¿Somos buenos por naturaleza, tal y como decía Rousseau o, por el contrario, como opinaba Hobbes, somos malos en esencia y es la sociedad la que con sus normas nos endereza progresivamente? Altruismo
altruismo
La Psicología Social es una rama de la psicología que busca explicar el comportamiento de las personas en situaciones sociales variadas. Algunas de las situaciones que la disciplina está interesada en explicar son aquellas de carácter negativo y/o desagradable. Por este motivo, los acontecimientos ocurridos durante las dos grandes Guerras Mundiales que se han producido a lo largo de la historia han servido en ambos casos para incentivar y disparar el número de estudios dentro de este campo. Tras la II Guerra Mundial, por ejemplo, se dedicó especial atención a explicar la personalidad autoritaria y las conductas sumisas de las masas. Trataban de buscar un por qué a los horrores vividos durante la guerra.

En los años 60, una serie de acontecimientos redirigió el foco de interés de los estudios hacia el altruismo y la conducta de ayuda. El caso más polémico fue el de Catherine Sussan Genovese (Kitty Genovese).

Un día primaveral de marzo del año 1964 Kitty se disponía a regresar a su casa situada en el barrio de Queens. De pronto, comenzó a ser perseguida por un hombre que acabaría con su vida después de violarla y apuñalarla un elevado número de veces. Hasta treinta y seis personas pudieron escuchar sus gritos, pero nadie llamó a la policía hasta pasados treinta minutos del suceso... obviamente, la joven no sobrevivió al ataque. ¿Por qué ningún vecino acudió en su ayuda?

Esta triste historia motivó a los investigadores a preguntarse por los factores que determinan que una persona ayude en una situación de emergencia. El resultado de los estudios parece indicar que la prestación de ayuda depende de una combinación de factores biológicos, personales ―emocionales y cognitivos― y contextuales.

A nivel biológico, las explicaciones giran en torno al concepto de empatía, es decir, la capacidad de ponerse en el lugar de otra persona y comprender cómo se está sintiendo en una situación determinada. Según estas teorías, los humanos nacemos con una predisposición a experimentar empatía hacia los demás, gracias a unas células nerviosas denominadas neuronas espejo, que se activan cuando observamos a otras personas. Sin embargo, esta tendencia no se traduce automáticamente en conducta altruista. Son necesarios ciertos procesos madurativos y de aprendizaje a través de la socialización y la interacción con los iguales.


Comentario: Lo invitamos a ver el siguiente corto animado que explica la importancia de la empatía: [video en inglés]



Las teorías de corte evolutivo por su parte, dan otras explicaciones sobre nuestra predisposición a ayudar a los demás. Estas giran en torno a tres principios o reglas: la del parentesco, la de la reciprocidad y la del grupo. Según la primera de ellas, las personas ayudamos con más frecuencia a aquellos individuos con los que guardamos algún tipo de relación de parentesco por esto de perpetuar nuestra sangre a lo largo de las generaciones. Es fácil que se te hayan ocurrido ya ejemplos que contradicen este principio (p. ej., ayudar a un desconocido). La regla de reciprocidad estima que las personas ayudamos más frecuentemente a aquellos que previamente lo han hecho con nosotros y con los que, de alguna manera, nos sentimos en deuda. La última de ellas, plantea que las personas ayudamos con más probabilidad a aquellos que forman parte de nuestro grupo.

Pero, tal y como mencionaba antes, estas reglas no darán lugar a ninguna conducta de ayuda si no entran en juego otros componentes importantes, como el aprendizaje y la interiorización de valores prosociales. Las personas adquirimos motivación por beneficiar a otros (altruismo) y aprendemos la conducta de ayuda a través de los premios que recibimos por llevarla a cabo ―ya sea en forma material o en forma de satisfacción personal― y por medio de la imitación de modelos significativos (por ejemplo, la observación de nuestros padres).

Además de este aprendizaje directo, existe otro que se deriva de la participación en un contexto social determinado (socialización). La sociedad transmite un conjunto de valores o normas morales que sirven de base de la conducta prosocial. Estas normas varían de unas culturas a otras, pero suele haber unas pocas que se repiten con frecuencia: la norma de reciprocidad, ya comentada; la de responsabilidad social, según la cual, debemos ayudar a aquellos que están bajo nuestra responsabilidad; y la de equidad y justicia, según la cual, la ayuda que se presta debe cumplir estos principios.

Estos valores sociales se van interiorizando poco a poco a lo largo del desarrollo y, con la madurez, dan lugar a otros de carácter más idiosincrásico. Ambos, en interacción con una serie de procesos psicológicos (atención, motivación, malestar experimentado, etc.) determinarán que una persona decida o no ayudar en una situación de emergencia.

Según los autores Latané y Darley, todo se reduce a una toma de decisiones. En primer lugar, es necesario que nos percatemos de que algo está pasando. Si por ejemplo vamos muy estresados y nuestra atención está en otras cosas, es probable que no detectemos nada en absoluto. En segundo lugar, debemos reconocer que se trata de una situación de emergencia, basándonos, por ejemplo, en la reacción de los otros (¿también chillan? ¿están asustados?).

En tercer lugar, tenemos que sentir que somos responsables de ayudar a la persona en peligro. Si no asumo ningún tipo de responsabilidad (p. ej., porque atribuyo lo que le ocurre a algo que ha hecho mal ―lo justifico―) es menos probable que ayude. En ocasiones, como ocurrió en el caso de Kitty Genovese, la ambigüedad de la información o la presencia de numerosos observadores produce un efecto denominado difusión de la responsabilidad, que viene a decir que cuantas más personas con posibilidad de ayudar haya en una situación de emergencia menos probable es que se actúe. En cuarto lugar, hemos de determinar si nuestras capacidades son óptimas o suficientes para ayudar a la persona en peligro. Este razonamiento puede llevarnos a evitar la situación directamente, pero también a buscar una ayuda más adecuada para la persona (p. ej., llamar a un médico).Y por último, tenemos que tomar la decisión de actuar, valorando previamente los pros y contras que se derivan, tanto de ayudar, como de no hacerlo.

Como puede observarse, aunque nuestra naturaleza sugería que ayudar era un proceso innato y más automático, el análisis de los procesos psicológicos que intervienen antes de la conducta indican que esto no lo es tanto. Entran en juego muchas variables personales, sociales y ambientales que interaccionan entre sí para mostrar nuestra cara más o menos amable.