Traducido por el equipo de SOTT.net

Olvídese de los modelos climáticos aproximados, cuyas simulaciones se alejan cada vez más de la realidad. Hay una forma mucho más científica de entender el clima, y consiste en observar el sistema climático real directamente desde el espacio o in situ.
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Una multitud de satélites y una red mundial de sensores terrestres, aéreos y marinos realizan millones de observaciones cada día, creando imágenes detalladas y fieles de la Tierra. En particular, los satélites transmiten enormes volúmenes de datos sobre la alta atmósfera y la superficie terrestre, lo que nos permite medir el balance energético del sistema y atribuir las emisiones infrarrojas a determinados componentes atmosféricos. Estos datos espaciales e in situ de alta calidad están a disposición de todos gracias a Copérnico, pero el problema es que no los utilizamos...

Olvídese de los proxys y de los datos antiguos que se "ajustan" constantemente. Disponemos de información comprobada y medida que nos permite retroceder en el tiempo hasta 1960. Es una feliz coincidencia que el 1º de enero de 1960 sea el 0 de referencia para las series de temperatura utilizadas habitualmente. El IPCC ha dictaminado arbitrariamente que el cambio climático comenzó con la industrialización, es decir, hacia 1850 ó 1880, ya que supone que las emisiones de GEI (gases de efecto invernadero) son la causa. Pero los datos de los océanos del mundo, que determinan el clima, muestran que su temperatura empezó a desviarse de su ciclo natural hacia 1980. Así que centrémonos en los últimos sesenta años, utilizando las observaciones del mundo real disponibles para identificar objetivamente a los verdaderos culpables del calentamiento antropogénico.

Este punto de vista heterodoxo pero tan interesante cuenta con el apoyo del ingeniero espacial Michel Vieillefosse, pionero de la auscultación de la Tierra por satélite. En el CNES, elaboró los primeros mapas de variaciones térmicas medidas desde el espacio. Su reciente libro "Réchauffement climatique" (Calentamiento climático) es una mina de información sobre el clima, su funcionamiento y su evolución reciente. Basándose en datos y cálculos reales, más que en proyecciones de modelos, llega a la conclusión de que no tiene sentido demonizar los combustibles fósiles, y que primero hay que atajar las verdaderas causas del calentamiento global: la deforestación de los bosques tropicales, las islas de calor urbanas y las fugas de metano. Veamos cómo llega a esta sorprendente conclusión.

El calentamiento es heterogéneo y multicausal

Desde 1960, la temperatura media mundial ha aumentado 0,9 °C. Sin embargo, este parámetro no puede explicar el cambio climático, ya que oculta las importantes disparidades de las temperaturas locales a lo largo del tiempo y del espacio. En el mejor de los casos, la temperatura media indica una tendencia.

Contrariamente a la impresión creada por el término "calentamiento global", el cambio climático dista mucho de ser uniforme. El panorama del calentamiento se parece más a una colcha de retazos que a una manta. Por ello, para comprender científicamente el clima, es esencial examinar cada región por separado y ver qué está ocurriendo realmente en ella. Todas estas heterogeneidades que se mezclan en la media tienen una explicación específica.

El Ártico se está calentando 2, 3 o incluso 4 veces más que el resto del globo. Esta amplificación observada desde 1990 se debe principalmente a la afluencia de aguas más cálidas procedentes de los trópicos a través del gran transportador de calor oceánico, que reemplazan a las aguas frías arrastradas hacia el Ecuador, y a la casi ausencia de evaporación y al menor albedo. Cabe señalar que a un calentamiento inicial atestiguado en 1938, 1943 y 1944 siguió un periodo de enfriamiento.

No se observa tal aumento en la Antártida, aislada por una corriente circumpolar. No cambia en su conjunto. El hecho de que la Antártida apenas se haya calentado desde 1960 es una piedra en el zapato de los carbocentristas que culpan de todo al CO2 (al ser un gas bien mezclado, su efecto debería notarse en todas partes).

La obsesión por los GEI nos ha hecho olvidar cómo funciona realmente el sistema climático. Aunque el sol es la única fuente real de calor, la Tierra se enfría no sólo por la radiación infrarroja hacia el espacio, sino también por convección, evaporación y transpiración de las plantas. Entendamos que estos mecanismos actúan como elevadores de calor; enfrían la baja atmósfera; la radiación infrarroja toma entonces el relevo para evacuar el calor al vacío; irónicamente, es sobre todo el CO2 el que asume esta tarea en ausencia de vapor de agua a gran altitud. Por consiguiente, las actividades humanas que interfieren con estos mecanismos, como la deforestación y la urbanización, provocan un marcado calentamiento local... pero esto es pasado por alto por el IPCC y los modelos climáticos.

En el libro de M. Vieillefosse se presentan tres estudios de casos para ilustrar el impacto de estas interferencias en el clima: Hawái, Pekín y Manaos, con anomalías de temperatura respectivas de 0,4°C, 1,9°C y 1,5°C desde 1960. Discrepancias tan grandes, en contradicción con la mezcla atmosférica, deben llevarnos a investigar sus causas específicas: escasa intervención humana en el caso de Hawái, una vasta huella urbana en el de Pekín y una menor vaporización de la selva amazónica en el de Manaos.

No perdamos de vista que el exceso de calor local que no es evacuado al vacío del espacio acaba siendo absorbido por el océano global, cuya capacidad de almacenamiento térmico es 1.000 veces superior a la de la atmósfera. La física básica dice que los océanos calientan la atmósfera, y no al revés. El enigma del calentamiento de los océanos queda así resuelto.

La contribución del CO2 es secundaria

Los niveles de CO2 han aumentado entre 140 y 418 ppm en los últimos 60 años. Según los datos del satélite ERBE, este aumento ha bloqueado 1,42 W/m2 de energía, lo que se traduce en un aumento de 0,21°C de la temperatura de la baja atmósfera. Comparado con la contribución total del CO2 de 48 W/m2, esto representa sólo un 3% más. Por tanto, las emisiones de CO2 derivadas de las actividades humanas no son la causa principal del cambio climático. En cambio, son claramente responsables del reverdecimiento de la Tierra revelado por los satélites de la NASA, un enorme beneficio para el planeta, pero al que no se reconoce su verdadero valor.

Del mismo modo, el metano ha aumentado de 1,36 ppm a 1,86 ppm, para un forzamiento de 0,46 W/m2 ; este bloqueo de la radiación infrarroja ha provocado un aumento de la temperatura de 0,06°C, que es por tanto mínimo. Pero con el creciente uso de gas de esquisto y la proliferación de vertederos, las emisiones de metano van en aumento.

Tanto el ozono troposférico como el estratosférico contribuyen también a bloquear la radiación infrarroja emitida al espacio, pero este último desempeña además un papel indispensable en el bloqueo de los rayos UV nocivos.

Por supuesto, el vapor de agua es el principal responsable del efecto invernadero, pero también es el principal vector de enfriamiento, de un orden de magnitud inconmensurable con la radiación infrarroja. Su importancia para el clima de nuestro "planeta azul" es inmensa pero ignorada. Las actividades humanas han reducido la evaporación natural en los trópicos; el calor se acumula en los océanos y es transportado hacia el Polo Norte, donde sólo puede ser evacuado con dificultad, de ahí el recalentamiento del Ártico. Contrariamente a lo que dan a entender los modelos y aquellos cuyo sustento depende de ellos, no hemos observado ningún aumento significativo del vapor de agua en la atmósfera (antes de la erupción del Hunga Tonga).

Los bosques tropicales, el radiador de la Tierra

Las mediciones por satélite muestran que los bosques tropicales húmedos (6,25 millones de kilómetros cuadrados, es decir, alrededor de un tercio de los bosques del mundo) tienen un efecto de enfriamiento medio de - 2,4°C sobre el suelo, en comparación con las zonas cultivadas. En latitudes medias, el efecto es mucho menos acusado, por no decir inexistente. En cambio, los bosques boreales situados por encima de los 50° de latitud tienen un efecto de calentamiento local de +0,8°C.

Concentrados en Sudamérica, Asia y África, los bosques tropicales actúan como radiadores de la Tierra, absorbiendo la radiación solar, enfriándola mediante la evapotranspiración y proporcionando vapor de agua para la formación de nubes.

El Amazonas representa el corazón del sistema de transpiración de nuestro planeta. Debido a su color oscuro, el bosque capta más radiación solar que otros suelos. Pero esta energía es devuelta por la evapotranspiración, luego asciende a las capas superiores de la atmósfera por convección y finalmente se irradia al espacio. El aire por encima del dosel contribuye a enfriar toda la Tierra. La Amazonia bombea y libera a la atmósfera unos 20.000 millones de toneladas de agua al día. El Amazonas crea el 75% de su propia lluvia.

La deforestación reduce la emisividad en un 10%, es decir, 36 W/m2. Para el conjunto del globo, la cifra es de 0,17 W/m2. Pero lo más grave es la supresión de la evapotranspiración, en ausencia de árboles. La pérdida de calor latente se eleva a 0,78 W/m2, repartida por todo el globo. Nos faltan 480 millones de hectáreas de bosque para evacuar unos 1.000 mm de agua al año, junto con el calor necesario para la evaporación. Esto altera el ciclo de las precipitaciones.

Entre 1990 y 2015 se talaron unos 240 millones de hectáreas de bosque. Es probable que desaparezca aproximadamente la misma cantidad de bosques de aquí a 2030, lo que equivale a 1/200 de la superficie terrestre. Como se nos dice constantemente, esto tiene el efecto de liberar el dióxido de carbono almacenado en los árboles y los suelos forestales. Pero los carbo-centristas olvidan que el principal impacto de la deforestación es privar a la Tierra de un poderoso mecanismo de enfriamiento.

En total, la deforestación ha causado la mitad del aumento de la temperatura desde 1960, es decir, 0,46°C, el doble que el CO2. Aunque nunca se menciona en los medios de comunicación, es la principal causa del cambio climático. Y las cosas no mejoran.

La rápida urbanización: un factor importante

En la actualidad, el 56% de la población mundial, es decir, 4.400 millones de personas, vive en ciudades. Esta tendencia va a continuar: en 2050, con la duplicación del número actual de habitantes de las ciudades, casi siete de cada diez personas en el mundo vivirán en zonas urbanas. Si bien es cierto que las ciudades sólo representan una ínfima fracción de la superficie terrestre -1/1000-, la artificialización del suelo y otras interferencias urbanas crean islas de calor, con temperaturas hasta 10 °C más altas que en el campo circundante. ¡Son concentrados de cambio climático!

Las zonas urbanas, cada vez más mineralizadas, utilizan materiales de construcción densos, ávidos de absorber la energía del sol. Con menos vegetación, dan menos sombra y contribuyen poco a refrescar los espacios, sobre todo por evapotranspiración. Según su morfología, los edificios también pueden impedir que el viento circule y refresque las calles. Además, el calor residual de los motores de los coches, los aparatos de aire acondicionado y otros electrodomésticos que consumen mucha energía se suma al aumento general de la temperatura del aire.

La urbanización aumenta la absorción de la radiación solar, pero sobre todo debilita la radiación infrarroja emitida por las superficies; la emisividad puede caer hasta el 50%. Esta disminución de la emisividad hace que se retenga más calor a nivel del suelo, más de 180 vatios por metro cuadrado, de ahí las famosas "islas de calor". Las carreteras de alquitrán negro absorben aún más calor solar. La rápida urbanización bloquea la transpiración del suelo. El enfriamiento del planeta es mucho menor; la impermeabilización de las superficies arrastra inmediatamente la lluvia hacia los cursos de agua a través de las redes pluviales.

En definitiva, la urbanización genera un calentamiento del mismo orden de magnitud que el creado por el CO2. También es responsable de las inundaciones.

Medidas contra el calentamiento global

Tras los Acuerdos de Kioto y París, la lucha contra el cambio climático se centra casi exclusivamente en la reducción de las emisiones de CO2. Por desgracia, nos hemos equivocado de objetivo. Si reducimos a cero las emisiones antropogénicas de CO2, su concentración disminuirá sólo un 2,5% al año. En otras palabras, nada. No olvidemos que la drástica reducción de las emisiones de carbono durante los confinamientos de 2020 no sirvió para frenar el aumento de los niveles de CO2, ni de las temperaturas, y ello debido a fenómenos concomitantes. ¿De qué sirve anular las emisiones de CO2 a un coste enorme si las temperaturas siguen subiendo?

En cambio, en el caso del metano sería relativamente fácil taponar las principales fugas, que son fácilmente identificables. La lucha contra el metano pasa por controlar los vertederos al aire libre y las instalaciones de gas, responsables del 40% y el 26% de las emisiones, respectivamente. Las lecherías y los composteros emiten el 26%. Prescindir de la leche parece difícil. Hay que actuar primero sobre las dos primeras causas, menos naturales. Así que introduzcamos un impuesto sobre el metano... ¡en lugar de este ineficaz impuesto sobre el carbono!

Pero, sobre todo, dejemos de centrarnos en el CO2 y atajemos las actividades humanas causantes de la mayor parte del calentamiento. Así pues, hay que dar prioridad a la preservación de los bosques tropicales, especialmente el Amazonas. Si toda la selva amazónica fuera talada, se produciría un desastre ecológico mundial, tanto en términos climáticos como de biodiversidad. La Amazonia se convertiría nada menos que en un desierto, lo que es tanto más plausible cuanto que está situada en la franja "correcta" de latitudes. Acabar con la deforestación ahora contribuiría de forma tangible a mitigar el calentamiento global. ¿Por qué no crear un fondo mundial para la conservación de los bosques tropicales... en lugar de financiar a los activistas antipetróleo? Ahí radica la urgencia de actuar para salvar el planeta.

No podemos detener la urbanización, pero podemos empezar a pensar de otra manera sobre las ciudades y los edificios. Se están llevando a cabo interesantes experimentos, sobre todo para combatir las molestas islas de calor. Es en interés de las propias ciudades que se tomen medidas, porque son ellas mismas las que cosecharán los frutos de sus acciones.

También necesitamos adoptar un enfoque más racional y no ideológico de la transición energética, especialmente en Europa. El apuro también es mal consejero. Las llamadas energías renovables han llegado a su límite en Alemania. El sol y el viento por sí solos no pueden sustituir a los combustibles fósiles. La innovación será clave en el futuro, como siempre lo ha sido en la historia de la humanidad.

El libro del Sr. Vieillefosse concluye así: ¿No es hora de que veamos el problema desde un ángulo científico y no político, y adoptemos medidas racionales y eficaces en lugar de consentir la triste demagogia? Ojalá este libro abra la lucha contra el calentamiento global a una pluralidad de soluciones posibles.

Ojalá se cumpla su deseo. En cualquier caso, merece la pena salvar el Amazonas y reducir las islas de calor urbanas.