Los humanos anatómicamente modernos aparecen en el registro fósil hace unos 200.000 años pero no es hasta hace unos 50.000 años cuando aparecen los humanos conductualmente modernos, con la gran explosión del arte y la tecnología ( armas más sofisticadas, instrumentos musicales, instrumentos de hueso y marfil, de pesca, arte rupestre...) que se conoce de muchas maneras: el Big Bang cultural, el Gran Salto Adelante...

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Existen muchas teorías para explicar este retraso de 150.000 años en la aparición de una tecnología y cultura sofisticada, desde las que proponen algún tipo de mutación genética a las que hablan simplemente de un aumento de la densidad de población por encima de un umbral.

Un nuevo estudio de Robert Cieri en Current Anthropology encuentra que los cráneos humanos cambiaron de una manera que indica un descenso de los niveles de testosterona coincidiendo con el momento en que la cultura floreció. La investigación se basa en mediciones de más de 1.400 cráneos antiguos y modernos (13 de más de 80.000 años, 41 de 10.000-38.000 años y 1367 cráneos del siglo XX de 30 poblaciones étnicas diferentes) y propone que la sociedad humana avanzó cuando la gente empezó a ser más amable con los demás, lo que implica menos testosterona circulando por el cuerpo. Los arcos superciliares se hicieron menos marcados y la parte superior de la cara más corta, rasgos que reflejan una reducción en la acción de la testosterona (aunque no se puede precisar si es por disminución del la testosterona circulante o de los receptores para ella).

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Estas modificaciones coinciden con cambios similares en animales. En los famosos experimentos con zorros plateados de Siberia de Belyaev, al seleccionar animales más dóciles y menos agresivos se produjeron cambios en su apariencia y conducta hacia un aspecto más juvenil y menos agresivo. Los bonobos no muestran la elevación de testosterona en la adolescencia que sufren los chimpancés y tampoco reaccionan ante el estrés con tanta liberación de testosterona. Sus relaciones sociales son muy diferentes, y sus caras también, es muy difícil encontrar bonobos con arcos superciliares muy marcados. Todo ello apoya, dicho sea de paso, la hipótesis de una autodomesticación de la especie humana.

En definitiva, la hipótesis de Cieri es que convivir y cooperar hizo que ser agradable y menos agresivo tuviera recompensa y eso llevó a un cambio morfológico en las caras y a un mayor intercambio cultural. Como dice Cieri, para convivir e intercambiar tecnología la gente tenía que tolerarse; la clave del éxito fue la capacidad de cooperar y de tolerar al otro y aprender de él.