(España) -
Se han cruzado en las últimas semanas novedades relevantes en el cenagal de la corrupción y un bombardeo de encuestas que pronostican un "asalto a los cielos" de Ciudadanos mientras las fuerzas de izquierda aparecen condenadas al bucle del desentendimiento y la melancolía.Se diría que la política no es capaz de asomar más allá de la pared del cortoplacismo, y funciona como una especie de
Operación Triunfo en la que lo único importante es superar las "nominaciones" de la próxima semana (o encuesta) y no ser expulsado en la siguiente cita electoral. Asistimos a un juego tan ruidoso y entretenido como
jartible (algo más que cansino, que produce hartazgo, en expresión gaditana tan propia de carnavales). Dan ganas de gritar "¡despierten, coño!", tanto a la dirigencia de las izquierdas como a la ciudadanía que esperaba y aspiraba a algo muy distinto desde el 15-M.
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Sobran los motivos, pero hagamos recuento:
1.- La confesión de
Ricardo Costa y el
sucio amago de Francisco Granados cierran el círculo de una evidencia:
el Partido Popular lleva tres décadas financiándose de forma ilegal, manejando dinero negro y compitiendo de forma desleal con el resto de fuerzas políticas. ¿Quién lo dice? Lo han admitido ya empresarios que pagaban; lo han admitido ya intermediarios mafiosos que cobraban (trama
Gürtel) y han comenzado a admitirlo (¡por fin!) altos cargos del PP que conectaban a las empresas con las administraciones públicas que les recompensaban sus generosas donaciones con contratos y adjudicaciones. La diferencia entre Costa y Granados consiste en que
el primero se inculpó a sí mismo y aportó pruebas, mientras el segundo (al menos de momento) ha enchufado el ventilador interno en un intento de librarse de sus delitos achacando toda la responsabilidad a Esperanza Aguirre, a Ignacio González y a Cristina Cifuentes.
2.- Sostiene
Felipe González (en una
entrevista en Tele 5 concedida este mismo martes) que en España no ha habido "un fenómeno de corrupción" política sino que lo que se ha producido es
"un descuido generalizado". El expresidente sabrá por qué dice lo que dice, pero discrepo radicalmente. Por supuesto que ha habido un fenómeno de corrupción política, y no hay más que comprobar en los distintos sumarios, en las toneladas de pruebas y testimonios de las diferentes ramas de la
Gürtel o en el caso del 3% en Cataluña que ha existido una fórmula idéntica y mimética de
desvío sistemático de fondos públicos a bolsillos particulares y al dopaje de formaciones políticas de la derecha. Esa fórmula pasa por empresarios que pagan a fundaciones o a intermediarios a cambio de que dirigentes políticos faciliten contratos de infraestructuras que además sufrían posteriormente sobrecostes millonarios. De modo que en realidad
a los empresarios esta gigantesca broma no les costaba un euro, puesto que al engordar la factura final ya recuperaban lo gastado en comisiones, donaciones y extras de todo tipo que terminamos pagando también los contribuyentes.
3.- Por supuesto que ese fenómeno clamoroso de corrupción política
no habría funcionado durante tantos años sin "un descuido generalizado", o más bien sin "un descuido interesado". Ha habido órganos de control o supervisores que han mirado para otro lado, quizás bajo la presión de un bipartidismo acostumbrado al reparto de cuotas de poder institucional. Ha habido una mayoría de medios de comunicación que también miraron para otro lado o exclusivamente en una dirección, sin duda
condicionados por las mangueras de dinero público utilizadas para regar el ecosistema mediático (basta echar un vistazo a los
fondos del Canal de Isabel II o de
Arpegio en Madrid y a los
grupos periodísticos beneficiados). Y ha habido millones de ciudadanos que también han preferido taparse la nariz ante el hedor de la corrupción y seguir votando a quienes consideran "los suyos" incluso conociendo ya las mil y una mentiras acumuladas y los latrocinios ejecutados por "los suyos". En este imperdonable "descuido" conviene señalar que alguna influencia tiene la
capacidad de las fuerzas conservadoras para marcar la agenda de debate e imponer los discursos del miedo o la fuerza del refranero, pero también habrá que admitir que las fuerzas progresistas o "del cambio"
se han equivocado reiteradamente a la hora de responder a un discurso manipulador que alterna la técnica del ventilador con la desviación de los focos hacia asuntos que hagan el suficiente ruido para tapar las vergüenzas. (El ejemplo paradigmático es el caso de los ERE, donde es evidente y escandaloso el pillaje de fondos públicos para favorecer el clientelismo del PSOE, pero donde
no ha habido financiación ilegal del partido ni dirigentes políticos con cuentas millonarias y dinero negro).
4.- Ningún máximo responsable de un partido político corroído por la corrupción y la financiación ilegal como lo está el PP habría resistido en el poder como viene haciéndolo Mariano Rajoy desde el primer estallido de la
Gürtel o al menos desde el conocimiento público de sus
mensajes de apoyo a Luis Bárcenas. Por más que siga engordándose la leyenda, si Rajoy sigue al frente de "los suyos" no es por su supuesta habilidad política y su capacidad de resistir (que la tiene, sin duda), sino
más bien por el miedo a una alternativa de izquierdas en los poderes económicos, empresariales y mediáticos, así como por la incapacidad de renovación en el propio PP, inmerso e imputado en distintos procedimientos judiciales en curso.
5.- A medida que el nivel del cenagal de la corrupción crece, la batería de apoyos a un recambio en el espacio conservador también se ensancha. El éxito de Ciudadanos en Cataluña al dejar al PP en la irrelevancia y al pescar también en las aguas del PSC ha ido multiplicándose en las últimas semanas a escala estatal con la inestimable ayuda de resortes mediáticos (
merece una tesis doctoral la competición entre El País y ABC a la hora de elogiar editorialmente al partido de Rivera y de jalear
encuestas que lo sitúan ya en el palacio de La Moncloa). A Rajoy no sólo le han fallado Costa, Granados, Bárcenas, González, Aguirre... y por ahí hasta casi el infinito, sino también sus cálculos sobre la respuesta al independentismo catalán.
Esconderse bajo las faldas del Tribunal Constitucional y del Supremo en lugar de plantear alguna iniciativa política ayudó a que el soberanismo volviera a ganar la mayoría parlamentaria el 21-D y
ha permitido a Ciudadanos apropiarse de un discurso nacionalista español o patriótico más transversal.
6.- Es pronto para considerar imparable el
sorpasso de Ciudadanos al PP, pero
quienes saben leer la letra pequeña de los sondeos (sin cocinas) coinciden en señalar que
en cualquier caso el voto desde el centro a la ultraderecha se partirá en dos, como le ocurrió al espacio desde el centro hasta la extrema izquierda tras la irrupción de Podemos. Y, a fecha de hoy,
la suma de PP y Cs (o viceversa) supera claramente a los votos que sumarían PSOE y Unidos Podemos (o viceversa). Se reconfirma el fin del bipartidismo, como
reconoce el propio Felipe González, y cuaja un dibujo parlamentario de cuatro grandes fuerzas estatales y unos grupos nacionalistas o independentistas que mantienen un voto fiel.
7.- Ante este escenario, y mientras no se articule una vía política de entendimiento con los independentistas, el mayor riesgo de las fuerzas progresistas es imitar las estrategias de Rajoy o de Rivera. Sánchez confía en que la división del voto a su derecha puede favorecer una victoria del PSOE por la mínima para intentar repetir el intento de investidura con el apoyo de Cs y (esta vez sí) el permiso de Podemos.
Sentarse a esperar esa carambola, al estilo Rajoy, es arriesgado, porque quien busca el empate suele perder. Y lanzar mensajes un día para competir con Ciudadanos y otro para disputar votos a Iglesias, al estilo del desideologizado Rivera, puede suponerle a Sánchez la
dilapidación de su principal capital político: el apoyo de las bases que le devolvieron al liderazgo. Si Iglesias, por su parte, cree que la única clave que explica
su bajísima valoración en todas las encuestas es el rechazo que suscita en los demás partidos,
se arriesga a caer en un ensimismamiento que puede frustrar las aspiraciones de cambio de su base electoral y limitar el espacio de Podemos al que en su día ocupó la IU de Julio Anguita.
Se acelera la presión para convertir a los ciudadanos en simples consumidores, mucho más sensibles a la reacción a golpe de oferta o de click que de proyectos creíbles de futuro o modelos de país. Esa dinámica afecta a todas las democracias capitalistas y ha desorientado aquí y en todas partes a las formaciones progresistas,
precisamente cuando más falta hacen, tras el desastre social provocado por las políticas neoliberales.
Es hora de dejar de discutir sobre la definición exacta de "populismo" o sobre la primogenitura en la lucha feminista.
Porque mientras debatimos por algunas señas de identidad o por medallas diversas, nos siguen colando regresiones permanentes en derechos, en libertades o en igualdad.
Mientras nos entretienen con el "peligro ruso", las fake news y mil encuestas que alimentan "preverdades", el BOE sigue en las mismas manos o acabará en otras muy parecidas.
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