Entre las muchas interferencias con que las personas se ven obligadas a elegir entre huir o atacar... el fantasma del miedo es uno de los más acuciantes. Y entre los más inmovilizadores está este miedo a no valer, que afecta de tal modo el paisaje interno y el cuadro de creencias, que condena a la persona que lo padece a un dolor creciente y amargo. ¿Cómo podemos deshacernos de este miedo tan tóxico?

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El miedo a no valer, a no poder, a no ser suficiente es un miedo que conocemos desde niños. Cuando eres pequeña hay muchas fronteras que no puedes cruzar: algunas porque es físicamente imposible (alcanzar la lata de las galletas) y otras porque forman parte de lo que la familia ha señalado como inapropiado (decir tacos o escarbarse la nariz). Esto forma parte del proceso normal de colaboración paterna para ayudar al niño en su adaptación a la sociedad y los niveles de frustración que esto conlleva.

Pero cuando nos enfrentamos a un desproporcionado intento de protegernos del fracaso o del engaño... o arrastramos un sentimiento de culpa superlativo que nos inmoviliza... estamos ante un problema que puede llevarse por delante nuestras posibilidades de que crear la vida que soñamos.

En esto tienen mucho que decir las creencias: imagina una niña cuya naturaleza es dócil, sensible y conciliadora, que ama a mucho a sus padres (como todos los niños) y que tiene unos padres inflexibles, de carácter muy fuerte, y cuya principal preocupación es que todo salga perfecto.

¿Cuál será el universo interno en el que se desarrollará esta niña? ¿Qué margen de error sentirá que tiene? ¿Cuál será su mayor preocupación a la hora de actuar, si quiere que sus padres aprueben su conducta y no se enfaden con ella?

Los niños por naturaleza se autoexpresan adecuadamente y saben hacer notar sus necesidades desde muy pequeños. De manera que si un niño empieza a sentir que tiene que esforzarse para ser aprobado, hay una tensión de fuerzas excesivo entre el universo de los padres, y el suyo.

Ahora sigamos con el ejemplo de la niña dócil, sensible y conciliadora del ejemplo. Imaginemos por ejemplo que sus padres son personas muy trabajadoras, muy responsables, y han estado toda la vida preocupados por ganar dinero y sacar adelante la familia. Una lucha difícil, dura, y con niveles sostenidos de estrés y de incertidumbre. Aquí... ¿Qué pasaría si la niña quisiera ser artista plástica, escritora o música? Según es el perfil que hemos trazado esto es una posibilidad pero... ¿cómo viviría internamente la posibilidad de decir a sus padres que siente una vocación que conlleva un gran nivel de incertidumbre en su desempeño?

Desde luego, bien pronto la niña escogerá una actividad que tranquilice a sus padres.

Y comenzará a construir una historia externa acorde a los requerimientos de su grupo... y una historia interna llena de frustración, tristeza e ira contenida.

Entonces imaginemos que decide estudiar Medicina, o Derecho. O Periodismo. Da igual lo que escoja: sentirá miedo a no valer.

Y este miedo será la expresión de dos cosas: primero de un intento profundo de intentar liberarse de un destino con el que no sintoniza para nada... y de un autocastigo inconsciente por haber traicionado el llamado de su verdadero destino.

Como siempre, esto no es nada más que un ejemplo, pero que sirve para ilustrar lo que quiero explicarte. Y lo que quiero explicarte es que el miedo a no valer, no es más que una creencia que se puede cambiar. Todas las personas valen. (Aunque desde luego no todas valen para lo mismo). Las creencias se pueden modificar fácilmente. En serio: muy fácilmente.

Pero hay un paso previo a modificar una creencia, que es el paso que te lleva a una mirada panorámica para reconocer el territorio en el que estás moviéndote. El miedo es un exceso de tensión entre dos o más fuerzas, y sólo hace falta reconocer lo que son estas fuerzas y hacia donde tiran, para que una comprensión nos permita dar el paso hacia el cambio.

Entonces, si hay un miedo que te inmoviliza, que no te permite ser tu misma, mira un poco hacia atrás. No tiene por qué ser algo de la infancia. Recuerda cuando fue la última etapa en la que ese miedo no estaba en tu vida. Recuerda cuando sentías que valías, que eras perfecta, que eras invencible... o simplemente que todo estaba bien. ¿Habría llegado tu miedo tan lejos si alguien hubiera dedicado algo de tiempo a verte tal como eres y te hubiera impulsado a dar pasos acordes a tu naturaleza?

Pienso que no.

No sabemos cuando empezó, pero sabemos que el miedo no vino contigo de fábrica porque de bebé llorabas, exigías y posiblemente te enfadabas libremente.

El exceso de autoprotección llegó después... ¿cuándo?... no lo sé.

Pero lo que te puedo decir, porque eso sí lo sé, es que fue una decisión. Un compromiso quizás.

Y los compromisos (todos, sin excepción) se pueden romper.

Espero que quieras reflexionar sobre esto.

Por tu pleno bienestar.

Que tengas un feliz presente.