El pasado nunca está muerto. Ni siquiera es pasado.Una característica bien documentada del trauma, que es familiar para muchos, es nuestra incapacidad para articular lo que nos pasa. No sólo perdemos nuestras palabras, sino que algo le ocurre a nuestra memoria también. Durante un incidente traumático, nuestros procesos de pensamiento se vuelven dispersos y desorganizados, de tal manera que ya no reconocemos los recuerdos como pertenecientes al evento original. En su lugar, en nuestro inconsciente se almacenan fragmentos de la memoria de manera dispersa y en forma de imágenes, sensaciones corporales y palabras; y éstas pueden llegar a ser activadas más tarde por cualquier cosa que tenga una remota reminiscencia de la experiencia original. Una vez que se activan, es como si se hubiera presionado un botón invisible de rebobinado, haciendo que recreemos aspectos del trauma original en nuestro día a día. Sin darnos cuenta, podríamos estar reaccionando a determinadas personas, eventos o situaciones en las viejas formas que no son familiares y que se hacen eco del pasado.
- William Faulkner, Réquiem por una monja
Sigmund Freud identificó este patrón hace más de cien años. La repetición traumática, o "compulsión a la repetición", como Freud lo acuñó, es un intento del inconsciente de reproducir lo que no se ha resuelto para que podamos "hacer las cosas bien". Este impulso inconsciente de revivir eventos pasados podría ser uno de los mecanismos que intervienen cuando las familias repiten los traumas no resueltos en las generaciones futuras.
El contemporáneo de Freud, Carl Jung, también creía que lo que queda inconsciente no se disuelve, sino que vuelve a surgir en nuestras vidas como destino o fortuna. "Lo que no emerge como Consciencia", dijo, "vuelve como Destino". En otras palabras, es probable que sigamos repitiendo los patrones inconscientes hasta que los traigamos a la luz de la consciencia. Tanto Jung y Freud observaron que todo lo que es demasiado difícil de procesar no se desvanece por sí solo, sino que se almacena en nuestro inconsciente.
Freud y Jung observaron cómo ciertos fragmentos de la experiencia de vida que fueron previamente bloqueados, suprimidos o reprimidos aparecían en las palabras, los gestos y comportamientos de sus pacientes. Durante las décadas siguientes, los terapeutas verían indicios tales como los lapsus, los patrones de accidentes, o las imágenes de los sueños como mensajeros que iluminan las regiones inefables e impensables de las vidas de sus clientes.
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