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Con la revolución tunecina del 14 de enero (que obligó al dictador Zine El-Abadine Ben Ali a refugiarse en Arabia Saudita, cuyo rey Abdala es uno de los pocos apoyos que le restan a Mubarak en la región), un conjunto de pueblos árabes se ha puesto en movimiento. Es un nuevo tsunami de lucha por la democracia contra régimenes autocráticos que sacude al Magreb Norafricano (Egipto, Marruecos, Argelia), llega a Asia (Jordania, donde dimitió el gobierno Rifai, Yemen y Kuwait). Egipto es hoy el epicentro, con la participación de millones de hombres movilizados en el Cairo, Alejandría, Suez y otras ciudades. Del desenlace de esta gran batalla civil depende el futuro del país, y en cierta medida, de la región. Allí ya nada será igual, pero el gran peligro es el Gatopardismo: Cambiar algo en la fachada para que en lo sustancial no cambie nada.
A eso sigue apostando el dictador Hosni Mubarak, que tras 30 años de ejercer el poder dictatorial sigue aferrado al cargo, a pesar de que multitudes nunca vistas en el país reclaman que se vaya de una buena vez, como lo proclamaba un cartel en la céntrica plaza Tahrir (Liberación) en un juego de palabras en inglés: "Leave, and let us live" (vete, y déjanos vivir). De alguna manera, esa es la salida que a casi dos semanas del estallido popular inicial del 25 de enero están propiciando EEUU y la Unión Europea, así como Israel. Para EEUU, Egipto es la base de su política exterior para el mundo árabe, y contó con su apoyo en 1991 para el primer asalto y la invasión a Irak. EEUU le proporciona una cuantiosa ayuda de 1.500 millones de dólares anuales, en su mayor parte (mil millones) destinada a fines militares, que se mantiene inconmovible. Otro tanto ocurre con Israel, ligado a Egipto por un tratado de paz (al igual que Jordania, donde ahora el rey Abdalá II debió remover el gabinete Rifai ante las protestas populares), en virtud del cual Egipto le custodia la frontera sur de la Franja de Gaza, bloqueada durante los últimos 4 años. En cuanto a la Unión Europea, que ha apoyado siempre al régimen de Mubarak (se recuerdan los encendidos elogios que pronunció a su respecto el presidente galo Nicolas Sarkozy en su oportunidad), aboga por una "transición ordenada", que en los hechos deje todo como está, con algún mínimo retoque, como adelantar las elecciones de setiembre por un mes.