Expatriados es como llaman los medios a quienes ponen rumbo hacia otros países empujados por necesidades económicas. Pero con salvedades. Sólo cuando tienen pasaporte español. Si el punto de vista se encuentra al otro lado de la valla (en Melilla, por ejemplo) ese "espíritu aventurero" que impulsa a la juventud a abandonar el país según el Gobierno se transforma por arte de magia retórica en "avalanchas de inmigrantes" al asalto de Europa. Haga la prueba: más de 440.000 resultados en Google.
Avalancha no es una palabra inocente. Ni siquiera está bien empleada, porque el galicismo significa alud o "
masa grande de una materia que se desprende por una vertiente, precipitándose por ella". Pero nos viene de perlas para establecer distancias entre ellos y nosotros. En esa misma construcción y así como sin querer, aparece la palabra "inmigrantes". Se cuela reiteradamente entre las concertinas (la forma cursi de llamar a las cuchillas) y difumina con su sola mención buena parte de la verdad.
En las noticias de estos días sobre Macedonia o Italia resulta mucho más habitual escuchar el término "refugiados", ya que los emigrantes huyen de los horrores de Siria, Afganistán, Irak, Libia... Pruebe de nuevo en Google. Pero también la mitad de los que cruzan el mar hacia España son de nacionalidad siria. Y un significativo porcentaje afirma tener Mali, Chad o Argelia (otras zonas en permanente conflicto) como países de origen. ¿Refugiados, inmigrantes, expatriados? ¿Políticos, económicos, ilegales?
Pues según la solidaridad que inspiren por televisión y quién sea el responsable de dar soluciones al drama.
A través de las palabras nombramos la realidad y, con el uso, reforzamos una determinada visión del mundo. Cuando las utilizamos de forma inapropiada, enterramos y olvidamos su verdadero significado, como en la neolengua inventada por Orwell para la novela "1984". En la obra, los términos considerados peligrosos se despojan de todo sentido filosófico y político para condensarse en comodines vacíos. Hablar, escuchar, leer y escribir. Las cuatro habilidades fundamentales de la comunicación siguen siendo las únicas defensas posibles para no enredarnos en las trampas que el lenguaje nos tiende a uno y otro lado de la frontera.
Comentario: Los medios
mainstream cumplen un papel muy importante en la cuestión de la distorsión de la realidad a través de la manipulación del lenguaje, de las trampas verbales que utilizan, medias verdades o incluso la mentira más descarada.
Parafraseando al profesor
T. Van Djik , en su análisis del discurso y la manipulación, nos cuenta que una narrativa producida y comprendida en términos de modelos mentales que combinan creencias personales y sociales se vuelve fundamental para establecer la forma en cómo los receptores comprenden un evento, acción o discurso, y es debido a que estas creencias sociales, a su vez, controlan lo que la gente hace y dice en muchas situaciones en un tiempo relativamente largo.
Una vez que la actitud de la gente está influenciada, pocos son los intentos manipulativos necesarios para que se actúe en consecuencia, por ejemplo, para votar a favor de ciertas políticas. En cuanto nos creemos ciegamente toda esa
información que recibimos sin cuestionarla, entonces nos volvemos
los idiotas útiles del sistema. Deberíamos preguntarnos si éramos así de idiotas antes del invento de la televisión y no nos hemos dado cuenta.
Además, hay que tomar en cuenta las implicaciones de nuestra ceguera moral, al dejar que esas mentiras se instalen en nuestras estructuras cognitivas. En ese momento, creamos una
disonancia cognitiva, esta situación nos empuja a escudarnos en nuestra falsa comodidad para no querer afrontar la verdad de lo que acontece en el mundo, nos repetimos las mentiras (aunque sea inconscientemente) a nosotros mismos en el momento que aceptamos la desinformación que nos llega como correcta. Pero, ¿estaremos pagando un precio a nivel neuronal?
Cuando mentimos, las células del cerebro en la corteza prefrontal - la planificación, el director 'ejecutivo' del cerebro - trabaja más duro que cuando decimos la verdad. Esto puede reflejarse en la estructura física de nuestro cerebro, así: los mentirosos patológicos han demostrado tener más materia blanca 'cableada' y menos materia gris en la corteza prefrontal del cerebro que otras personas. Pero ¿cómo podemos saber si alguien está diciendo una mentira, o diciendo la verdad?
Atrás en el tiempo - hace 2000 años - en la antigua India, la gente utilizaba la prueba del arroz para detectar mentirosos. Cuando alguien está mintiendo, su sistema simpático ("lucha o huida") del sistema nervioso va a toda marcha, lo que lleva a la sequedad en la boca. Si la persona podía escupir un grano de arroz, entonces decía la verdad. Si su boca estaba seca y no podía escupir el grano, es que estaba mintiendo. Desde entonces, varios métodos diferentes para capturar mentirosos se han utilizado - con niveles de éxito variable.
-—Extracto de Your Brain on Lies, Damned Lies and 'Truth Serums'
Según otro estudio que citamos a continuación:
Mentir genera una actividad cerebral única que puede ser medida a través de imágenes por resonancia magnética funcional (fMRI), escáneres cerebrales que podrían algún día transformarse en una herramienta forense mucho más potente que la defectuosa prueba del polígrafo.
Los investigadores dieron a 18 sujetos una tarjeta de juego, a continuación, les ofrecieron dinero para mentir a un ordenador sobre la tarjeta mientras se sometían a una resonancia magnética funcional. Cuando los sujetos mintieron, los escáneres revelaron una mayor actividad en varias regiones del cerebro, incluyendo la circunvolución cingulada anterior, que está implicado en el monitoreo de conflictos, la atención y la inhibición de respuesta.
El investigador al cargo, Daniel Langleben, MD, profesor de psiquiatría de laUniversidad de Pennsylvania, dice que esto confirma la respuesta "default" del cerebro a decir la verdad.
"Ningún área del cerebro trabaja más duro para contar la verdad que cuando mentimos ", dice Langleben
.
Fuente: Psychology Today
Según Arthur Markman, Ph D, editor ejecutivo de la publicación
Cognitive Science: en el momento en que se miente, el estrés que provoca el hecho de fabricar una historia causa al sistema nervioso la liberación de cortisol en el cerebro; si la mentira es muy grande puede experimentar una fuerte subida de adrenalina. Y añade, el pulso se acelera, las pupilas se dilatan y se empieza a sudar. Tu cerebro reconoce que tu mentira te ha puesto en peligro, así se activa la respuesta de "lucha o huida", para que te defiendas.
Esta sobreexcitación del sistema simpático puede acarrear secuelas, en la habilidad para tomar decisiones e incluso, a largo plazo puede inducir una enfermedad autoinmune´.
Desde luego, aceptando la mentira contribuimos a más confusión y desorden, generamos todavía mayor entropía destructiva hacia nosotros mismos y el mundo.
Por el contrario, cuando somos capaces de llamar a las cosas por su nombre, ser sinceros con nosotros mismos, es cuando conseguiremos restablecer un cierto equilibrio en nuestro estado emocional que repercute en el bienestar general.
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Una vez que la actitud de la gente está influenciada, pocos son los intentos manipulativos necesarios para que se actúe en consecuencia, por ejemplo, para votar a favor de ciertas políticas. En cuanto nos creemos ciegamente toda esa
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Esta sobreexcitación del sistema simpático puede acarrear secuelas, en la habilidad para tomar decisiones e incluso, a largo plazo puede inducir una enfermedad autoinmune´.
Desde luego, aceptando la mentira contribuimos a más confusión y desorden, generamos todavía mayor entropía destructiva hacia nosotros mismos y el mundo.
Por el contrario, cuando somos capaces de llamar a las cosas por su nombre, ser sinceros con nosotros mismos, es cuando conseguiremos restablecer un cierto equilibrio en nuestro estado emocional que repercute en el bienestar general.
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