Un nuevo experimento mental revoluciona la física cuántica: añade más incertidumbre sobre su capacidad de explicar la realidad y cuestiona que el observador tenga alguna influencia en la suerte del gato de Schrödinger. Sugiere también que el concepto de tiempo y espacio debería ser revisado una vez más.
© Gerd AltmannLa incertidumbre sigue rodeando al mundo cuántico.
Un nuevo experimento mental ha puesto patas arriba algunos de los cimientos de la física cuántica y abierto una apasionante polémica en el mundo académico. Los resultados de este experimento, realizado por Daniela Frauchiger y Renato Renner, del Instituto Federal Suizo de Tecnología, se publican en
Nature Communications.
La física cuántica lleva más de cien años envuelta en polémicas filosóficas, particularmente en lo que se refiere al
papel del observador en la creación de realidad, un proceso conocido en física como
colapso de la función de onda.
Este proceso se refiere a lo que ocurre en el mundo cuántico, donde reina un caos en el que fluyen ondas de energía que muestran un universo de posibilidades infinitas. Se parece al patio de un colegio en el momento del recreo: cientos de niños corretean chillando de un lado para otro hasta que suena el timbre. En ese momento, todos se alinean y entran en clase.
La onda que representa ese conjunto de niños agitados se colapsa cuando suena el timbre y el caos de energías dispersas se concreta en una fila de niños dispuestos a aprender.
En el universo cuántico, el colapso de energías dispersas se produce cuando interviene un observador: al medir lo que pasa, las ondas se convierten en partículas y forman la realidad que perciben nuestros sentidos (ver al respecto
El cántico de la cuántica, Sven Ortoli y J.P. Pharabod, Gedisa, Barcelona, 1987).
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