Traducido por el equipo de SOTT.net

Como todos los seres vivos, la gente necesita comer para vivir. Algunas personas, carcomidas desde dentro por una fuerza demoníaca, intentan negar a los demás este sustento básico. En todo el mundo la gente pasa hambre porque los poderosos y ricos crean condiciones económicas y políticas que permiten que su riqueza se construya sobre las espaldas de los pobres del mundo. Es una vieja historia que se actualiza constantemente. Es una forma de terrorismo oficial.
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© Off-Guardian
Desde la hambruna irlandesa con sus terribles secuelas creada por el gobierno imperialista británico en el siglo XIX, que causó la muerte de entre uno y dos millones de irlandeses y la emigración forzosa de más de un millón más sólo entre 1846 y 1851, hasta el salvaje genocidio israelí actual y la inanición forzosa de los palestinos en Gaza, las historias de hambrunas por motivos políticos son legión.

A su paso, como escribió el historiador Woodham-Smith en 1962 sobre la hambruna irlandesa, "dejó tras de sí el odio. Entre Irlanda e Inglaterra el recuerdo de lo que se hizo y soportó ha permanecido como una espada". Este rencor irlandés hacia los ingleses era fuerte incluso en mi propia infancia irlandesa-estadounidense en el norte del Bronx, más de un siglo después. La limpieza étnica deja un legado lívido de rabia hacia los perpetradores, especialmente en el caso irlandés cuando se habla de la peligrosa emigración forzada de los antepasados en los barcos ataúd.

Los actuales dirigentes del gobierno israelí deben de ser unos ignorantes históricos o unos suicidas, ya que la rabia irlandesa contra los británicos condujo a la Rebelión de Pascua de 1916 y a la posterior creación de la República de Irlanda, donde hoy en Dublín, su capital, enormes multitudes marchan en apoyo del pueblo palestino y de su lucha contra Israel. ¿Creen los dirigentes israelíes que pueden eludir las lecciones de la historia, lecciones que los pueblos oprimidos de todo el mundo aprendieron de los incontenibles rebeldes irlandeses? Al igual que sus arrogantes homólogos imperialistas británicos, se han autoproclamado pueblo elegido para poder infligir muerte y sufrimiento a los no elegidos, el pueblo animal, esas repugnantes criaturas que no merecen la vida, la tierra ni la libertad.

Pero si matan de hambre, torturan y masacran a la gente lo suficiente, la espada flamígera de la venganza les cobrará un alto precio. Las furias oscuras descenderán.

Deshumaniza a la gente lo suficiente, toma su tierra, y siempre llega el día en que los desdichados de la tierra se levantan contra sus racistas asentamientos colonialistas.

Niega el pan de la vida a la gente el tiempo suficiente para que vean morir en sus brazos a sus hijos demacrados o busquen partes de sus cuerpos bajo los escombros bombardeados y comprobarás que los aterrorizados se han convertido en aterradores.

Frantz Fanon escribió con precisión sobre el vínculo entre el pan y la tierra: "Para un pueblo colonizado el valor más esencial, porque el más concreto, es ante todo la tierra: la tierra que le traerá el pan y, sobre todo, la dignidad".

Sin pan que comer, como nos dijeron Marx y Victor Hugo a su manera, los desesperados se convierten en desaforados.

El poeta Patrick Kavanaugh, en su inquietante y largo poema "El gran hambre", concluía así: "El demonio hambriento / crea el apocalipsis de arcilla / en cada rincón de esta tierra". Líneas que, con una ligera diferencia, pertenecen a todas las tierras donde el hambre se utiliza como arma de guerra.

Pero, ¿por qué? ¿Cuál es esa fuerza demoníaca que impulsa a unos animales humanos a oprimir a otros?

Creo que podemos estar de acuerdo en que los humanos tienen necesidades animales de hambre, sed, sexo, etc. que necesitan ser satisfechas, pero que también somos criaturas simbólicas, ángeles con ano, como Ernest Becker ha dicho tan mordazmente en su libro clásico, La negación de la muerte. Vivimos en un mundo de símbolos, no sólo de materia. A diferencia de otras especies animales, hemos tomado conciencia de la muerte y debemos lidiar con esa conciencia de un modo u otro. Tenemos creencias, ideas, sistemas de símbolos y obtenemos nuestro sentido de la autoestima simbólicamente. Por supuesto, los anos son el problema porque nos recuerdan que, a pesar de todas nuestras fantasías altisonantes de omnipotencia de tipo simbólico, lo que entra por un agujero sale por el otro y, como esos depósitos de agujeros traseros, nosotros también estamos destinados a los agujeros subterráneos de la tierra.

Pero esto es inaceptable. Pensar en ello vuelve salvajemente locos a muchos individuos, grupos y naciones. Así que, como escribe Becker, "Un animal que obtiene su sentimiento de valía simbólicamente tiene que compararse minuciosamente con los que le rodean, para asegurarse de no quedar en segundo lugar".

Aquí radica la raíz de la competición y el deseo de tener éxito y enarbolar los trofeos simbólicos que nos declaran vencedores. Y si hay ganadores, tiene que haber perdedores. Si yo gano y tú pierdes, puedo sentirme superior a ti y "bien conmigo mismo", al menos en el ámbito en el que competimos. La igualdad es un problema para los humanos, a quienes Nietzsche llamó "la enfermedad llamada hombre". Este sentido de la competencia puede ser relativamente inofensivo o mortal.

La historia está repleta de este último tipo, en el que el miedo a no ser inmortal lleva al exterminio de los demás, como si dijera: "Mira, somos el número uno". Vosotros morís pero nosotros vivimos. Es el caso de la actual política israelí de genocidio de los palestinos mediante el hambre, las bombas y las armas. El enemigo elegido siempre es considerado basura, cerdo, reducido a la condición de animal indigno de existir, y en una transferencia de inquietud existencial que emana de un profundo sentimiento de inseguridad enmascarado de triunfalismo, debe ser eliminado porque su mera existencia amenaza el sentido divino que los opresores tienen de sí mismos.

Hay hambre física y hambre simbólica. Ambas necesitan satisfacción. En un mundo justo y equitativo, el hambre de pan sería fácil de satisfacer. Es el hambre simbólica de una respuesta a la muerte lo que plantea el problema más profundo y causa el primero. Porque en un mundo en el que las personas pudieran reconocer sus miedos y ansiedades profundas y dejaran de transferirlos a los demás, podría reinar el pan de la verdad. Podríamos dejar de masacrar y matar de hambre a los demás para purgarnos del odio a nosotros mismos y de la inseguridad que nos lleva a sentir el amor de nuestros compañeros victimarios pero el odio de nuestras víctimas. Nadie sería el Número Uno. Todos serían elegidos y festejarían como iguales en la mesa del pan de la vida.

Si los dirigentes de los gobiernos israelí y estadounidense supieran leer, podrían leer Moby Dick de Herman Melville y desviarse del camino de su obsesión conjunta por arrasar el mundo por un trofeo que nunca enarbolarán. Ishmael podría llegar a ellos con sus palabras: "Porque no hay locura de la bestia de la tierra que no sea infinitamente superada por la locura de los hombres". Y podrían buscar la paz, no una expansión de la guerra.

Ojalá... pero sueño, porque han elegido la guerra, y las furias oscuras acechan.