La moralidad es, por encima de todo, un recurso que favorece la convivencia.
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La moral suele ser un motivo de división radical en las opiniones y la visión del mundo de las personas. Para algunos, los principios morales son en cierto grado incuestionables, tanto como la obediencia que se les debe profesar. A otros, en cambio, la moral les parece una suma de principios que contienen y censuran la espontaneidad propia del ser humano, conduciéndolo a formas de actuar poco favorables para su desarrollo personal.
Una y otra postura son de cierta manera sólo discursivas, pues nadie acata estricta y absolutamente todas las reglas morales que existen en una sociedad y, por otro lado, tampoco es posible vivir entregados por completo al llamado de nuestros impulsos y apetitos, sin tomar en cuenta el medio social del cual formamos parte. Lo más común es más bien oscilar entre uno y otro extremo: hay principios morales que obedecemos, consciente o inconscientemente, y otros que en el marco de nuestra subjetividad hemos sido capaces de cuestionar e incluso desechar.
En este sentido, es posible tomar la moral con menor radicalismo y, en cambio, entender que
se trata de un recurso generado por la comunidad humana con el fin de facilitar la convivencia. Cuando todos estamos más o menos de acuerdo en ciertos principios básicos que regulan nuestros intercambios en sociedad, es más fácil llevarlos a cabo, o al menos todos partimos de una base común sobre la cual pueden construirse relaciones de mayor profundidad.
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