"Estas autopistas de la selva llegarán a lo más profundo del mundo tropical lleno de materiales de progreso y prosperidad, creando bienes que podrán llegar de manera rentable a los mercados mundiales, y que nos ofrecerán encantadores viajes por los bosques de las tierras del Trópico". Narrador de Futurama 2.

Allá por los años sesenta, la empresa norteamericana General Motors andaba buscando nuevos mercados donde expandirse, siendo uno de sus puntos estratégicos el aumento de la construcción de carreteras en todo el planeta. Obvio: a más carreteras, más coches y más ventas. Un lugar tentador y que ofrecía perspectivas lujuriosas de crecimiento era Latinoamérica, el tradicional patio trasero norteamericano. ¿Pero dónde había un buen terrenito que sirviese para unir varios países y a ser posible poco poblado? ¡En la selva del Amazonas!
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El problema principal con el que se enfrentaban los ingenieros, una vez fuesen pagadas las mordidas a los políticos locales y gestionados los permisos, era la fronda. Con tanta jungla y tanta broza, necesitaban de una tecnología que dejase aquellos bosques convertidos en calvas llanuras y listas para recalificar rápidamente, así que de alguna mente calenturienta salió la idea de fabricar "un gigante mecánico que alisase el terreno, detuviese el crecimiento de la flora, pusiese cimientos fuertes, fabricase adoquines, lo uniformizase y lo cementase todo".

El engendro tendría el tamaño aproximado de un tren de mercancías y un ritmo de destrucción de 32 kilómetros al día. Le hubiese tomado unos siete meses hacer una carretera a lo largo del río Amazonas, desde su nacimiento en Perú a su desembocadura en Brasil.

Todas estas cifras estaban impregnadas del optimismo propio de las películas utópicas de ciencia ficción de la época. Para que el deforestador fuese efectivo, debía estar impulsado por energía atómica y auxiliado por otra serie de máquinas futuristas que cortarían árboles mediante pinzas gigantes y rayos láser.
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Una vez terminadas las superautopistas, los sudamericanos se lanzarían en masa a los concesionarios de coches yanquis para hacerse con el suyo y recorrer como papanatas el nuevo erial amazónico, parando de vez en cuando para comer hamburguesas regadas en abundante coca cola y visitar museos naturales con animales disecados. O algo así.
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¿Cómo es que aquello quedó en agua de borrajas? No había dinero ni tecnología para derribar árboles a sablazos láser, ni un motor atómico seguro para equipar a las bestias mecánicas que llevarían a cabo la masacre vegetal. La fumada de General Motors se quedó solo en eso y no pasó de inspirar las maquetas de una atracción del Futurama 2, la feria de muestras que la compañía celebró entre 1964 y 1965 para mostrar a los visitantes sus "virtudes" tecnológicas y planes de un futuro que (¡uf!) nunca llegó.

Hoy en día uno puede comprar máquinas para facilitar el asfaltado y para la creación de carreteras, como la "adoquinadora" de Silver Stone (y sin rayos láser) pero sigue siendo necesaria la implicación de miles de personas que cobran un sueldo y necesitan descansar. Ademas, afortunadamente para nuestra salud, hoy en nuestras sociedades no mola nada la idea de cargarse el pulmón del planeta y existen organizaciones que luchan contra la deforestación del Amazonas ¡Larga vida a la fotosíntesis!
Con información de: Xataka.com, Wikipedia y Noticiascoches.com
Jaime Noguera es medio guaraní y el autor de España: Guerra Zombi.