Traducido por el equipo de SOTT.net

El poema "La carga del hombre blanco" de Rudyard Kipling siempre ha sido objeto de intenso escrutinio, debate y crítica. Elaborado en el umbral del siglo XX, ensalza la responsabilidad del hombre occidental de civilizar y gobernar a los "pueblos hoscos recién capturados" de los territorios colonizados. Sin embargo, para comprenderlo dentro de los contornos del mundo actual, hay que aventurarse en el corazón del pensamiento eurasianista.
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En el siglo XXI, con la perpetua búsqueda de Occidente por promulgar sus valores, el llamado de Kipling resuena nuevamente, no con el estrépito de las cadenas coloniales sino con los acordes más matizados y seductores del liberalismo. Desde la perspectiva del eurasianismo, el deseo de Occidente de impartir su modelo democrático liberal al resto del mundo no es simplemente un esfuerzo benigno. Más bien, es la versión más reciente de una forma persistente y profundamente arraigada de racismo e imperialismo.

En la superficie, "La carga del hombre blanco" era una justificación moral para el imperialismo: un llamado a las potencias occidentales para que asumieran el deber de civilizar a las naciones "salvajes". Hoy, en lugar de un control colonial directo, el liberalismo occidental ejerce influencia a través del poder blando. Los medios de comunicación, la cultura, el "derecho internacional", la presión económica e incluso las operaciones militares se utilizan para promover el credo del liberalismo. Pero detrás de estos métodos se esconde la misma suposición que estuvo presente durante los días de apogeo del colonialismo: la creencia de que Occidente posee una civilización, una moral y una visión del mundo "mejores", y que es su deber llevar a los "ignorantes" no occidentales a esta situación.

Es esta creencia inherente en la superioridad de Occidente la que convierte al liberalismo en una nueva forma de racismo. En esta visión del mundo, las naciones y culturas que no se adhieren a los principios liberales son vistas como "atrasadas" y, por lo tanto, necesitan iluminación y remodelación. La presunción aquí es atroz: que un modelo de civilización singular, el de Occidente, es universalmente aplicable y preferible.

Inherente a esta perspectiva es el rechazo de las culturas, valores y formas de vida tradicionales. Esta postura está profundamente arraigada en el etnocentrismo. Al presentarse como la forma última y más evolucionada de gobernanza y organización social, el liberalismo no logra reconocer la legitimidad de otras formas. Al intentar imponer una visión del mundo singular, ignora la compleja red de civilizaciones humanas que han prosperado y evolucionado durante milenios.

Además, este universalismo liberal y su afán por difundir su doctrina es, en esencia, una nueva forma de imperialismo. Ya no se trata de conquista territorial, sino de conquista de mentes, almas y tradiciones. Desde el punto de vista euroasiático, cada cultura y civilización tiene su trayectoria y esencia únicas. Imponerles un modelo uniforme, incluso bajo la apariencia de emancipación, no es sólo un acto de agresión sino también de eliminación. Niega el pluralismo de la historia y la experiencia humanas.

El poema de Rudyard Kipling y sus sentimientos encuentran un nuevo significado en el orden internacional contemporáneo. Cuando Occidente, bajo el manto de intervenciones humanitarias, emprende acciones militares, o cuando utiliza herramientas económicas, como regímenes de sanciones, para obligar a naciones a adoptar "reformas" liberales, está replicando la misma misión autoproclamada: elegir levantar la carga, civilizar, iluminar. Sin embargo, tales acciones, incluso cuando están envueltas en la retórica de los "derechos humanos" y la democracia, llevan el inconfundible hedor de la supremacía y el señorío.

Para respetar y valorar verdaderamente la riqueza de las civilizaciones humanas, Occidente debe abandonar su perspectiva paternalista. Cada nación, cada cultura contiene en su interior un universo de conocimiento, sabiduría y experiencia. La verdadera "carga" no es civilizar o cambiar sigilosamente o con fuerza, sino comprender, coexistir y apreciar.

En conclusión, los principios del eurasianismo y la crítica contra la nueva forma de racismo e imperialismo del liberalismo occidental encuentran reverberación en el poema de Kipling. Si bien los contextos han evolucionado y los métodos se han transformado, la actitud subyacente sigue siendo inquietantemente consistente. Así como "La carga del hombre blanco" fue un estímulo para la dominación colonial bajo pretextos morales, el expansionismo liberal de hoy enmascara su intención dominante detrás de la fachada de "libertad y progreso". A través de la lente eurasianista, el poema sirve como una advertencia, recordándonos los peligros duraderos de cualquier ideología que se coloque en un pedestal y busque rehacer el mundo a su imagen. La verdadera carga de nuestros tiempos es fomentar un mundo donde la diversidad de pensamiento, cultura y tradición no sólo se tolere sino que se celebre. Sólo entonces podremos superar las sombras de los viejos imperialismos y avanzar hacia un futuro de auténtica cooperación y entendimiento globales.

¡La multipolaridad llega una vez que el imperialismo ha sido vencido!