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El abuso sexual ha existido desde los comienzos de la civilización. En los últimos años, ha habido un incremento de estudios e investigaciones que nos han ayudado a los clínicos a comprender la etiología, transmisión intergeneracional, secuelas evolutivas y eficacia de los procedimientos de intervención de este problema social.

El abuso sexual es un problema universal y complejo, y requiere una intervención interdisciplinar: psicología, sexología, psiquiatría, medicina, trabajo social, educación, sociología, derecho, criminología.

El 23% de las niñas y el 15% de los niños menores de 17 años en España han sufrido algún tipo de abuso sexual. El abuso sexual puede ser extrafamiliar o intrafamiliar, siendo este el más habitual. El abusador es casi siempre alguien cercano al menor. La necesidad del abusador, no es prioritariamente sexual, sino carencial. Busca una satisfacción disfuncional a través del abuso. Necesita una compensación patológica de un compañero débil, con quien establece una relación fusional hasta la anulación. Justifica el abuso, se lo cree. El abuso se inicia antes de los seis años en el 71% de las víctimas. Un abusador puede abusar en distintos niveles generacionales (hijos/as, nietos/as, hermanas/os, cuñadas/os, sobrinos/as.) y en fases muy distintas de su vida.

El adulto no abusador, la mayoría de las veces las madres, o no creen y niegan rotundamente si el niño/a llega a desvelar el abuso, o en el caso de que le crean, justo soportan a estos hijos/as, y en general, prefieren cobijarse en la nebulosa del decidir si creer o no, reforzando el desequilibrio afectivo y el abuso de poder entre las generaciones. Estas madres también presentan serios síntomas de ansiedad, depresión, pérdida de control de la propia vida, vivencias de traición, desvalorización y fracaso.

En el abuso intrafamiliar, la rigidez defensiva, lleva a los padres a rechazar enfrentarse a un acontecimiento que revoluciona sus vidas, y prefieren refugiarse en 'el no saber' o 'el no decir', con la fantasía de que un día cambiará, y lejos de suceder esto, al no enfrentarse se mantiene la dinámica disfuncional.

La detección del abuso no es fácil, las familias tardan en ser detectadas y su revelación produce el impacto de la luz de un rayo, parecen insospechables, pero a posteriori pueden detectarse señales. El secreto no es solo tener oculto lo inconfesable bajo amenazas y chantajes, sino que se trata de un mecanismo de disociación del pensamiento que hace impensable el abuso para los potenciales observadores, la víctima acaba deformando el contexto, convirtiendo en normal, el inhibir cualquier movimiento reactivo al abuso, anula sus defensas naturales. La víctima no da su consentimiento a las interacciones sexuales, sino que, es la consecuencia de una lenta infracción de los límites personales, indefensión y sentimientos de impotencia. Tienen una enorme vivencia de estigmatización y les es imposible escapar del trauma.

Los niños abusados presentan graves secuelas que perduran a lo largo de su vida. Se muestran más agresivos, con problemas de relación con sus iguales, baja autoestima, problemas para la concentración en sus estudios, intentos de suicidio, adicciones (drogas, alcohol, juego, sexo.), anorexia, bulimia etc. La gravedad del abuso está en función de la edad del menor, su repetición, la violencia infringida, la tipología de la relación con el abusador, y la inmediatez con la que se apoya al niño y a su familia. Es importante que se estudien estas secuelas, y se conozcan las consecuencias por parte de los profesionales que van a tomar decisiones a nivel clínico, legal, político.

La prevención es necesaria, pero mientras no se consiga erradicar, tenemos que poner en marcha mecanismos de detección e intervenir con las personas que han sido víctimas de abuso sexual, y que muchas veces, hasta que no llegan a la edad adulta no pueden buscar ayuda para superar sus secuelas. Es importante subrayar la intervención comunitaria para movilizar los recursos de los diversos sistemas humanos que rodean tanto a la familia como al niño abusado.

El abordaje terapéutico requiere el trabajo de un equipo multidisciplinar, a través del cual, la persona que ha sido abusada tiene que poder experimentar una relación de confianza y de protección. Hay que ayudar a la persona abusada a desarrollar un sentimiento de competencia en el control de su realidad, a construir y recuperar en el curso de su existencia, alternativas para gestionar de forma positiva su vida.

En esta labor contribuye GASJE, la Asociación de Gipuzkoa de Abuso Sexual en la Infancia, que ofrece ayuda a las personas adultas que han sufrido abusos sexuales en su infancia.

* Maite Azanza es terapeuta de grupo de GASJE, Asociación de Gipuzkoa de Abuso Sexual en la Infancia