Traducido por el equipo de SOTT.net

Si tan sólo las operaciones deshonestas de la CIA hubieran pasado a la historia como resultado de los crímenes expuestos por el Comité Church, o al menos hubieran puesto a la CIA bajo el imperio de la ley y la responsabilidad pública. Pero no fue así.
Janitor
© Brendan Smialowski/AFP/Getty ImagesUn conserje friega el suelo en la sede de la CIA el 3 de marzo de 2005 en Langley, Virginia.

La CIA tiene tres problemas básicos: sus objetivos, sus métodos y su falta de responsabilidad pública.
Sus objetivos operativos son cualesquiera que la CIA o el presidente de Estados Unidos definan como de interés para Estados Unidos en un momento dado, independientemente del derecho internacional o de la legislación estadounidense. Sus métodos son secretos y engañosos. Su ausencia de rendición de cuentas significa que la CIA y el presidente dirigen la política exterior sin ningún escrutinio público. El Congreso es un felpudo, una comparsa.

Como un reciente director de la CIA, Mike Pompeo, dijo de su tiempo en la CIA:
"Yo era el director de la CIA. Mentimos, engañamos, robamos. Teníamos cursos enteros de formación. Te recuerda la gloria del experimento estadounidense."
La CIA se creó en 1947 como sucesora de la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS). La OSS había desempeñado dos funciones distintas en la Segunda Guerra Mundial: inteligencia y subversión. La CIA asumió ambas funciones. Por un lado, la CIA debía proporcionar inteligencia al Gobierno estadounidense. Por otro, la CIA debía subvertir al "enemigo", es decir, a quienquiera que el presidente o la CIA definieran como enemigo, utilizando una amplia gama de medidas: asesinatos, golpes de Estado, disturbios escenificados, armamento de insurgentes y otros medios.

Es este último papel el que ha resultado devastador para la estabilidad mundial y el Estado de derecho estadounidense. Es un papel que la CIA sigue desempeñando en la actualidad. En efecto, la CIA es un ejército secreto de Estados Unidos, capaz de sembrar el caos en todo el mundo sin rendir cuentas.

Cuando el presidente Dwight Eisenhower decidió que la estrella política emergente de África, Patrice Lumumba, elegido democráticamente en Zaire (actual República Democrática del Congo), era el "enemigo", la CIA conspiró en su asesinato en 1961, socavando así las esperanzas democráticas para África. No sería el último presidente africano asesinado por la CIA.

El alcance del caos continuado resultante de las operaciones de la CIA que han salido mal es asombroso.

En sus 77 años de historia, la CIA sólo ha tenido que rendir cuentas públicamente una vez, en 1975. En ese año, el senador de Idaho, Frank Church, dirigió una investigación en el Senado que sacó a la luz el escandaloso desenfreno de la CIA en asesinatos, golpes de Estado, desestabilización, vigilancia y torturas y "experimentos" médicos al estilo de Mengele.

La revelación por parte del Comité Church de las escandalosas fechorías de la CIA ha sido recogida recientemente en un magnífico libro del periodista de investigación James Risen, The Last Honest Man: The CIA, the FBI, the Mafia, and the Kennedys-and One Senator's Fight to Save Democracy (El último hombre honesto: la CIA, el FBI, la mafia y los Kennedy, y la lucha de un senador para salvar la democracia).

Ese único episodio de supervisión se produjo por una rara confluencia de acontecimientos.

El año anterior al Comité Church, el escándalo Watergate había derrocado a Richard Nixon y debilitado a la Casa Blanca. Como sucesor de Nixon, Gerald Ford no había sido elegido, era excongresista y reacio a oponerse a las prerrogativas de supervisión del Congreso. El escándalo Watergate, investigado por el Comité Ervin del Senado, también había dado poder al Senado y demostrado el valor de la supervisión senatorial de los abusos de poder del Ejecutivo. Crucialmente, la CIA estaba recién dirigida por el Director William Colby, que quería limpiar las operaciones de la CIA. Además, el director del FBI, J. Edgar Hoover, autor de numerosas ilegalidades también expuestas por el comité Church, había fallecido en 1972.

En diciembre de 1974, el periodista de investigación Seymour Hersh, entonces como ahora un gran reportero con fuentes dentro de la CIA, publicó un relato de las operaciones ilegales de inteligencia de la CIA contra el movimiento antiguerra estadounidense. El entonces líder de la mayoría del Senado, Mike Mansfield, un líder de carácter, nombró entonces a Church para investigar a la CIA. El propio Church era un senador valiente, honesto, inteligente, de mentalidad independiente e intrépido, características que escasean crónicamente en la política estadounidense.

Ojalá las operaciones deshonestas de la CIA hubieran pasado a la historia como resultado de los crímenes expuestos por el Comité Church, o al menos hubieran sometido a la CIA al imperio de la ley y a la responsabilidad pública. Pero no fue así. La CIA ha sido la última en reír -o mejor dicho, ha hecho llorar al mundo- al mantener su papel preeminente en la política exterior de Estados Unidos, incluida la subversión en el extranjero.

Desde 1975, la CIA ha llevado a cabo operaciones secretas de apoyo a los yihadistas islámicos en Afganistán, que destrozaron Afganistán y dieron origen a Al Qaeda. Es probable que la CIA haya dirigido operaciones secretas en los Balcanes contra Serbia, en el Cáucaso contra Rusia y en Asia Central en contra de China, todas ellas desplegando yihadistas respaldados por la CIA. En la década de 2010, la CIA dirigió operaciones mortíferas para derrocar al presidente sirio Bashir al-Assad, también con yihadistas islámicos. Durante al menos 20 años, la CIA ha estado profundamente involucrada en el fomento de la creciente catástrofe en Ucrania, incluyendo el violento derrocamiento del presidente de Ucrania, Viktor Yanukovich, en febrero de 2014, que desencadenó la devastadora guerra que ahora envuelve a Ucrania.

¿Qué sabemos de estas operaciones? Sólo las partes que los denunciantes, unos pocos intrépidos reporteros de investigación, un puñado de valientes académicos y algunos gobiernos extranjeros han querido o podido contarnos, sabiendo todos estos testigos potenciales que podrían enfrentarse a graves represalias por parte del gobierno estadounidense. La rendición de cuentas por parte del propio gobierno de Estados Unidos ha sido escasa o nula, y el Congreso no ha impuesto ninguna supervisión o restricción significativa. Por el contrario, el gobierno se ha vuelto cada vez más obsesivamente secretista, emprendiendo agresivas acciones legales contra la divulgación de información clasificada, incluso cuando, o especialmente cuando, esa información describe las acciones ilegales del propio gobierno.

De vez en cuando, un exfuncionario estadounidense suelta la lengua, como cuando Zbigniew Brzezinski reveló que había inducido a Jimmy Carter a encargar a la CIA el entrenamiento de yihadistas islámicos para desestabilizar el gobierno de Afganistán, con el objetivo de inducir a la Unión Soviética a invadir ese país.

En el caso de Siria, nos enteramos por algunas historias publicadas en el New York Times en 2016 y 2017 de las operaciones subversivas de la CIA para desestabilizar Siria y derrocar a Assad, por orden del presidente Barack Obama. He aquí el caso de una operación de la CIA terriblemente equivocada, en flagrante violación del derecho internacional, que ha conducido a una década de caos, una escalada de la guerra regional, cientos de miles de muertos y millones de personas desplazadas, y sin embargo no ha habido un solo reconocimiento honesto de este desastre dirigido por la CIA por parte de la Casa Blanca o el Congreso.

En el caso de Ucrania, sabemos que Estados Unidos desempeñó un importante papel encubierto en el violento golpe de Estado que derrocó a Yanukóvich y que sumió a Ucrania en una década de derramamiento de sangre, pero a día de hoy desconocemos los detalles. Rusia ofreció al mundo una visión del golpe interceptando y luego publicando una llamada entre Victoria Nuland, entonces Secretaria de Estado Adjunta de Estados Unidos (ahora Subsecretaria de Estado) y el Embajador de Estados Unidos en Ucrania, Geoffrey Pyatt (ahora Secretario de Estado Adjunto), en la que tramaban el gobierno posterior al golpe. Tras el golpe, la CIA entrenó de forma encubierta a las fuerzas de operaciones especiales del régimen posterior al golpe que Estados Unidos había ayudado a llevar al poder. El gobierno estadounidense ha guardado silencio sobre las operaciones encubiertas de la CIA en Ucrania.

Tenemos buenas razones para creer que agentes de la CIA llevaron a cabo la destrucción del gasoducto Nord Stream, de acuerdo con Seymour Hersh, que ahora es un reportero independiente. A diferencia de 1975, cuando Hersh trabajaba en el New York Times, en una época en la que el periódico todavía trataba de exigir cuentas al gobierno, el Times ni siquiera se digna a mirar el relato de Hersh.

Por supuesto, exigir cuentas públicas a la CIA es una ardua tarea. Los presidentes y el Congreso ni siquiera lo intentan. Los principales medios de comunicación no investigan a la CIA y prefieren citar a "altos funcionarios anónimos" y el encubrimiento oficial. ¿Los principales medios de comunicación son perezosos, están sobornados, temen los ingresos publicitarios del complejo militar-industrial, están amenazados, son ignorantes, o todo lo anterior? Quién sabe.

Hay un pequeño rayo de esperanza. En 1975, la CIA estaba dirigida por un reformista. Hoy, la CIA está dirigida por William Burns, uno de los diplomáticos más destacados de Estados Unidos desde hace mucho tiempo. Burns conoce la verdad sobre Ucrania, ya que fue embajador en Rusia en 2008 y avisó a Washington del grave error que suponía impulsar la extensión de la OTAN a Ucrania. Dada la talla de Burns y sus logros diplomáticos, quizás apoyaría la rendición de cuentas que se necesita urgentemente.

El alcance del caos continuado resultante de las operaciones de la CIA que han salido mal es asombroso. En Afganistán, Haití, Siria, Venezuela, Kosovo, Ucrania y muchos otros lugares, las muertes innecesarias, la inestabilidad y la destrucción desatadas por la subversión de la CIA continúan hasta el día de hoy. Los principales medios de comunicación, las instituciones académicas y el Congreso deberían investigar estas operaciones lo mejor que puedan y exigir la publicación de documentos que permitan la rendición de cuentas democrática.

El año que viene se cumple el 50 aniversario de las audiencias del Comité Church. Cincuenta años después, con el precedente, la inspiración y la orientación del propio Comité Church, es urgente abrir las persianas, sacar a la luz la verdad sobre el caos dirigido por Estados Unidos y comenzar una nueva era en la que la política exterior estadounidense sea transparente, rinda cuentas, se someta al imperio de la ley tanto nacional como internacional y se oriente hacia la paz mundial en lugar de hacia la subversión de supuestos enemigos.
Sobre el Autor:
Jeffrey D. Sachs es profesor universitario y director del Centro para el Desarrollo Sostenible de la Universidad de Columbia, donde dirigió el Instituto de la Tierra desde 2002 hasta 2016. También es Presidente de la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible de la ONU y comisionado de la Comisión de Banda Ancha para el Desarrollo de la ONU. Ha sido asesor de tres Secretarios Generales de las Naciones Unidas, y actualmente es Defensor de los ODS bajo la dirección del Secretario General Antonio Guterres. Sachs es autor, más recientemente, de A New Foreign Policy: Beyond American Exceptionalism (Una nueva política exterior: más allá del excepcionalismo americano) (2020). Otros libros suyos son: Building the New American Economy: Smart, Fair, and Sustainable (Construyendo una nueva economía americana: inteligente, justa y sostenible) (2017) y The Age of Sustainable Development, (La era del desarrollo sostenible) (2015) con Ban Ki-moon.