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La UE y los occidentales han pecado de imprudentes, hasta de ingenuos, con relación a la cuestión ucraniana y sus repercusiones en la Rusia de Putin. Incluso han avalado en Ucrania amistades inaceptables de corte fascista. Todo ello es censurable.

Por el otro lado Putin tiene una agenda propia que no responde a este siglo XXI sino a concepciones atrasadas de zonas de influencia exclusivas. En su finca rusa y en sus aledaños nadie puede moverse sin su permiso. Es un principio mafioso bien conocido.

En Rusia disentir de Putin y de los suyos puede costar la libertad, la salud y la vida. En los aledaños se puede uno topar con el Ejército Ruso
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Putin es un nacionalista popular que vive políticamente de recuperar para Rusia el poderío perdido de la URSS, que superó el del zarismo. Su objetivo es sanar el amor propio herido de sus compatriotas en un país que no ha sabido pasar página tras la guerra fría sin perjuicio de los terribles costes que tuvo para Moscú el hundimiento del sistema comunista con el que quiso conquistar el mundo y durante el cual sólo Gorbachov llegó a tener una estatura respetable de estadista.

El irredentismo de algunas tierras, la protección de poblaciones vinculadas en el extranjero a Rusia y el establecimiento de zonas en el mundo donde el poder ruso ha de ser reconocido para que puedan moverse en la foto incluso los locales recuerda demasiado la época de la Guerra Fría y tiende exclusiva y simplemente a un reparto mundial multipolar con zonas de influencia intocables. El mundo es global y también pueden serlo las aspiraciones legítimas de los actores mundiales expresadas democráticamente.

Putin forzó la caldera hasta explotarla para que Ucrania no se acercase seriamente a la Unión Europea aprovechando, fomentando y reforzando las divisiones internas en ese país y utilizando los suministros energéticos como palanca. Los occidentales, en especial la UE, toqueteando con imprudencia, viendo con complacencia las revueltas callejeras, pusieron su parte para llegar a donde estamos ahora. Pero el intervencionismo militar de Putin es un paso del que sólo él tiene la responsabilidad. Ni es legal ni lo justificaba la situación en Crimea, y tampoco en otras zonas rusófonas a las que ahora se quiere desestabilizar. Intervenir es fácil. Volver a la normalidad será otra cosa.

¿Quiere Putin recuperar Crimea? Hacerlo por la fuerza violaría los Tratados firmados por Rusia. Incluso sí Kiev aceptase un referéndum secesionista en Crimea no se libraría ello de que se trataría de un resultado logrado con las bayonetas. ¿Quiere una nueva Constitución en Ucrania que dé más autonomía a las zonas rusófonas de Ucrania? Quizás sea un resultado positivo para su imagen en Rusia pero asimismo un aparente derecho de pernada ruso fuera de sus fronteras al amparo de poblaciones rusas o rusófonas.
Recordaría demasiado la postura de la Alemania nazi con relación a la crisis de los Sudetes en 1938, territorios en Checoeslovaquia con poblaciones alemanas de las que Hitler se erigió en protector.

La apertura de una vía de diálogo diplomático entre Kiev y Moscú es una buena noticia. También el que la OSCE se involucre así como la reunión del Consejo OTAN-Rusia porque EEUU la impidió cuando la guerra de Georgia en 2008 y fue un error. Es importante dialogar aunque los resultados no sean inmediatos. Es esencial no agravar la problemática. Veremos ahora si la diplomacia logra resultados sensatos y meter de nuevo a los militares en sus acuartelamientos. Los occidentales deben mantenerse firmes. En cuanto a Putin, no vendría mal que abandonase la inaceptable metodología de la familia Corleone.

En los albores del siglo XVIII Pedro el Grande de Rusia ya se dio cuenta de que el futuro ruso estaba en el acercamiento al mundo occidental, entonces esencialmente europeo. Desgraciadamente es una asignatura aún pendiente en Moscú. Gorbachov lo intento pero le echaron los estalinistas. Luego llegó Yeltsin y la descomposición hasta la llegada del salvador Putin. Todo ello con nostalgias y resentimientos trasnochados. Los occidentales tendrán que mejorar su actuación pero el jarabe de la modernidad se tiene aún que tomar en Moscú y demostrar sus efectos en, entre otros sitios, el Consejo de Seguridad de la ONU. El planeta necesita de todos para sobrevivir y progresar.