El general Espartero no murió. Cuando la oligarquía ha necesitado de algún otro general, ha resurgido como el ave Fénix de sus cenizas. Resurgió en la guerra cubana, cuando las tropas españolas reprimían a los independentistas de Antonio Maceo o José Martí. La burguesía catalana, muy española en aquel momento, obtenía pingües beneficios vistiendo a los batallones de soldados que morirían en el frente. Los derechos nacionales, que tímidamente se comenzaban a exigir en cenáculos ilustrados de Barcelona o Reus, no se podían permitir a los revolucionarios cubanos.
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Nuevamente, el general renació reprimiendo obreros cuando la guerra africana se llevaba a los hijos de los pobres a matar a otros tan pobres como ellos en el Rif. La aristocracia catalana (el conde de Güell por ejemplo), ya que no podía enriquecerse con la trata de esclavos, como había hecho su familia, debía defender sus minas de hierro en el norte de África. Unos cuantos miles de soldados pobres murieron para defender los negocios de esos aristócratas. Espartero estuvo en la Semana Trágica en Barcelona. La burguesía catalana que había alimentado el nacionalismo catalán, atemorizada por la revuelta popular, acudió a los generales españoles para que impusieran el orden. El burgués catalán volvía a convertirse en español. Lo hizo nuevamente cuando las tropas dirigidas por el infame general Franco aplastaban la revuelta asturiana en 1934. Revivió en los generales fascistas en 1939 (a los que tuvo que pagar para que se alzaran en armas) y finalmente Espartero se levantó nuevamente el 23F.

El esquema vuelve a repetirse. Ahora dicen que será un golpe blando. La excusa, en realidad baladí, es la movilización popular en Catalunya. Personalmente me declaro anti-independentista. Nuestros sabios y nuestros mayores nos han enseñado que la clase obrera es fuerte cuando tiene la fuerza de las ideas, la organización y su unidad. Y es masacrada (recordemos las guerras mundiales) cuando se rompe y sigue banderas que no son las suyas, sino las de la clase dominante.

España vive una situación de excepcionalidad histórica. Sufrimos, en Madrid y Barcelona, a una clase política que durante decenios ha saqueado las arcas del Estado. Durante años la oligarquía ha "compadreado" junta, tanto los de acá como los de acullá del Ebro. Han ahondado en la corrupción hasta niveles inimaginables. Todas las instituciones del Estado han ayudado en este proceso, desde la corona hasta las más altas instancias judiciales, los partidos políticos o los militares. España se ha convertido en un lodazal.

Es preciso cambiar las cosas para que nada cambie. Es necesario un golpe de timón, no para corregir la situación, no para perseguir y castigar a los culpables, sino para correr el velo como sucedió tras el 23-F que implicó un retroceso en las demandas sociales de regeneración. El Estado, la clase dirigente va a dar un golpe de Estado; dicen que blando, ya veremos.

Necesitaban una excusa. Debían crear un Estado de Alarma que "obligara" a los generales a tomar una decisión. La excusa ha sido, como todos sabemos, el proceso independentista catalán. Su aceleración no viene por la presión popular, ésta ha sido graduada y motivada por una fuerte campaña publicitaria. Sus dirigentes han leído correctamente los manuales de Gene Sharp sobre las primaveras árabes y las primaveras de colores. Los métodos, las formas y los sistemas coinciden.

La última gota, la que ha desbordado el vaso ha sido el levantamiento del secreto bancario en Andorra propuesto por Rajoy (para castigar a la casta catalana) en 2015. Trajo como consecuencia la regularización de miles de cuentas bancarias, que habían engordaba con el desfalco y el robo de Catalunya durante muchos años (el caso Pujol y el caso CiU, no son sino la punta de un Iceberg) Al parecer las regularizaciones de Montoro en 2012 no fueron suficientes y ahora una parte de la oligarquía catalana, que tradicionalmente ha exportado su dinero "B" a Andorra y de ahí a otros paraísos fiscales puede quedar en evidencia. Podría salir a la luz el latrocinio cometido durante años en Cataluña.

Así desde el 2015 la situación social entorno a la cuestión nacional se ha ido degradando. El movimiento independentista catalán hunde sus raíces en la insolidaridad para con los "otros catalanes", es decir los que no son independentistas, y para los "otros" habitantes del Estado que, en el imaginario que ha sabido crear la derechona catalana, son vagos, incultos y hasta huelen diferente.

La derecha catalanista con la ayuda de la CUP y la pasividad o el beneplácito de una izquierda desnortada ha ahondado, y eso es lo peor, en el enfrentamiento social entre catalanes y entre Cataluña y otras comunidades autónomas. El movimiento independentista tal como está definido en la actualidad es excluyente para aquellos que no comulguen con su credo. No es discurso que cuestione las bases del sistema, no habla de recortes, no propone soluciones beneficiosas para las clases populares, ni en educación, ni en sanidad (los recortes alcanzan la increíble cifra del el 32%) ni en el PIRMI (que la Generalitat ha recortado ostensiblemente), ni la eliminación de los desahucios. Ni siquiera en el tema de la autodeterminación, derecho que reclama para Cataluña, pero que niega a nacionalidades brutalmente oprimidas como la Palestina o el Polisario.

La derecha apela únicamente a un sentimiento difuso en lo emocional. Ha sabido imponer este análisis a lo largo de mucho tiempo y al no encontrar discurso alternativo por la izquierda lo ha convertido en hegemónico.

El movimiento en Cataluña es de amplio calado, es muy importante. Lo que no quiere decir que sea ni de izquierdas ni progresista. Los ejemplos son múltiples: los discursos del actual Consejero del Interior en el día de la toma de posesión, señalando como ciudadanos a los catalanes independentistas y como meros súbditos a los demás ahonda en esa cuestión. La señora Forcadell presidenta del Parlament, cuando estaba en Ómnium Cultural, defendía que los independentistas eran catalanes, los demás no. La diputada de la CUP, Mireia Boya, amenaza a las fuerzas de izquierda con un "Roma no paga traidores".

La derecha corrupta catalana que representa, no lo olvidemos, Puigdemont y al que nadie ha elegido como President de la Generalitat, pretende con esta cruzada "nacional" negociar con el corrupto Partido Popular una vía de escape. En especial han pretendido la cesión en exclusiva de las competencias en justicia, para rápidamente, ocultar los desfalcos cometidos, no sólo como clase política sino como estructuras empresariales.

La fuerza del PDeCat será la capacidad de movilizar a una población a la que se le vendió que la Independencia "es fàcil" como decían las enganchinas en esta larga carrera hacia el abismo. A la que se dijo que "España ens roba" y que casi todos los españoles eran vagos y vivían de la laboriosidad catalana. Se le dijo también que la independencia sería inocua, de la noche a la mañana viviríamos en el país donde los ríos dan leche y miel. Se nos dijo que no queríamos la independencia sino el "Derecho a decidir". Ahora la situación ha cambiado.

La oligarquía ha decidido que la situación se adentra en una tierra ignota. El discurso del Rey Felipe VI ha sido una orden de intervención. La declaración Unilateral de Independencia no se producirá. El Estado actuará utilizando la fuerza, los próximos días veremos situaciones inimaginables hasta ahora y el pueblo, nosotros los trabajadores sufriremos las consecuencias.