Cráneo de Petralona (Grecia)
El cráneo humano de Petralona representa uno de los fósiles más enigmáticos del Pleistoceno de Europa. Como la mayoría de los hallazgos del siglo XX su descubrimiento fue fruto de la casualidad. Philippos Chatzaridis, un agricultor de la aldea de Petralona, situada a unos 40 kilómetros de la ciudad griega de Tesalonica, localizó una cavidad en el monte Katsika. Su intención era encontrar una buena fuente de agua para sus labores, pero en lugar del preciado tesoro localizó la entrada de una cueva de cerca de dos kilómetros de galerías.
Era el 10 de mayo de 1959 y solo un año más tarde la cavidad pudo ser explorada por profesionales de la espeleología. Uno de ellos, Christos Sariannidis, encontró lo que parecía ser un cráneo humano literalmente pegado a la pared de la cueva y cubierto por una capa de calcita formada quizá durante miles de años. El resto del esqueleto había desaparecido. El cráneo estaba "colgado" a poco más de 20 centímetros del suelo de la cueva, por lo que muy posiblemente su dueño murió tumbado, con la cabeza apoyada en la pared. Su esqueleto pudo ser arrastrado por corrientes de agua. Chatzaridis llegó muchos miles de años más tarde en busca del agua, que en otro tiempo debió discurrir de manera generosa por el interior del monte Katsika.
A comienzos de los años 1960 se conocían muy pocos fósiles en Europa. Además de una buena representación de restos de Homo neanderthalensis, la paleoantropología europea solo contaba con la mandíbula de Mauer, el cráneo de Steinheim (Alemania) y el cráneo parcial de Swanscombe (Reino Unido). El
cráneo fraudulento de Piltdown ya había sido rechazado por los expertos. Si añadimos que la comunidad científica carecía en aquellos años de los métodos, técnicas, teorías robustas, organización, etc. que hoy en día disponemos, no es de extrañar que el cráneo de Petralona fuera objeto de interpretaciones, curiosas, dispares y controvertidas. El arqueólogo y antropólogo griego Aris Poulianos bautizó el cráneo con el nombre de Archanthropus europeaus petraloniensis. Esta denominación, que hoy en día nos suena rancia, fue defendida por su autor durante años, a pesar de que los hallazgos posteriores permitieron ir componiendo el complejo puzzle de la evolución humana en nuestro continente.
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