Hace unos pocos días se celebró lo que dio por llamarse "Partido por la paz", una iniciativa del Vaticano encabezada por el Papa Francisco y un par de fundaciones, que convocó a estrellas del fultbol mundial. La idea, según Javier Zanetti, uno de los organizadores, era enviar "un mensaje muy fuerte que el Papa quiere mandar por la paz en el mundo, un valor que necesitamos todos en estos momentos tan difíciles".
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© DesconocidoEl Papa Francisco abrazando al presidente israelí Shimon Peres
El intento resultó a los ojos del mundo un evento solidario y pacificador, un símbolo del compromiso de la iglesia católica con la causa de la Paz Mundial, y generó sonrisas y aplausos por doquier. Pese al beneplácito de las masas, nosotros tenemos muchas dudas y serios cuestionamientos frente a lo que parece ser un evento publicitario.

¿Realmente tiene algún efecto beneficioso este tipo de "espectáculos"? ¿Es verdaderamente la Paz lo que mueve los entretelones de este aplaudido show? ¿O acaso estamos frente a un intento más de aliviar esa amarga sensación creciente en las masas de que hay algo que está muy mal en nuestro mundo? ¿Qué piensa usted que cambió después del partido? ¿Acaso hubo una postura clara y categórica por parte de la figura más relevante y líder del catolicismo mundial en contra de quienes descarnada y cruelmente llevaron a cabo una masacre deliberada y meticulosamente planificada durante 50 días en la Franja de Gaza, asesinando a sangre fría a miles de personas entre ellos más de 400 niños? ¿Dijo algo acaso el Papa sobre la guerra inventada por EE.UU. y la Unión Europea en Ucrania sólo para satisfacer sus ansias descontroladas de control y poder en el mundo?...

No, el Papa no se pronunció a este respecto, sino que fiel al estilo permanente del Vaticano, se limitó a hacer declaraciones vagas y vacías sobre el flagelo de la guerra y alguno de esos ridículos llamamientos al diálogo. Como si todo lo que ocurre en el mundo fuera el resultado de un mal entendido.

Este es el modo en cómo el Papa aboga por "la paz": El hipócrita Papa Francisco pide por la paz en Israel y Palestina, y llama "guerra" el genocidio en Gaza, y es vergonzoso y entristecedor. ¿Acaso Dios lo designó como representante de 3000 millones de personas para que se manifieste a través de discursos tan superficiales? No se trata de una "guerra", no señor, hay que decirlo con todas las palabras: se trata de un GENOCIDIO, y el culpable es el Estado sionista de Israel. Claro que debemos pensar en los niños, las mujeres y todas las víctimas de esta masacre, pero llamarlo "guerra" significa poner a ambas partes en iguales condiciones, y bien sabemos que este no es el caso. Es obvio que la paz sería lo ideal, pero nadie puede contra el poderío de Israel, su hábil y abrumadora propaganda, y su sed de sangre. Las palabras del Papa no son más que un pobre y vacío discurso diplomático.

Lo más curioso es que el evento además fue adornado con el slogan de acabar con la guerra interreligiosa, un sútil esfuerzo por hacernos creer que las guerras que se libran en el mundo, que acaban con la vida de millones al año, que empobrecen Estados y someten a la esclavitud a pueblos enteros sólo para complacer la codicia de unos pocos, son el resultado residual del conflicto entre diferentes creencias.

Claro que las mentiras de las religiones monoteístas son parte activa e influyen notablemente en el belicismo y la agresividad que nos rodea, pero la realidad no es tan simple como la quieren presentar. La verdadera causa de esta violencia no reside simplemente en las ilusiones que nos venden, sino en la naturaleza intrínseca de los seres humanos con conciencia moral y de aquéllos que no la poseen. La mayoría NO quiere una guerra, pero una minoría psicópata se sirve de las religiones como excusa y como instrumento, y hace posible, por ejemplo, que si osamos criticar la ideología asesina y despiadada del sionismo, se nos tache inmediatamente de odiar a los judíos, algo que claramente no podría estar más alejado de la realidad.

No sabemos qué piense usted, pero nosotros nos sentimos insultados. Tras eventos como este banal espectáculo subyace una profunda ignorancia y se asoma la mano negra de quienes hábilmente utilizan la flojera de las masas para distraer la atención y adormecer la conciencia de quienes sí en el fondo presienten que el mundo se va al tacho, que la ausencia absoluta de humanidad de un puñado está infectando al mundo y llevándolo a una segura autodestrucción.

¿Vamos a creerles que este "grandioso" acontecimiento puede cambiar el rumbo de la historia? ¿Vamos a sentir alegría en nuestros corazones porque al parecer "se está haciendo algo" para que este sea un mundo más justo? ¿Vamos a aceptar así porque sí que un dudoso deseo de paz transformado en show televisivo pueda cambiar a aquellos que durante milenios han asolado la faz de la Tierra con miseria y destrucción? ¿Podemos ser tan ingenuos de creer que orando todos juntos y deseando la paz, ésta vendrá a nosotros mágicamente?

No está claro si somos ingenuos, tontos, o si realmente nos importa un bledo lo que ocurre en el mundo, pero el hecho es que creer en esta fantasía, creer que demandando a un dios bondadoso que está en los cielos que intervenga aquí y ponga orden, nos hunde cada vez más en el lodo. Pedir u orar comandando a la divinidad, escondiendo la obvia exigencia de un "deseo" tras un manto de falsa humildad, es un agravio al orden natural del Universo, un intento egoísta y perezoso de acomodar las cosas como nos gustan sin mayor esfuerzo ni entendimiento por nuestra parte.

Esta misma idea fue expresada hace algún tiempo atrás en otro artículo:
El poder de la oración ha sido proclamado por profetas y líderes religiosos como una herramienta sumamente eficaz para comunicarse con la divinidad y obtener favores de ella. Las grandes religiones han diseminado la idea general de que con sólo solicitar algo a dios, él, como padre afectuoso que es, no podrá negarlo.

Esta idea, en su forma más elemental, manifiesta que el único requisito para obtener los favores divinos es el simple deseo y la explícita solicitud. "Pedid y se os dará, buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá" (Lucas 11,9). Esta es la fórmula del éxito instantáneo, milagroso.

Pero claro, quienes sostienen que el hombre posee semejante poder se han encontrado con un insalvable obstáculo: LOS HECHOS. Los hechos parecen sugerir que tal fórmula, lisa y llanamente, no funciona. En palabras de Laura Knight-Jadczyk:
Excepto por una minoría de individuos realmente perversos, no creo que nadie disfrute al ver las miserias y sufrimientos, las enfermedades, las muertes y la desesperación que abundan. De nuevo habría que preguntar: si todas estas cosas le resultan tan detestables a la mayoría de los seres humanos, si hay tantas personas trabajando, pensando positivamente y rezando para mejorar las condiciones del mundo, ¿por qué eso no sucede?

[...]

"No olviden el poder de la oración" suelen decir [...]. El único problema es que, ni las oraciones ni el pensamiento positivo parecen haber mejorado el mundo gran cosa en aquellas ocasiones en que es casi seguro que cada ser humano del planeta se encontraba rezando por algún resultado en particular.

Jesús prometió: "Si dos de ustedes se ponen de acuerdo para pedir algo en oración... les será otorgado" (Mat 18:19). Esa es una promesa: ¿qué desean o necesitan? ¡Sólo pidan!

Pero como ya hemos podido comprobar, ¡no funciona!

("La historia secreta del mundo" - Laura Knight-Jadczyk)
Debemos conceder algo de crédito a la posibilidad de que cierta forma de oración, y bajo condiciones muy particulares de quien ora, en ocasiones pueda tener algo de éxito. Pero el hecho es que esta fórmula es anunciada a diestra y siniestra sin mencionar "la letra chica". Y así, como una fórmula infalible y milagrosa para el éxito, es aprendida y entendida por la mayoría.

Semejante promesa de satisfacción garantizada se hace imposible de cumplir. Pensemos sólo en aquellos casos donde dos personas diferentes desean con igual intensidad cosas opuestas. ¡En estos casos seguramente el universo (o dios) ha de quedar aturdido!

Laura Knight-Jadczyk refiere esta contradicción en pocas palabras:
A lo largo de la historia encontramos a un grupo rezando a su dios por protección en contra de las depredaciones de otro grupo. El otro grupo reza con igual fervor para que sus depredaciones resulten exitosas...
Al margen de las obvias contradicciones, en esta ilusión de infalibilidad de la oración [...] es posible para el ojo adiestrado ver algunas ideas furtivas que vienen de regalo dentro del paquetito sin que el "comprador" lo note.

Empecemos por señalar que el promotor de esta práctica transmite la idea velada de que nada puede hacerse por uno mismo, de que hay una dependencia total de la deidad venerada, que estamos subordinados a la Divina Providencia. Detrás del empeño en promover esta práctica parece estar oculta también la idea de que no vale la pena ningún tipo de esfuerzo de índole personal, ninguna inversión de energía propia, más allá de la necesaria para manifestar lo deseado. Nada puede ocurrir si no es producto directo de una acción divina.

Esta creencia subliminal produce un efecto devastador sobre los individuos, condenándolos a una pequeñez forzada y reduciendo sus potencialidades. Esta pequeñez se ve reforzada por la lógica frustración derivada del escaso éxito de esta fórmula. En la generalidad de los casos, el no ser favorecido por la divinidad es entendido como una desaprobación por parte de ésta. Ante la falta de un entendimiento cabal respecto a este supuesto "rechazo", cada individuo, privado de hacer contacto con la realidad, crea su propia constelación de explicaciones que van desde la culpa por no estar satisfaciendo a su dios, hasta la búsqueda de chivos expiatorios que expliquen convenientemente el fracaso. Esta condición favorece el desarrollo de una dinámica subjetiva despojando cada vez más al individuo de la posibilidad de hacer contacto con la realidad tal como es.
¿De qué nos sirve pedirle a alguien más que arregle este embrollo, que traiga paz, si no entendemos cómo es que llegamos a esta situación y por qué?

Juguemos un poco e imaginemos por un momento que Dios nos escucha y dice "está bien, arreglemos este entuerto porque al parecer, si no intervengo, esto va para largo", y entonces Dios interviene y pone orden; a "los malos" lo manda a su cucha, le devuelve la paz y la libertad a los oprimidos, y todos viven felices y comen perdices... Dios luego contempla su obra, y contento hace mutis de la escena para descansar tras la ardua tarea...

Pero pasan días, meses, o años, y aquellos que fueron puestos en su lugar, piensan "¡eh! parece que Dios ya se fue, volvamos a lo nuestro...", y entonces fácilmente, haciendo exactamente lo mismo que hicieron antes (mintiendo, manipulando, abusando de la ingenuidad de quienes creen que todas las personas son buenas pero que algunas necesitan tiempo y amor para darse cuenta, ... etc), vuelven a sumir al mundo en el caos, la miseria, y la desgracia, movidos por los mismos mórbidos deseos y arengados por las mismas fuerzas entrópicas que los condujeron en sus anteriores desmanes.

Y los hombres comunes, que poco saben sobre la verdadera naturaleza de estos maestros del caos, que apenas entienden qué los motiva y de qué modo obtienen lo que quieren, en poco tiempo están otra vez bajo el yugo de sus opresores, engañados, confundidos, o creyendo que son libres porque votan a sus líderes, con sus potencialidades despilfarradas una vez más, y su vida sometida a diario a la suerte de una perversa rueda de la fortuna accionada por sus tiranos encubiertos.

Es nuestro compromiso con la verdad, el profundo interés por conocer y entender los entretejidos de la realidad, lo que puede hacer la diferencia, no el sentarnos sobre nuestro cómodo lecho de ignorancia a pedirle a una entidad superior que solucione todos nuestros problemas. Es necesario e indispensable que entendamos que no somos seres especiales, los favoritos de un buen Dios que cuan padre amoroso se deslomará para colmarnos de dones mientras le seamos fieles. No somos amos del Universo, ni éste fue creado para nuestro goce hedonista por un dios que simplemente quiere complacernos. Creer esto es creer en una fantasía infantil, es vivir en un estado absoluto de alejamiento de la realidad, es transitar la existencia como un zombie que apenas puede comprender el mundo que lo rodea, ...

¡Despertemos! Somos parte de la creación, sólo una parte, y como tal tenemos responsabilidades, y una de estas responsabilidades es aprender a ver la realidad tal cual es y enfrentarnos a las vicisitudes que ella nos presenta con inteligencia.

El horror diario que nos rodea es consecuencia de la ignorancia en la que estamos sumidos. La única esperanza que tenemos de salir airosos de esta inminente tragedia es buscar la verdad y el conocimiento, y con estas pacíficas armas en nuestras manos aprender a defendernos del depredador que astutamente nos ha esclavizado desde tiempos remotos en una prisión sin barrotes ni altos muros.

Finalmente y retomando este evento tan poco admirable, y a la poca valentía del Papa para decir las cosas tal como son, no queremos olvidar mencionar que, lamentablemente, el problema no se reduce a la iglesia católica ni a sus representantes. A muchas figuras de importancia e influyentes les gusta emitir discursos vacíos (o quién sabe, quizá les pagan por hacerlo), y así calmar a las masas alborotadas por tanto dolor y sufrimiento. Si toda esa energía fuera enfocada hacia la adquisición del conocimiento, hacia la búsqueda de la verdad, la situación mundial sería muy diferente. Pero a nuestros líderes no les interesa que eso suceda. ¡Vuelvan a dormir, y recen! Mañana será otro día... Mientras tanto, el mundo está que arde, y la mayoría juega a esconderse como el avestruz creyendo estar haciendo algo en pos de la paz.

El Papa Francisco es simplemente un ejemplo, uno más y nada más. Hace su trabajo como Dios el Vaticano se lo manda. ¿Cómo podemos esperar que el "representante de Dios" en la Tierra tenga el coraje de educar a las masas, cuando en definitiva trabaja para una empresa, y ni siquiera el abuso infantil parece molestarle demasiado? Pedirle que haga algo verdaderamente revolucionario y defienda la verdad sería pedirle milagros. No esperemos demasiado de ellos, mejor será que busquemos en nuestro interior la fuerza e inspiración necesaria para defender y traer a la luz esa verdad.