hay peligro para ti. Es por eso que muchas veces dejo la cámara para socorrer a las personas. Necesito hacerlo.

Hay muchas embarcaciones. A veces te concentras en un solo bote. A veces el tiempo es malo y resulta difícil acercarse a la orilla, hay muchas rocas. Puede que incluso estén cerca de la playa, pero el peligro sigue presente. Muchas de estas personas no saben nadar. Especialmente los bebés.

Lo que más me conmueve son los bebés, quizás porque tengo una hija de seis meses. Hasta ahora lo más duro para mí fue durante el último gran naufragio, cuando llegué al puerto en el momento en que traían a los primeros bebés ahogados y trataban de reanimarlos.

Ni siquiera soy capaz de recordar esas escenas. Trato de borrarlas de mi mente. Estamos hablando de bebés. Simplemente es inaceptable.

Otra cosa terrible son los sonidos. Es algo que no se puede captar mirando las fotos. Pánico absoluto. Escuchas a la gente gritar cuando intentan llegar a la orilla. Los pobladores tratan de ayudarlos. Todo alrededor es dolor. Pánico. Pánico total. Trato de captarlo con el lente y logro recoger apenas una parte de ese pánico absoluto en la foto. Pero la realidad es mucho más terrible cuando se vive, cuando se escuchan los gritos.

Hace unos días, cargué en brazos durante horas a un niño muerto. Había ido con algunos colegas a una playa remota y rocosa. Era muy difícil llegar allí, tuvimos que escalar. Y cuando llegamos vimos a ese bebé, solo, tirado entre las piedras. Llevaba algunos días allí y ya empezaba a desprender olor.

Decidimos llevarlo con nosotros. Lo metimos en un saco y empezamos a escalar de vuelta, para que por lo menos pudiese ser enterrado.Cuando presencias estas cosas, piensas en tus propios hijos y en lo afortunados que son. Tengo tres hijas: una de nueve años, otra de siete y la de seis meses. Pienso en ellas todo el tiempo mientras estoy de cobertura, en la suerte que tienen. Cuando veo a la gente que se ahoga y encuentro niños muertos en la orilla, pienso en lo afortunadas que son por estar vivas, tener un techo y vivir en paz.

Probablemente, por lo que he visto aquí, seré ahora más estricto con ellas. Cuando lloriqueen por alguna tontería, como por ejemplo un juguete, pensaré en la suerte que las ha acompañado porque no han tenido que pasar por esto. Y trataré de hacérselos comprender. Por supuesto que haré cualquier cosa por ellas, pero voy a tratar de enseñarles algunas cosas más a partir de ahora, algunas cosas que no les enseñaría si no hubiese hecho esta cobertura. Tienen que aprender que la felicidad es respirar, ver el sol, tener un lugar donde dormir.

Esta historia me ha hecho revaluar muchas cosas de mi vida personal. Cuando ves esto a diario te das cuenta de la suerte que tienes de haber nacido y vivir en Occidente.

Todos los días, temprano por la mañana, conduzco desde el hotel hasta la costa. Lesbos está llena de playas y acantilados. Uso mis binoculares para tratar de divisar botes en el mar. Cuando ubico uno trato de adivinar en qué lugar desembarcará, me dirijo hacia allí y espero. Los botes llegan de día y de noche. Hay días en que han llegado hasta 80. En un bote pequeño puede haber entre 45 y 60 personas, en los grandes 100 o más. Cada tanto llega un barco, un verdadero barco.

Claro que también hay momentos alegres. Cuando llegan a la orilla muchos refugiados están felices.

En lo que a mí respecta, los malos momentos superan los buenos. Además, yo sé lo que le espera a esta gente. En el verano acompañé a un grupo de refugiados desde Grecia hasta el norte de Europa. Hice el viaje, sé a qué van a enfrentarse. No son bienvenidos en Europa. Puede ser que estén felices de haber llegado a la playa, pero eso no es más que el comienzo.

A veces me preguntan qué vendrá luego y les digo: esto es solo el comienzo. Quizás ahora sea un poco mejor que en el verano, por lo menos no habrá traficantes y el proceso se ha flexibilizado un poco. Pero todavía les queda un largo camino por delante.

Nadie me lo ha dicho, pero a veces siento que cuando bajo la cámara y voy a socorrer personas algunos colegas piensan que no debería hacerlo porque no estoy haciendo mi trabajo, porque podría perder una buena foto. Yo no creo que haya perdido nada. Pero incluso si así fuera, no me importa. Que opinen lo que quieran. Me gustaría que hubiese muchos más brazos disponibles para no tener que interrumpir mi trabajo. Pero no hay. Y cuando veo a un bebé en el agua, a punto de ahogarse, no puedo disparar el obturador. Me lanzo a buscarlo. Otros colegas actúan igual. Algunos prefieren no hacerlo. No los juzgo. Es una elección. Vivimos en un país libre y cada uno decide lo que quiere. Pero a mí no me gusta no ayudar cuando alguien necesita auxilio.

He pasado aquí varias semanas y me quedaré todavía una más. Iré a casa a descansar una semana y luego volveré.

El mundo entero tiene que ver esto. Esta gente seguirá viniendo, arriesgándolo todo. No se va a detener. Pronto el clima empeorará, cuando se instale el invierno. Si persistimos en mostrarlo, quizás algo cambie. Es mi esperanza.

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© AFP / Aris MessinisNiños cubiertos con una manta de emergencia tras llegar a la costa de Lesbos en octubre
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© AFP/Aris MessinisEl cuerpo de un niño ahogado en una playa de Lesbos a principios de noviembre
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© AFP/Aris MessinisMédicos tratan de reanimar a un bebé que viajaba en una embarcación que naufragó cerca de Lesbos a finales de octubre
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© AFP/Aris MessinisUn barco repleto de inmigrantes se acerca a la costa de Lesbos a finales de octubre
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© AFP/Aris MessinisUna niña llora con su biberón en la mano al llegar a la costa de lesbos, a finales de octubre
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© AFP/Aris MessinisUna mujer cae en el agua con su hijo en una playa de Lesbos tras haber cruzado el mar Egeo desde Turquía en octubre
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© AFP/Aris MessinisEl cuerpo de un bebé ahogado entre las rocas de una playa de Lesbos a principios de noviembre
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© AFP/Aris MessinisUna niña afgana es consolada tras su arribo a Lesbos a finales de septiembre
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© AFP/Aris MessinisRefugiados e inmigrantes se levantan tras pasar la noche en un campamento en Lesbos a principios de octubre
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© AFP/Aris MessinisUna pareja siria espera un tren junto a otros migrantes a finales de agosto
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© AFP/Aris MessinisBotes de goma llenos de migrantes se acercan a Lesbos a principios de octubre
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© AFP/Aris MessinisUn hombre cae de rodillas al llegar a la costa en Lesbos a finales de octubre
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© AFP/Aris MessinisUna familia llega a la costa de Lesbos a finales de septiembre
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