En febrero de este año, la situación en Guta Oriental comenzó a enrarecerse con la aparición repentina de terroristas aumentando el control sobre la zona y usando como rehenes a la población civil.
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Los aliados occidentales (EE.UU. y compañía) no perdieron tiempo e intentaron utilizar este rebrote terrorista para meterse de nuevo en territorio sirio. Las excusas fueron las de siempre, culpar a Assad y a Rusia de la crisis humanitaria
que Occidente mismo había provocado en aquel suburbio de Damasco.
Como viene siendo el caso en los últimos 3 o 4 años, Rusia lo impidió y, finalmente, a mediados de marzo las tropas de Assad (con ayuda de Irán y Rusia)
lograron recuperar la zona y expulsar (o negociar una salida) de todos los terroristas asentados en aquel lugar.
Esto, claro está, no gustó a Occidente; primero porque habían perdido otra vez la oportunidad de usar sus fuerzas subsidiarias para invadir Siria o al menos crear suficiente caos para evitar la estabilización del país, y segundo porque, tras la recuperación, el ejército sirio
halló laboratorios y armas químicas que estaban en manos de los terroristas y fuertes indicios de que el Reino Unido estaba involucrado en la provisión de las mismas. También se encontró evidencia de que los "heroicos" Cascos Blancos eran parte de este complot.
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