A menudo, Canadá es considerada un modelo de armonía. Las elecciones celebradas el lunes 21 de octubre sugieren un país más dividido.

justin trudeau esposa
Justin Trudeau junto a su esposa.
En buena parte de la costa este, el Partido Conservador tuvo problemas. En las praderas occidentales, el primer ministro Justin Trudeau y su Partido Liberal fueron rechazados. Un partido de Quebec que defiende la independencia quebequense de Canadá subió como la espuma.

Los resultados de las elecciones nacionales canadienses que se llevaron a cabo el lunes hacen eco de las divisiones en otros países de todo el mundo donde el regionalismo se está intensificando y la división entre el campo y la ciudad está creciendo. El Reino Unido tiene el brexit. Estados Unidos tiene la tierra de Trump. Y, tras las elecciones en Canadá, los separatistas de las praderas en las provincias occidentales de nueva cuenta están haciendo un llamado a favor de un #Wexit.

"El regionalismo es una de las características que definen al país y vimos cómo se demostró anoche", comentó Andrew McDougall, un politólogo de la Universidad de Toronto. "Los líderes políticos pueden hacer el intento de conciliar ese tema, pero muy a menudo no hay nada que se pueda hacer al respecto".

Shachi Kurl, directora ejecutiva del Angus Reid Institute, una encuestadora sin fines de lucro, mencionó que los resultados demostraron que tanto el Partido Liberal de Trudeau como el Partido Conservador de Canadá, los cuales solían atraer simpatizantes de todo el país, ya no eran capaces de hacerlo.

Los conservadores y su líder, Andrew Scheer, político de carrera que está en contra del aborto y que ha realizado comentarios despectivos respecto del matrimonio entre personas del mismo sexo, recibieron un apoyo desproporcionado de los votantes de las praderas canadienses occidentales. En esencia, los liberales de Trudeau regresaron gracias a los votantes de las provincias del este.

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© Sean Kilpatrick/The Canadian Press vía APEl primer ministro canadiense y líder del Partido Liberal, Justin Trudeau, hace declaraciones a reporteros que lo acompañaban a un acto de campaña cuando iban en un avión en Halifax, Nueva Escocia, el miércoles 18 de septiembre de 2019.
Sin embargo, a pesar de que las elecciones enfatizaron las polarizaciones en Canadá, Trudeau logró obtener, no sin dificultad, un segundo periodo y una victoria para su agenda liberal gracias a temas como el cambio climático y los derechos de las mujeres y las minorías.

Su apretada victoria — los conservadores ganaron el voto popular por un pequeño margen — fue una reivindicación después de una campaña dolorosa. Trudeau recibió ataques incesantes en torno a acusaciones de que intimidó a su exministra de Justicia, una mujer indígena, y su imagen quedó manchada con la publicación de fotos antiguas en que sale vestido con disfraces que pueden considerarse racistas.

No obstante, la pérdida de la mayoría que obtuvo en 2015, un resultado aleccionador, muestra que, en lo personal, y no solo en su plataforma liberal, Trudeau causa divisiones y que la mayor parte de su apoyo proviene de las zonas urbanas. Sus liberales no lograron conseguir la mayoría y él tendrá que gobernar con el apoyo de partidos más pequeños.

Muchos habitantes con estudios universitarios de las zonas urbanas orientales han disfrutado la figura pública de Trudeau, su progresismo optimista y su talento para proyectar una imagen positiva de Canadá en el escenario mundial. Sin embargo, es una figura odiada entre muchos conservadores occidentales que lo consideran un santurrón que intenta imponer una moralidad pública.

Pocos asuntos dejaron en mayor evidencia la ruptura regional que el cambio climático, el cual galvanizó a los votantes.

En su primer periodo, Trudeau, decidido a pulir sus credenciales ambientalistas, introdujo un impuesto nacional al carbono. No obstante, en un intento por satisfacer a los votantes de la rica provincia petrolera de Alberta, también gastó miles de millones de dólares de fondos gubernamentales en expandir un oleoducto desde Alberta hasta la costa del Pacífico.

Sin embargo, a final de cuentas, eso casi no le benefició en términos políticos. Su partido fue aniquilado en Alberta y Saskatchewan, donde resonó la plataforma en contra del impuesto al carbono de los conservadores, y perdió apoyo en Columbia Británica, donde la expansión del oleoducto se enfrentó a una oposición feroz.

Andrea Perrella, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Wilfred Laurier en Waterloo, Ontario, mencionó que las divisiones regionales de Canadá en su mayor parte tienen su origen en asuntos prácticos y no ideológicos.

"No es que la gente se haya mudado a Fort McMurray porque le guste la industria del petróleo y el gas y crea que el cambio climático es un engaño; se mudó ahí por trabajo", señaló refiriéndose al pueblo de Alberta que está en el corazón de las arenas petrolíferas. "Si la industria del petróleo y el gas llegara de golpe al centro de Montreal, la gente de ahí la apoyaría".

El regionalismo de las elecciones tuvo una prominencia especial en Quebec, provincia con una mayoría francófona donde el Bloc Québécois, un partido explícitamente regional que apoya la soberanía de Quebec, ganó una cantidad extraordinaria de 32 curules.

Hace tan solo unos meses, el partido era un desastre. Sin embargo, su líder, Yves-François Blanchet, consiguió un repunte drástico con la política de identidad y la promesa de defender los derechos de los quebequenses y la lengua francesa en Ottawa.

Durante la campaña política, Blanchet despotricó en contra de la interferencia del gobierno federal en los asuntos de Quebec y le advirtió que no debía impugnar una polémica ley quebequense que prohíbe que los jueces, los maestros y los oficiales de la policía usen símbolos religiosos, como pañoletas en la cabeza y turbantes, en horas de trabajo.

La ley ha enfurecido a defensores de los derechos humanos en otras partes del país, entre ellos a Trudeau, quien ha señalado que podría impugnarla en los tribunales.

Sin embargo, las elecciones también demostraron que, a diferencia de otros países, el populismo antinmigrante tiene un atractivo limitado como plataforma nacional en Canadá, un enorme país con una población escasa que siempre ha dependido de la inmigración.

El gran perdedor de las elecciones fue Maxime Bernier, un líder populista a quien le gusta que lo llamen por el sobrenombre de "Mad Max" y que se ha opuesto a la inmigración y a lo que llama "multiculturalismo extremo" e "histeria por el cambio climático". Su Partido Popular quedó fuera del Parlamento al no lograr que alguno de sus candidatos, ni siquiera Bernier, obtuviera un curul.

A pesar de las divisiones evidentes en el electorado y de la victoria de Trudeau por un margen de lo más diminuto, los expertos consideraron la noche como un triunfo para él.

"Una victoria es una victoria", opinó Jean-Marc Léger, director ejecutivo de la encuestadora Léger, con sede en Montreal.

"Su marca se vio afectada", comentó. No obstante, agregó que "los canadienses querían darle una lección, pero también lo querían de regreso".