Los manifestantes franceses de los chalecos amarillos son protagonistas de un hecho histórico, aunque quizás no tengan conciencia de ello. Son los primeros en enfrentarse físicamente a las consecuencias de la globalización financiera que está sumiendo a Occidente en un agujero fiscal y regulatorio sin precedentes.
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El movimiento nació en octubre en las redes sociales como protesta contra la decisión del Gobierno francés de subir las tasas de los combustibles, especialmente pronunciadas en el caso del diésel. "Con 939 euros al mes y un alquiler de 400, no puedo usar mi coche, he trabajado toda mi vida y no puedo comprar combustible", explicaba una señora de unos 70 años rodeada de chalecos amarillos.

El colectivo es heterogéneo: clases medias, pensionistas, parejas jóvenes o de mediana edad con hijos en las ciudades enarbolando banderas francesas (la envidia sana por un país orgulloso de sus símbolos); en las periferias de la capital y de otras grandes ciudades se agrupaban jóvenes -a la 'Francia multicultural' ni está, ni se la espera- con una dialéctica más violenta pero sin llegar a la confrontación física y, como es habitual, violentos de extrema izquierda que son los que llevan la batuta a la hora de enfrentarse a los cuerpos y seguridad del Estado, según informaron medios como Le Point. Por el momento no hay organización que dirija el movimiento, ni líderes, ni portavoces. Seguramente esto no tarde en ocurrir.

Según puede apreciarse en las imágenes, gran cantidad de manifestantes llevaban banderas de Francia en la mano al grito de "¡Nosotros somos el pueblo!" y cantando La Marsellesa (los alemanes, al caer el muro de Berlín, gritaban lo mismo: "Wir sind das Volk!"). La respuesta de la policía dirigida por el ministro del Interior Christophe Castaner, no se hizo esperar: palos y gases lacrimógenos. La imagen de las banderas francesas pisoteadas por legiones de policías quedará grabada a fuego por mucho tiempo en la retina de los franceses.

Un movimiento en expansión

La protesta organizada ha ido evolucionando y se han ido sumando más colectivos como los estudiantes de institutos y universidades. El mayo del 68 se repite en 2018 pero sin ideología comunista de por medio. Critican la pérdida general de poder adquisitivo y las desigualdades sociales y territoriales, en sintonía con lo que ocurre en España y que ha sido una de las causas de la irrupción de VOX en el panorama político español. "Hay muchas demandas: los pensionistas, los jóvenes, los obreros...", dice un joven de menos de 30 años entrevistado en mitad de una rotonda en las afueras de París.

También piden la bajada de las tasas que gravan a las clases trabajadoras o la reintroducción del impuesto sobre la fortuna. La llegada del mesías Macron frente a la salvaje Marine Le Pen ha supuesto un empuje en las políticas que se llevan practicando en la Unión Europea desde hace décadas, pero en especial desde la crisis de 2007: aliviar la contribución de los más ricos aplastando a las clases medias y trabajadoras hasta el punto de crear un abismo mayor que el que había antes. Ahora, los pobres son más pobres y los ricos son más ricos. Una pareja joven media -ambos trabajadores- no pueden llegar a fin de mes debido a los desorbitados alquileres (en el caso español, Madrid va camino de ser París) y la insostenible carga tributaria para mantener Estados mastodónticos.

Las protestas celebradas en los últimos cuatro fines de semana han derivado en graves desórdenes públicos y en cuantiosos daños materiales.

La furia se expande por la UE

Manifestantes belgas ataviados con los chalecos intentaron entrar en el Parlamento Europeo en Bruselas, algo que no se había intentado hasta el momento.


Este pasado fin de semana también se han producido manifestaciones en Rotterdam (Países Bajos).

También parece haber llegado a España, aunque contaminada por ideologías de izquierda. En el siguiente perfil de Twitter puede verse cómo se añade la palabra "antifascista" en el logo. Las propuestas aquí recogidas van de un extremo a otro del ideario político:


Macron sigue adelante con su programa

La subida estaba en el programa electoral de Macron y "forma parte de la lucha contra el cambio climático", aseguran desde el Elíseo. El objetivo: tratar de disuadir del uso de energía contaminante. François de Rugy, ministro francés de Medio Ambiente, aseguraba en rueda de prensa que es su deber "impulsar la lucha contra el cambio climático" y que esta subida está enfocada en "financiar estas medidas". Curiosa manera de luchar contra la contaminación global: en vez de subir los impuestos a las empresas o legislar en su contra, se atraca nuevamente a mano armada a los millones de consumidores. Las similitudes con el caso español son obvias (el infame 'impuesto al sol' del Partido Popular).

El presidente Emmanuel Macron señalaba al poco de estar las protestas que entiende a los ciudadanos, pero que no se rendiría "ante quienes buscan la destrucción y el desorden". El joven elegido por la élite económica de los Rotschild para gobernar Francia continúa con la narrativa de una clase dirigente que ha perdido toda conexión con la realidad de su pueblo, como ocurre en otros muchos países de la Unión Europea. Los ciudadanos no se han echado a las calles en masa por placer, sino porque el sistema actual les empobrece cada vez más hasta el punto de ser, lo que se denomina desde hace unos años, "pobres con trabajo". Es decir, millones de personas que trabajan para poder pagar las facturas de cada mes, y punto. Sin ahorro no hay futuro, y eso es lo que están pidiendo los chalecos amarillos en Francia y otros colectivos por todo el continente.

Esta revolución llega justo en el peor momento para Macron, cuando su popularidad se encuentra en lo más bajo desde su llegada a la presidencia de Francia hace poco más de un año y medio. Tan solo el 27% de la población lo apoya. En cambio, estas protestas no han hecho mella en la imagen del colectivo: el 70% de los franceses lo apoya, según los sondeos.

La oposición en el parlamento se ha sumado a las reivindicaciones entre las cuales se encuentra la dimisión del presidente. Aunque hace un mes, cuando comenzaban las protestas, el gabinete presidencial no mostraba signos de acercamiento, Macron ha acabado por ceder. Édouard Philippe, primer ministro francés, señaló en rueda de prensa el pasado 4 de diciembre que "hay que estar ciego o sordo para no ver ni escuchar la ira". Estas declaraciones sirvieron a modo de cortafuegos temporalmente hasta la manifestación del pasado fin de semana con un resultado de más de 89.000 policías desplegados por todo el país -10.000 solo en París-, más de 1.723 detenidos, 9.000 agentes y más de 100 heridos en total entre civiles y fuerzas del orden. Por el lado de los manifestantes, acudieron unos 10.000 chalecos amarillos en París y unos 115.000 en todo el país.

El presidente ha cedido temporalmente y los precios del gas, electricidad y tasas de carburantes se han congelado con la esperanza de aplacar a los descontentos.

Los más desfavorecidos por estas medidas son los habitantes de las provincias con una menor disponibilidad de transporte público. Los habitantes de la campagne francesa, como de cualquier otra zona rural, están obligados a usar sus vehículos privados para cubrir medias o largas distancias, a menudo para trabajar o disfrutar de su tiempo libre. "No tengo 20.000 euros para cambiar de coche", reconocía una mujer a El País. Muchos no tienen ni para llegar a fin de mes.

Los manifestantes han cortado carreteras y bloqueado suministros de combustible. Un joven a los pies del Arco del Triunfo se muestra decidido a continuar: "Mientras no tengamos lo que queramos, seguiré viniendo cada sábado". Lo mismo opinan muchos franceses, alguno se plantea pasar las Navidades en las calles.