time travel
"El tiempo es una imagen móvil de la eternidad", Platón. "Si intentas mantener el tiempo en tus manos, siempre se desliza a través de tus dedos". Mientras la poética aseveración del físico británico aún resuena en la habitación, Julián Barbour, el periodista que lo entrevista y usted, probablemente carezcan de toda conexión con los tres sujetos de igual nombre e igual apariencia existentes en el segundo previo al presente.

Por más esmero que el lector ponga en hilar un pensamiento con otro a través de cada instante, tal vez no exista forma alguna de demostrar a ciencia cierta que el instante que está viviendo no es más que otra estampilla entre las millones de millones que conforman lo que uno pudiera llamar "eternidad". Con aire de letal revelación, Barbour redondea asegurando que "la gente no puede capturar el tiempo debido a que no existe en absoluto".

La inusual idea que el autor de "El fin del tiempo: la próxima revolución de la física" expone, no es, lo que se dice, nueva. Sin embargo, hasta el presente nunca ha gozado del auge de la popularidad que la teoría relativista de Einstein o la teoría de cuerdas tuvieron en su momento. Con cierta razón, Barbour la llama la "cenicienta" de la física teórica.

El concepto de un universo atemporal no solo es irresistiblemente atractivo para un puñado de nuevos científicos, sino que un modelo tal lograría allanar el camino a muchas de las paradojas con que la física moderna se enfrenta a la hora de explicar el universo. Solemos creer y hasta percibir que el tiempo es de naturaleza lineal, cuyo curso fluye inevitablemente desde un futuro hacia un pasado.

Pero esto no solo es una percepción personal de la totalidad de los humanos, sino que se ha convertido en el contexto bajo el cual la mecánica clásica analiza todas las funciones matemáticas dentro del universo. De no existir tal concepto, ideas tales como el principio de causalidad y la imposibilidad de estar presente simultáneamente en dos eventos comenzarían a abordarse desde un plano completamente diferente al actual.

La idea de discontinuidad temporal propuesta por Julian Barbour, doctorado en la Universidad de Colonia en 1968, trata de explicar en un contexto teórico un universo compuesto de innumerables puntos que el denomina "ahoras".

Pero tales "ahoras", no serían comprendidos como un momento fugaz que vino desde el futuro y morirá en el pasado; un ahora solo sería uno más entre los millones de ahoras existentes en el eterno mosaico universal de una dimensión especial imposible de detectar. Cada uno relacionado de una manera sutil con otros, pero ninguno más sobresaliente que el ahora vecino.

Todos presentes; todos al mismo tiempo. Con tal mezcla de simpleza y complejidad, la idea de Barbour promete un gran alivio a todo aquel que esté dispuesto a aceptarla: la inexistencia de tiempo antes del Big Ban.

"Piensa en los (números) enteros", alienta el científico. "Cada entero existe simultáneamente. Pero algunos enteros están vinculados en estructura, como el conjunto de todos los primos o los números que se obtienen de la serie de Fibonacci". De este modo, sería tan ridículo ver en el Big Ban un pasado de nuestro universo, como en el número "1" un pasado del número "20".

En este punto del argumento, probablemente sea inevitable para el lector preguntarse ¿Me está tratando de convencer de que este movimiento que estoy realizando "ahora mismo" con mi antebrazo no existe? Si la idea de que las infinitesimales fracciones de "ahoras" no se encuentran conectadas entre sí fuese correcta ¿como hago para acordarme de las primeras ideas expuestas en este artículo? ¿Cómo hago para recordar lo que comí al mediodía? ¿Por qué me despierto y debo ir a trabajar si el empleo que recuerdo pertenecía al "yo" que nada tiene que ver conmigo? Si el futuro ya está allí, ¿qué sentido tiene esforzarse en absoluto?

Tales dilemas, surgidos de la ilusoria percepción de que el tiempo es fugaz como el agua de un río, son de simple contestación una vez que la manera básica de pensar sobre el universo logra dar un giro "barbouriano". En palabras del propio físico "tenemos la firme impresión de que usted y yo estamos sentados uno frente al otro, de que hay un ramo de flores sobre la mesa, de que hay allí una silla y cosas así - de que hay posiciones definitivas de cada cosa en relación con todo los demás.

Me propongo salir fuera de todo lo que no se puede ver (directa o indirectamente) para mantener la idea de que son muchas cosas diferentes que coexisten a la vez en una clara relación mutua. La totalidad de interconexión básica entre todo se convierte en una cosa en sí, en un momento. Hay muchos de esos Ahoras, todos diferentes los unos de los otros"

Es decir, bien podríamos considerar a un universo atemporal como un largo budín de vainilla, cuyo centro ha sido rellenado azarosamente por una manga de repostería en la longitud total del producto. Si cortásemos una rebanada del budín, obtendríamos lo que llamamos un presente, un "ahora". Suponiendo que el centro de chocolate nos representase, creeríamos que nuestra rebanada es la única existente en el universo, y que la anterior y la posterior rebanadas solo existen como un concepto. Esta idea sonaría irrisoria a un observador del budín, el cual comprende al universo como un todo, en el que cada momento o tajada no precede a la anterior, sino que existe al mismo tiempo.

Si tomamos el ejemplo de la tajada, podría decir que "yo" no soy el mismo sujeto que el que comenzó a escribir esta oración. Soy único e irrepetible, tal vez en aparente relación con cada uno de los sujetos que escribieron las letras anteriores de este párrafo. Pero aún así, aunque los infinitos "ahora" fueran independientes unos de otros, no estarían dispersos. Todavía conformarían un tipo de estructura. Son un bloque; un budín. No migajas sobre el recipiente.

En el universo de Julian Barbour no existen dudas: en algún espacio del cosmos, el futuro (nuestro futuro) ya está allí, desplegado; cada segundo de nuestro pasado también está presente, no como un recuerdo, sino como un vivo presente. Lo más doloroso al humano, tal como las filosofías orientales exponen, sería intentar romper con el molde prefijado.

Lo más sabio, seguir el curso predeterminado; ser una feliz mueca de chocolate en medio del budín cósmico; intentar vivir nuestro único y extremadamente ínfimo "ahora".