La controversia sobre el parto natural o el parto asistido encierra numerosos matices históricos y médicos relacionados con el control de la natalidad y las políticas patriarcales, según algunos especialistas.
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"Lo simple es bello. Debemos redescubrir la simplicidad del nacimiento y las necesidades básicas que tiene una mujer cuando está de parto y las de su recién nacido", clama Michel Odent, un octogenario obstetra francés a quien el mundo conoce como uno de los más activos defensores de la recuperación del "parto natural", esto es, del llevado a cabo en casa y con la mínima intervención médica posible.

Odent suele condensar sus convicciones en sentencias lacónicas y llamativas. "Más que humanizar el parto, hay que mamiferizarlo", decía hace poco en una entrevista para la página web Ser Padres. La explicación pivota en torno a una tímida hormona llamada oxitocina, que los mamíferos liberan en grandes cantidades durante el parto, conocida como "hormona del amor" porque tiene entre sus funciones, además de estimular las contracciones uterinas, combatir estados de ansiedad, estrés o temor y está asociada, entre otras cosas, al orgasmo, a la confianza y a la generosidad.

Odent explica que "todas las hembras, para segregar oxitocina, necesitan sentirse seguras y que su nivel de adrenalina sea muy bajo" y que "en la selva, si una hembra está a punto de dar a luz y se da cuenta de que tiene un depredador cerca, segregará adrenalina para poder defenderse y retrasará el parto para cuando se sienta más segura. Los mamíferos - prosigue Odent - necesitan sentirse seguros y no observados para dar a luz. La oxitocina sintética, la epidural, todos esos medicamentos hacen el papel de las hormonas que las mujeres no pueden segregar porque no se encuentran en un entorno adecuado, y el problema es que estos sustitutos farmacológicos no producen efectos sobre el comportamiento y alteran el curso natural del nacimiento, un momento crítico en el proceso de desarrollo de la capacidad de amar".

Sus investigaciones al respecto han llevado a Odent a concluir, y defender, que "un parto será más fácil y rápido cuanto más sola esté la mujer" y que sólo se necesita "una comadrona que tenga experiencia y una actitud maternal y que se mantenga en silencio", ideas que puso en práctica en la sección de maternidad del hospital de Pithiviers, en Francia, donde fue descartando las prácticas obstétricas tradicionales y transformando la sala de partos en una salle sauvage con luz tenue, cojines, una piscina de poca profundidad rellena de agua tibia - que tiene, explica Odent, un efecto analgésico y acelerador del alumbramiento - , música ambiental y total libertad para que la mujer adopte cualquier posición y sea ruidosa.

NACER EN CASA

Desde entonces - años setenta - numerosas asociaciones formales e informales han abrazado tales teorías y se han consagrado a defenderlas y difundirlas. "Se está mejor en casa que en ningún sitio" es el eslogan de Nacer en Casa, una asociación española fundada en 1988 y que tiene entre sus propósitos "normalizar el parto domiciliario como modelo válido asistencial y acabar de romper los tabúes, prejuicios, miedos y contrainformación que existen en torno a esta realidad". Idéntico nombre, pero en catalán, tiene Néixer a Casa, asociación radicada en Barcelona que dispone de una plantilla de comadronas, ofrece a través de ellas un servicio de asistencia al parto casero y reivindica para España, donde tal parto casero es aún un servicio privado, la legislación que en países como el Reino Unido, Alemania o Canadá permite que el sistema público de salud considere que las mujeres tienen derecho a elegir parir en su casa y se haga cargo de los gastos.

Las cifras de partos caseros en España van creciendo, pero distan todavía mucho de las de tales países, donde se calcula que tres o cuatro de cada cien mujeres escogen dar a luz en sus domicilios: en Navarra, Cataluña y Baleares, las comunidades autónomas en las que más partos de este tipo tienen lugar, lo elige una de cada 250 gestantes, mientras que en Extremadura y Castilla-La Mancha la cifra es de una de cada 1500, siendo una de cada 600 la media para todo el país.

LA MEDICALIZACIÓN DE LA MATERNIDAD

La historia de las costumbres relacionadas con el parto es pendular como la propia historia. Trea acaba de publicar Nacimientos bajo control. El parto en las edades Moderna y Contemporánea, una obra colectiva consecuencia de un seminario celebrado en 2011 y a cargo de diez investigadoras españolas, francesas e italianas autoras de otros tantos artículos sobre temas como 'Matrimonio y procreación de las mujeres nobles asturianas en la Edad Moderna' o "Parir para la patria". El control del embarazo y el parto en las primeras décadas del franquismo'.

En uno de tales artículos, "Las prácticas tradicionales y la medicalización del parto: una convivencia tensa en la sociedad contemporánea", Sonia García Galán, doctora en Historia por la Universidad de Oviedo, hace un análisis, focalizado en Asturias, de la transición, en aquellos años de industrialización, éxodo rural y modernización general de la sociedad española, de la progresiva medicalización del embarazo y el parto.

"Desde el siglo XVIII, de forma paralela a la revalorización y medicalización de la maternidad, el colectivo médico comenzó a manifestar cierto interés por la atención al parto, un aspecto de la fisiología femenina hacia el cual, hasta entonces, apenas habían dirigido su atención. Los cirujanos comenzaron por atender en el alumbramiento de las mujeres cercanas a la corte y a las pertenecientes a las capas nobles urbanas y, ya en el siglo XIX, empezó a ser práctica habitual entre la burguesía más acomodada recurrir a un médico en el momento de dar a luz", explica, y pone en relación tal novedoso interés de los profesionales de la medicina por el parto con "el interés de los Estados por aumentar su número de habitantes e incrementar la mano de obra disponible, en un contexto de desarrollo imperial en el que se entendía que para ser un país poderoso internacionalmente, tenía que tener una población numerosa y sana".

Toda una maquinaria de rechazo de los usos tradicionales se puso en marcha. Una pugna, a ratos feroz, entre las viejas parteras y los nuevos médicos obstetras fue característica de la lenta transición entre el Antiguo y el Nuevo Régimen. "La aceptación [por las gestantes] de la partera tiene su fundamento en el pudor mal entendido de muchas mujeres, que más es falta de espíritu elevado y de puridad de pensamiento para ver en quien las asiste no el hombre que toca y ve las intimidades de su cuerpo, sino al tocólogo que las ayuda en trance tan apurado: el hombre de ciencia que está allí para velar por su vida y por la del hijo que lleva en sus entrañas", opinaba en 1901 en El Noroeste un doctor Calvo que ejercía en Gijón. "Las mujeres estiman como fisiológicos muchos trastornos del embarazo y prefieren ser atendidas en el parto por cualquier mujer mal preparada, sin título o con él; todo aceptan menos ser reconocidas por los especialistas competentes", lamentaba en 1939 un doctor Álvarez Romero radicado en Santander.

Es curioso comprobar hasta qué punto los argumentos proporcionados eran exactamente los opuestos a los que en la actualidad aportan Michel Odent y los defensores del parto natural. "La paciente, desarraigada de su terreno, aguanta mejor el sufrimiento, lo exterioriza menos dramáticamente que acostumbra a hacerlo en 'su casa", escribía en 1952 el maternólogo valenciano Antonio Clavero Núñez, un personaje singular a quien le preocupaba, cuenta Mónica García Fernández en su artículo sobre el control del embarazo durante las primeras décadas del franquismo, "que las secuelas, desgarros o lesiones físicas que pudieran quedar como consecuencia de un parto difícil fueran a afectar a la armonía conyugal.

Concretamente - explica García Fernández - , hacía referencia a que la vagina quedase 'demasiado franqueable después del parto', degradando el placer sexual de los maridos: "(...) Nosotros - escribe Clavero - sabemos de un distinguido colega de Madrid que cuenta con la simpatía de todos los maridos de cuantas mujeres asiste en sus partos 'porque sabe cuidar este detalle, dejándolas igual que antes de parir'. Es decir, que nuestro prestigio como tocólogos competentes corre peligro si no sabemos atender a esta necesidad, que es incluso un derecho que asiste al esposo a exigir que le sea reintegrada su mujer sin lesión que pueda mermarle el deleite sexual. Pero no nos empeñemos en cumplir este cometido cayendo en la exageración y, en el deseo de complacer extremadamente, hagamos una restitución tan completa que luego resulte la copulación difícil o dolorosa. Ni abandono del desgarro, ni reintegración al estado de soltería, que por muy hábiles que seamos nunca lo conseguiremos y, aunque lo consiguiésemos, nadie nos lo agradecería. ¿Quién es el hombre que, no siendo un sádico, le apetece repetir la experiencia de la luna de miel?".

SENTADAS O ACOSTADAS

Pero hay quien sugiere que los doctores, en cierto grado, proponían y defendían nuevas prácticas completamente distintas de las antiguas no tanto por la certeza de que aquéllas fueran mejores médicamente como a fin de marcar distancias con lo viejo, presentar el tratamiento del embarazo y el parto como un abstruso saber científico y afirmarse a sí mismos como profesionales imprescindibles frente a las denostadas parteras, cuyos conocimientos adquiridos a lo largo de los siglos tachaban de peligrosas supercherías. Entre esas nuevas prácticas estaría, por ejemplo, el reemplazo en el parto de la postura sentada y móvil por la acostada y estática, que además simboliza, y de alguna manera promueve, un mayor sometimiento de la gestante al profesional, que de esa manera controla mejor todo el proceso.

La postura vertical fue habitual, arguyen sus defensores actuales, en todas las épocas y culturas hasta la Edad Moderna, cuando se construían, especialmente en Italia, "sillas de parir" a fin de acomodar a las parturientas sin que abandonasen la posición sedente. Se atribuye a François Mariceau, obstetra francés del siglo XVII, el inicio de la costumbre de acostar a las parturientas, y no es hasta mediados del siglo XX cuando algunos estudiosos comienzan a apuntar que la postura vertical, que permite la acción de la fuerza de la gravedad en el interior del útero, mejora la calidad de las contracciones, acorta la duración del parto, hace más tolerable el dolor y, además, permite a la mujer ver el nacimiento de su hijo, motivándola a pujar con mayor ímpetu. Hoy, la OMS recomienda tal modalidad de parto, que ya se lleva a cabo, a petición de las gestantes que lo deseen, en algunas clínicas y hospitales, como el Costa del Sol de Marbella.

Tiene, sin embargo, sus detractores, que arguyen que la pérdida de control del médico puede ser peligrosa en casos en que el parto presente alguna complicación y que la postura horizontal disminuye el riesgo de pérdida sanguínea.

El debate está lejos de cerrarse.