familia narcisista
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Reprimir las emociones es lo peor que puede pasarle a un niño. El desarrollo de la inteligencia emocional es clave en la familia. Los chicos son un reflejo de lo que ven y de lo que viven en el hogar. Es vital no engañarlos ni enviarles mensajes confusos.

Sos mamá o papá. Adorás a tu hijo. Buscás lo mejor para él. No sólo en las cuestiones básicas, sino en otras que hacen a su desarrollo personal. Comenzás por los juguetes didácticos que desarrollen sus habilidades motrices y, llegada la hora, te preocupás porque vaya a un buen colegio. Y seguramente te enorgullecés cuando trae su libreta con notas altas. Pero, ¿te ocupás de sus emociones?

El psicoterapeuta venezolano Arnoldo Arana, especialista en inteligencia emocional, afirma: "el pensamiento de los últimos siglos ha insistido en el uso de la razón por encima de las emociones. Culturalmente nos hemos educado a guiarnos 'racionalmente', bajo la premisa 'pienso, luego existo', restando importancia a la emoción y su expresión". Y sin embargo, "las emociones nos dan una referencia acertada de lo que nos sucede en un momento determinado, y la energía adecuada para actuar en cada situación".

El desarrollo de la inteligencia emocional en los niños es, por ahora, responsabilidad exclusiva de los padres, ya que no es una asignatura que se tenga en cuenta en el sistema educativo.

"La inteligencia emocional es la capacidad de reconocer nuestras propias emociones, de darnos cuenta de lo que nos está pasando, de percibir las emociones del otro y también es la capacidad de autorregulacion de esas emociones", define la licenciada en Psicología Analía Lacquaniti, especialista en terapia infantil. Ella trabaja con los padres y los niños que van a su consulta con las herramientas que proporciona la inteligencia emocional.

Reflejo y aprendizaje

"Cuando los papás llevan a un hijo al consultorio, lo que veo es que el niño refleja lo que ve y lo que vive en el hogar. Si tiene miedo o alguna inseguridad, veo que los padres se mueven en el mundo con las mismas emociones", cuenta. "Es lógico -añade-, si vos te comunicás a los gritos no podés esperar que tu hijo sea tranquilo y que hable con un tono de voz bajo".

En consecuencia, la terapia involucra principalmente a los padres que tendrán que desarrollar su inteligencia emocional para ayudar a sus hijos a que también lo hagan.

"Esto no significa que haya que reprimir las emociones, sino regularlas, sobre todo aquellas que producen un impacto negativo en los vínculos, como el enojo, la ira, la tristeza o la melancolía. Tampoco conviene juzgarlas como malas, porque esas emociones, aparentemente negativas, pueden convertirse en fuente de otro tipo de emociones que resultan positivas, porque pueden funcionar como el motor para hacer algo que deseamos. Y entonces aparecen la fuerza o el coraje o la inspiración", detalla.

Ocurre que muchas veces, por no preocupar a los niños, convencidos de que los están cuidando de verdad, los padres ocultan sus emociones y envían mensajes confusos a sus hijos.

"Por ejemplo, vos estás enojada, y se te nota en la cara, en tus gestos, y tu hijo te pregunta si estás enojada. Y vos, con un tono de voz que denota tu mal humor, le contestás que no. Lo mismo podría pasar si estás triste. Te ve la tristeza en el rostro, te pregunta qué te pasa, y vos le decís, con una voz que habla de lo mal que te sentís, 'no me pasa nada'. En esos casos confundimos la decodificación que hace el niño de las emociones. El mensaje hablado dice una cosa y el lenguaje gestual dice lo opuesto. Y es este último el que más llega al niño", advierte Lacquaniti.

Esta conducta de los padres puede llevar a los chicos a pensar que no es bueno expresar las emociones; que es mejor reprimirlas, ya que por un lado los confunde y por el otro les dice, por ejemplo, frente a la muerte de alguien, que es mejor no estar triste cuando el papá o la mamá sí lo están.

La psicóloga destaca que, en general, los adultos tampoco estamos acostumbrados a permitirnos expresar nuestras emociones.

En la escuela

Otro ejemplo de la falta de entrenamiento que reciben los chicos para manejar sus emociones se da en la escuela, según la profesional, donde se produce un contraste muy grande entre los niveles inicial y primario.

"En jardín de infantes: la maestra toca al chico, lo abraza, lo mira, entiende sus celos cuando acaba de nacer un hermanito o su tristeza si se le murió la abuela... La maestra jardinera está muy conectada con las emociones de sus alumnitos. Pero, el chico pasa a primer grado y se acabaron las emociones: se dejan de priorizar las emociones porque tienen que aprender", comenta Lacquaniti.

"En la primaria -agrega- el foco está puesto en lo cognitivo. Esto tiene que ver con el modo en que son formado los docentes de este nivel, empezando porque a ellos tampoco se les respeta su emocionalidad. Las maestras deberían contar con herramientas para ayudar a un chico que esté atravesando una situación difícil y también para enseñarles a los compañeritos a que lo ayuden y lo acompañen".

La psicológica considera que, por el contrario, tanto la escuela como la comunidad educativa reflejan mucha intolerancia hacia las conductas de los chicos, y que también falta que docentes y padres se escuchen mutuamente y pueden llegar a hacer acuerdos.

Circuito de miradas

Estas diferencias podrían resolverse con las herramientas que proporciona la inteligencia emocional. Claro que no es el tema específico de Lacquaniti. Ella trabaja con los padres. "Uno de los objetivos es modificar la mirada de los papás. Porque si ellos siguen frustrados, enojados o con miedo, o si no le encuentran la vuelta para comunicarse con sus hijos, no los van a ayudar a desarrollarse -advierte-. Lo que hacemos en la consulta es iniciar un circuito de miradas: entender a los padres, darles su espacio de escucha y ensayar con ellos lo que luego tendrán que hacer con sus hijos".

¿De dónde viene el concepto?

El concepto de inteligencia emocional aparece en la década de 1940. El psicólogo estadounidense David Wechsler, creador del test WAIS, que permite determinar el coeficiente intelectual, advertía que había otros factores no intelectivos que hacen a la inteligencia, y que uno de ellos era el conocimiento y el manejo de las emociones.

No obstante, durante muchos años se tomó el coeficiente intelectual (que mide la capacidad cognitiva) como lo más valioso para el éxito y el triunfo en cualquier ámbito de la vida.

El término inteligencia emocional aparece en la literatura psicológica en 1990, en un escrito de los psicólogos, también estadounidenses, Peter Salovey y John Mayer. Ellos introducen la noción de "un pensador con corazón".

No obstante, el concepto se popularizó con la publicación, en 1995, del libro "La inteligencia emocional", de Daniel Goleman. El mismo autor escribió, en 1998, "La inteligencia emocional en la empresa".

Hoy ya está bastante aceptado el nuevo paradigma que plantea la inteligencia emocional y prácticamente no se discute sobre la necesidad de armonizar cabeza y corazón.

"El niño necesita contención y el sostén del amor incondicional, pero con límites, con un adulto en posición de autoridad. Y necesita poder probar, equivocarse y volver. Eso lo ayuda a desarrollar la capacidad de adaptarse", explica la psicóloga Analía Lacquaniti.