estrés_cerebro
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En el último post hablé de un misterioso personaje que tenía un papel relevante en esta película; algunos seguramente ya sabrán de quien estoy hablando, pero sin duda, todos lo conocéis porque constantemente se habla de él, me refiero al estrés.

Es cierto que el estrés se ha convertido en el cajón de sastre al que muchos profesionales, o no, recurren para explicar casi cualquier patología moderna. No es infrecuente escuchar de cualquier dolencia, sea del tipo que sea, lo de: "eso es culpa del estrés". Pero, ¿realmente el estrés es tan atroz qué puede arrebatar la salud de una persona de un simple plumazo?, sí y no.

Todos sabemos los múltiples padecimientos que el mundo sufre y ha sufrido a lo largo de la historia, simplemente debemos poner nuestra mirada en cualquier país en guerra para entender que los niveles de estrés de la población podrían ser elevadísimos, o de aquellos otros que, por desgracia, fueron encerrados en campos de concentraciones sin saber si al día siguiente seguirían vivos. Pero parece que es ahora, el momento actual, cuando más se padece las consecuencias del estrés. Es cierto que nuestra vida es compleja y ajetreada, siempre plagada de compromisos y responsabilidades, pero yo me pregunto, ¿tan dura se ha vuelto que nuestra capacidad para soportar cargas se ha deteriorado completamente?, o ¿existen otras circunstancias que nos podrían hacer más susceptibles de padecer las devastadoras consecuencias del estrés...?

Habitualmente se ha dicho que el estrés se vuelve patológico cuando este se mantiene en el tiempo, pero claro viendo los ejemplos anteriores, la cuestión a resolver no parece tan sencilla.

Ahora si echamos un vistazo a la cantidad de enfermedades del siglo XXI, nos encontramos con un panorama desolador: diabetes, enfermedades cardiovasculares, alzheimer, depresión, y un sin fin de enfermedades de tipo autoinmune. En cualquiera de ellas siempre hay algo que está presente, la inflamación.

Hemos hablado constantemente de ella, de hecho hasta la hemos puesto muchos nombres:IL-1B, IL-6 (doble cara), IL-8, TNF-a, etc, etc, estas pueden ser producidas por losmacrófagos, linfocitos, células endoteliales, adipocitos e incluso por los miocitos, y su función no es la de restarnos años de vida o hacernos desgraciados, sino la de mensajeros intracelulares que regulan la función inmune, por tanto su presencia se hace necesaria siempre que exista una agresión, sea del tipo que sea, facilitando la llegada de células inmunológicas al lugar afectado. Lógicamente una vez subsanado el problema las cosas deberían volver a la normalidad, inhibiéndose su producción y/o contrarrestándose, si fuese necesario, con otras de carácter antiinflamatorio.

Pero la pregunta que cabe plantearse ahora es, ¿de qué forma el estrés crónico puede interferir con la respuesta inmune o producir inflamación?, ¿podría ser culpable o cómplice de las enfermedades mencionadas?, tal vez. Podemos distinguir varias etapas dentro del estrés, ¡veámos!

El inicio de una situación estresante conduce a la activación del sistema nervioso simpático y el eje hipotalámico-hipofisario-adrenal (HHA), esto conlleva un aumento en la producción deglucocorticoides y catecolaminas, los cuales al unirse a los receptores presentes en las células inmunes podrían inhibir factores de transcripción de vías inflamatorias como las mencionadas en el post anterior (NF-kB, STAT3 o MAPKs) disminuyendo la producción de citoquinas inflamatorias, además también se promovería el desplazamiento de las células colaboradoras de los linfocitos T (TH) de TH1 (inmunidad celular) a TH2 (inmunidad humoral).

La respuesta inmune depende del tipo de agresión, si es intracelular (virus, patógenos intracelulares y células cancerígenas) será coordinada por TH1 y si es extracelular (bacterias, parásitos) afectará a TH2, y la producción de citoquinas dependientes de ellas será diferente en cada caso; mientras que la primera, Th1, suelen tener un carácter proinflamatorio, la segunda es considerada como antinflamatoria (aquí, aquí), este desplazamiento hacia las células TH2 podría parecer positivo al disminuir la inflamación, pero disminuir la capacidad de respuesta intracelular tampoco es una situación deseable, y si a eso sumamos que el mayor efecto de las citoquinas producidas por TH2 contribuyen a exacerbar alergias y problemas autoinmunes, de positivo vemos que tiene muy poco (aquí).

Pero de lo que estamos ahora hablando es de INFLAMACIÓN. Es decir, el estrés (agudo e inicios del prolongado) podría disminuir la respuesta inflamatoria, (además de las consecuencias mencionadas), pero posteriormente podría suceder lo contrario, ¿cómo?, bueno si el agente estresor no desaparece, la constante actividad del eje HHA podría desencadenar varias procesos:
  • Fatiga adrenal, esto significaría una menor respuesta del eje HHA ante un estrés prolongado. Aunque la ciencia no parece reconocer este síndrome parece que algo empieza a moverse en este sentido (aquí)
  • Resistencia a los glucocorticoides. Del mismo modo que otras hormonas como la insulina y la leptina dejan de ser reconocidas por las células dianas, el estrés prolongado podría regular a la baja los receptores de los glucocorticoides (aquí,aquí)
Esta incapacidad de los glucocorticoides para ejercer su control sobre las células inmunes supondría el desbloqueo de los factores de transcripción de vías inflamatoria que permanecían hasta ese momento inhibidas, produciendo un aumento de las citoquinas proinflamatorias. Pero esto no es todo, además de este aumento de la INFLAMACIÓN, la inmunidad humoral también podría verse comprometida (aquí). De este modo vemos que el estrés podría representar las dos caras de la moneda. En un primer momento podría suceder una disminución de las citoquinas proinflamatorias, pero luego, podría producir y/o favorecer la inflamación de bajo grado que suceda por cualquier otro motivo y en cualquier parte.

Ahora cambiemos de tercio. No son pocos los estudios que relacionan el estrés crónico con una mayor predisposición a la obesidad (aquí), en este sentido la mayor actividad del eje HHA cursa con un aumento de los glucocorticoides, los cuales pueden promover resistencia a la insulina y obesidad, principalmente de tipo visceral, pero a su vez, la obesidad puede conducir a un aumento de la inflamación crónica de bajo grado; esta mayor producción de citoquinas proinflamatorias podrían llegar al nucleo paraventricular activando el eje HHA con un aumento de la síntesis de CRH, ACTH y CORTISOL, cerrando de este modo un círculo vicioso. Precisamente este aumento de CRH también podría ser el vínculo entre el estrés y la depresión (aquí), pero lo que si parece cierto, es que existe una correlación positiva entre inflamación, estrés y depresión, aunque también con otras patologías como demencias o alzheimer (aquí). En resumidas cuentas, la obesidad puede producir inflamación, y el estrés crónico favorecerla.

Ahora, la pregunta a plantearse es: ¿qué fue primero la gallina o el huevo?, la verdad es que es difícil de determinar, y no necesariamente una situación estresante debería conducirnos al estado de obesidad, aunque tenemos más papeletas para que esto suceda. Pero sea cual sea ese origen, lo que sí parece claro, es que obesidad y estrés crónico se retroalimentan constantemente produciendo INFLAMACIÓN, que junto a la alteración del sistema inmune, se estaría posibilitanto que cualquiera de las enfermedades enumeradas al principio del post puedan instalarse comodamente en nuestro organismo.