Cada vez más a menudo se oye que "Grecia va a salir del euro" o que "van a echarles del euro". Valdría la pena profundizar en qué extraña cosa es esa.

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Y ni mucho menos estarían en condiciones de tomar decisiones correctas en el caso de un problema real que se les planteara. Si nos limitamos a los físicos unos cuantos más podrían hablar sobre el tema, pero sólo unos pocos especialistas podrían tomar decisiones correctas ante ese hipotético caso real.

En el mundo de la Economía nos encontramos ante un caso similar cuando afrontamos la Teoría Monetaria. Todos los licenciados en empresariales y titulados MBA han aprobado la asignatura, pero el 99 % no son capaces de moverse con un mínimo de acierto entre sus intrincados vericuetos. La cifra puede mejorar un poco si nos limitamos a considerar a los expertos en Macroeconomía, pero sólo unos pocos expertos se pueden mover con soltura por esos capítulos.

La cosa es perfectamente razonable. Una persona 'de ciencias' se mueve cómodamente con distancias y tiempos, fuerzas y presiones, e incluso con reacciones de ácidos y sales... pero si se trata de que el espacio y el tiempo no son lo que parecen o de que una cosa puede estar en dos sitios a la vez, la cosa cambia. Igualmente un economista se mueve cómodamente con la oferta y la demanda del trigo, con los costes crecientes y los rendimientos decrecientes en la siembra de cereales e incluso con la inflación y el desempleo. Pero cuando se trata de comprender cómo se comporta la gente cuando decide que está dispuesta a cambiar buena comida o un fetiche mágico por conchas de nácar o chapas de metal, o por papelitos pintados o, aun peor, por una anotación que dicen que hay en un ordenador que no sabe ni dónde está, la cosa cambia. Y si se trata de reflexionar sobre las razones de los deseos de intercambiar papelitos de un color por papelitos de otro, o papelitos que hablan de papelitos por otros papelitos que ni se sabe de qué hablan, ya se trata de palabras mayores. Porque un pan se hace con tierra, semillas, agua y trabajo, mucho trabajo. Pero una anotación en un ordenador a penas se sabe quién la hace y, desde luego, sólo cuesta mover un dedo.

La introducción ha sido larga, pero es que es necesario entender que la Teoría Monetaria es cualquier cosa menos sencilla, y aún menos 'evidente' o 'de sentido común'.

¿Cualquier moneda para cualquier país?

Una 'moneda' no es sólo una colección de chapas o de papelitos de colores. Una moneda es eso y, además, una gente que se la crea y una autoridad que la administre. Es decir, que la fabrique (o encargue que se fabrique) y que la coloque en el mercado; y que reglamente el funcionamiento de las entidades financiera y que las controle. Los reyes y poderosos de otros tiempos tardaron siglos en darse cuenta de que, si querían que la gente siguiera creyendo que 'eso' tenía un valor, había que ser prudentes a la hora de echar esas chapas o papelitos al mercado. Pero, al menos, se descubrieron las primeras leyes de la Teoría Monetaria. Había que procurar que los papelitos que corrían por un país fueran los que ese país necesitaba para funcionar correctamente, ni más ni menos. O sea, debía haber una adecuación de la 'moneda' al 'país' real en el que se movía.

¿Qué quiere decir adecuación? Se puede explicar por la vía larga (explicando todas las cosas para las que debe servir) o por la vía corta: No es adecuada si, al poco tiempo de funcionar, la moneda 'se escapa' a otros países. Tampoco si no fluye con alegría, pero sin generar inflación. No es adecuada si no facilita que todos los que la usan crezcan al mismo ritmo (en el supuesto de que todos estén dispuestos a trabajar al mismo ritmo)...

Cuando se parió el euro, se inventó la 'moneda', no se dejó muy claro 'cómo se administraría' (especialmente en el control de los bancos, ...), y se prescindió de considerar que no era para 'un país', sino para 'muchos países' que funcionaban de formas muy diferentes ('funcionar de forma similar' es trabajar con una productividad parecida y con esquema fiscales semejantes). ¿Fue una buena idea? Sobre esto se tienen que hacer tres consideraciones:

En primer lugar, si se hubiera comenzado por estudiar el tema y llegar a acuerdos, a estas horas aún estaríamos en el capítulo primero. En Europa, desde el primer día, en cuanto hay un principio de acuerdo se comienza a caminar, y el resto se hace sobre la marcha. Y, hasta ahora, ha ido bien así.

Se sabía que había un trabajo de ajuste pendiente, y se dijo así desde el primer momento. Pero nunca se encontró el 'momento políticamente correcto' para afrontar el tema.

Y esto fue así porque en un principio la cosa fue tan bien y la gente se encontró con tanta riqueza para disfrutar que nadie quiso pararse a pensar:
"No lo toquemos, que nos va de fábula" (frase que, por otra parte hemos oído en España muchas veces durante estos años pasados) parecía ser la filosofía general.
(Los que opinen que la riqueza se repartió mal, que consideren que eso se debió mirar entonces, no ahora. Los que opinen que no apareció tanta riqueza, que se informen y, si lo que pasa es que prefieren vivir de prejuicios, que no pierdan el tiempo y dejen de leer estas líneas).

¿Salir de una moneda o entrar en otra?

¿Qué significa eso de 'salir del euro'? ¿Que un buen día irá la policía monetaria casa por casa, llevándose los euros de la gente y dándoles a cambio papelitos de colores? Está claro que no. ¿Qué un buen día saldrá un decreto y a todos los que tienen euros en el banco les prohibirán sacarlos, o sea, 'corralito'? ¿O se los convertirán en 'mortadelos'? Eso será a los que no se den prisa.

El hecho es que, cuando el gobierno se de cuenta de no tiene euros para pagar, se inventará unos papelitos (dracmas, euro-pesetas, o lo que sea) para pagar a su gente y 'ordenará' que sean válidos para comprar 'lo que sea'.

¿Lo que sea? Esa es una situación que todos los que hemos vivido un poco de mundo conocemos bien. En la Unión Soviética, en Rumania, etc... podías comprar cualquier basurilla en rublos o en lei, pero si querías algo que valiera la pena había que pagar en dólares. Durante los largos, largos años de guerras yugoslavas en todos los territorios había los diferentes dinares viejos y nuevos; pero si querías algo 'especial' pagabas en marcos, y luego en euros.

'Salir del euro' quiere decir que el estado inventará unos papelitos, que la gente usará porque no tendrá más remedio, y que servirán para comprar las cosas sencillas por las que no se pueda pedir que las paguen en euros. Las cosas de más nivel (de importación o, simplemente, de calidad) tendrán un precio en euros. También, amontonando muchos papelitos, tendrán un precio en papelitos, y por este procedimiento se fijará el cambio en mercado negro entre el euro y los papelitos, que, lógicamente, será mucho más alto que el oficial que las autoridades habrán marcado. Este precio oficial sólo servirá para que puedan obtener euros pagando en papelitos, a ese precio oficial, aquellas personas que merezcan un trato especial por parte de las autoridades.

Este sistema de doble moneda puede funcionar de dos maneras: por las malas, a base de mercado negro, o, si las autoridades son especialmente inteligentes y hábiles, de una manera oficial. Esto último sería un gran reto que algunos estudiosos han propuesto (el profesor Calaza, en especial), pero que, por ahora no hay autoridad que tenga el cuajo de poner en marcha.

Si se consigue que el sistema de doble moneda funcione de forma estable, es decir, que el precio (negro o blanco) del cambio se mantenga estable, la cosa puede ir funcionando, y si se va reduciendo el paro y se va generando desarrollo a un nivel no inferior a los otros países, un día se puede volver a la situación original. Pero eso, hoy por hoy, son cuentos de hadas.

Lo que parece claro es que 'salir del euro' no será un acto solemne de condena, porque por una parte no se sabe quién tendría que emitirlo, y, por otra parte, no significaría nada. Simplemente, como ya le pasó a Grecia cuando aquella piara de bestias que han pasado a la historia con el nombre de 'los coroneles' se hizo con el poder, las autoridades europeas 'dejaron en suspenso' una serie de posiciones que los griegos ocupaban y esperaron tiempos mejores. Y serán los mercados los que enviarán el país al infierno. La exclusión no viene porque a alguien se le echa, sino porque los demás le dejan al margen y siguen hacia delante.

¿Y de los impagos, qué?

Todo este baile de monedas se plantea en el momento en que un gobierno no puede pagar a su gente (funcionarios, pensionistas, proveedores) con la moneda 'buena' con que solía hacerlo, y tiene que echar mano de los papelitos. En esa situación, lógicamente, tampoco puede pagar a los acreedores exteriores, cosa que, en general, sienta bastante mal a los afectados.

Resolverse a reconocer que, pelillos a la mar, no nos fijemos en el pasado, volvamos a partir desde cero..., lleva su tiempo. A la Unión Soviética, no hacer honor a las deudas de los gobiernos del zar le supuso un plantón de muchas décadas. A quienes dicen que no se pague la deuda exterior hay que contestarles que, en el mejor de los casos, tendrán que pasar un par de generaciones antes de que la cosa se de por olvidada. Y, en el peor, un siglo. Y eso es mucha hambre para mucha gente. El argumento de 'qué harán ahora ellos con sus productos, si nosotros no se los compramos' es de una estulticia desesperante: los utilizarán para abrir otros mercados en países emergentes.

Debemos no dejarnos engañar por la tranquilidad con que tanta gente, apoyada por los representantes de las diferentes agrupaciones de grupúsculos excomunistas, repite que si se impaga la deuda exterior 'no pasa nada'. Decir eso es una simpleza voluntarista y sectaria. Basta ponerse cinco minutos en el pellejo de la otra parte, o sea, de los extranjeros que han prestado los buenos euros, para que se nos ocurran diez maneras espeluznantes de hacer pagar la gracia. Y la única defensa posible para esas contingencias es 'encerrarse' en el propio país. Otra vez.

¿Y si llega una intervención exterior, qué?

Se ha llegado a decir que, pasado el primer sarpullido de patrioterismo con sus llantos histéricos sobre una soberanía que, en realidad, nadie sabe qué significa, a la gente le dará igual que el que mande sea uno de fuera o uno de casa, porque 'todos querrán hacer lo mismo'.

Bueno... eso tiene sus matices.

Si se está dispuesto a hacer lo que los expertos dicen que hay que hacer, entonces da lo mismo si la autoridad la ejerce un nacional o un procónsul del imperio. Pero ¿es ese el caso?

Porque si el país no está dispuesto a hacer lo que los expertos dicen que hay que hacer, entonces si el que manda es nacional, habrá bronca y será sustituido por otro gobernante nacional, y se podrá repetir el ciclo tanto tiempo como el país tenga ganas de desahogarse. Pero si el que manda es un interventor exterior, a la primera de cambio, esta autoridad se largará y recomendará a los responsables europeos que se active un cordón sanitario para impedir que la infección se contagie, y santas pascuas.

¿Qué alternativas hay?

La respuesta es muy sencilla:

O se va al ritmo que marca Europa, guste o no guste, dirigidos por una autoridad local o por unos interventores exteriores...

... o se rompe la baraja.

Y, en este caso, si la gente fuera tan, tan lista y tan sensata que fuera capaz de funcionar aisladamente mejor que el resto de europeos, la cosa estaría muy bien. Sería muy curioso de ver. Nunca en la historia ha habido un caso así. Y que nadie salga con Islandia: Por gente y dinero eso sería como decir que si Pedralbes funcionara como país independiente, los pedralbenses podrían montárselo muy bien. ¿Exageración? Vale. Ampliemos a Sarrià - Les Corts - Sant Gervasi.

Y si la gente no es tan sensata, y se comporta como se ve en la tele, pues sencillamente se van a perder un par de generaciones por lo menos, emigrarán los que puedan, el país quedará reducido a un despojo que, poco a poco será siendo ocupado por otros amos y, al cabo del tiempo, se volverá a plantear la posibilidad de volverlo a incorporar a Europa (que vaya usted a saber qué forma tendrá entonces), desde mucho más abajo, claro está. Si antes no ha habido un cataclismo.

Y estas y no otras son las alternativas de Grecia.

¿Grecia? Probablemente ya se han olvidado ustedes de que habíamos empezado hablando sobre la salida del euro por parte de Grecia. De hecho, los argumentos que hemos examinado nos resultan tan familiares que hace rato que todos pensábamos en España. Y con razón.

La única diferencia entre Grecia y España al plantear este tema puede estar en las diferencias de matiz a la hora de desarrollar las características más mediterráneas de unos y otros. ¿Quién es más patriotero, y chillará más cuando le digan que para cubrir las deudas que no se pueden pagar habría que entregar algún cacho de país a cambio? ¿Quién tiene una más sonora capacidad de indignación, y está más dispuesto a golpear, quemar y arruinar el país para que se entere el universo mundo? ¿Qué tiene más fuerza, Medea matando a sus hijos para vengarse de su marido, o el hidalgo que pide que le saquen un ojo si al vecino le van a dar el doble que a él? ¿Quién es más cainita y estará más dispuesto a repetir una guerra civil para cobrarse las deudas con la piel de los que cree que son sus deudores?