Algo muy común que pasa cuando cuidas de un niño pequeño, es observar la increíble tendencia que tienen éstos en meterse en los peores lugares para hacerse daño. No se pegan golpes. Los golpes acuden a ellos. Pero solo falta ver como caen de culo, o como apenas empiezan a sollozar, que ya tienen al alcance los brazos de sus protectores padres para calmarlos. Cinco minutos después, están listos para una nueva aventura... y moratones.
Pero a poco que te quedas observando, siempre está el espabilado que sin pasarle nada, simplemente se sienta y comienza a llorar. Un llanto provocado, ruidoso y estridente, pero eficaz. Al poco, ya recibe la atención de los adultos cercanos, como la paloma que aprende qué palanca pulsar en la caja de Skinner para recibir su dosis de premio.
Este niño es un listo que ha descubierto una forma de llamar la atención. No lo podemos categorizar (aún) con el nombre del que hablaremos en este artículo. Pero en su comportamiento está implícito la esencia del victimista: "Me quejo, luego existo. Y si no existo, insisto".
Comentario: Como el psicólogo Jordan Peterson dice: asume que la persona a la que estás escuchando sabe algo que tú no.