Traducido por el equipo de SOTT.net

Actualmente hay mucho alboroto sobre algunos llorones que quieren que papá mantenga Substack limpio y seguro.
sky field sunshine
© L.P. Koch
Hablan de "nazis" en la plataforma, olvidando convenientemente definir a qué se refieren, lo cual, por supuesto, es una característica, no un error. En serio, dudo que los que más gritan "nazi" hayan leído alguna vez un libro serio sobre el Tercer Reich o sobre el Hombre del Bigote. Y no es que eso importe.

Pero, ¿qué mueve a esta gente? ¿Más allá de ser unos llorones? Creo que hay un punto más profundo que hacer aquí sobre la incomodidad y desear la muerte a los que tienen opiniones diferentes.

Verán, si uno se topa con algo que va en contra de lo que cree, y tal vez gravemente, esto puede entenderse como una invitación. Una invitación que, por desgracia, altera nuestra homeostasis psicológica e intelectual. Uno se encuentra en desequilibrio y se siente fatal.

Así que uno puede alejarse de ella o destruirla: huir o luchar. Muchos eligen esto último, porque creen que así se librarán de una vez por todas de la fuente de su miseria psicológica: el ideacidio literal, la Solución Final a su agonía. De ahí que alguien como Casey Newton hable de "ideologías violentas", no porque las ideologías que tiene en mente promuevan necesariamente el asesinato de personas o algo así, sino porque la gente como él siente un enorme dolor por el mero hecho de saber que esos pensamientos existen en alguna parte. Desde su perspectiva, tienen razón: esto es violencia. Para ellos.

Lo que también explica por qué se ponen tan duros con los fundadores de Substack, exigiéndoles que eliminen cuentas y cosas así: de hecho, la mera idea de que a otros no les molesten tanto las opiniones divergentes como a ellos les causa una gran desdicha. No pueden entender por qué los que dirigen una plataforma como Substack no piensan lo mismo y echan a todos los que se desvían de ciertos puntos de vista. Para ellos, tolerar la opinión de alguien aunque no se esté de acuerdo equivale a aprobarla: la mente censuradora no sólo sufre porque las malas opiniones estén ahí fuera en alguna parte, también sufre porque a la gente no le importen un bledo, lo cual es tan amenazador para su homeostasis como las propias opiniones. Tal vez más, porque demuestra que incluso los que tienen opiniones similares a las suyas pueden ser infinitamente más sabios. Y es que los vampiros odian los espejos.

Hablando de espejos, debemos reconocer que todos tenemos una mente censuradora hasta cierto punto. Pero es posible otra reacción distinta a la de luchar o huir:

Se reconoce el equilibrio alterado, la homeostasis amenazada, como la invitación que es, y se sale a sentir estas ideas amenazadoras con el alma, impulsado por el intelecto (descifrando las cosas), por las emociones (cabalgando sobre el dolor, la excitación y utilizando las reacciones como puntos de datos) y por el cuerpo (manteniendo los pies en la tierra y en contacto con las sensaciones). Todo ello bajo la guía general del alma, como una especie de visión más profunda y amplia, un estado más profundamente conectado, que puede controlar las emociones, el cuerpo y el intelecto según sea necesario.

Se tantea el camino alrededor de las opiniones que amenazan el equilibrio, para encontrar ese espacio entre los espacios de la mente, detrás de la retórica, detrás de los argumentos intelectuales. En ese espacio entre los espacios, puede que se detecte algo más grande, un contexto más amplio, un "sabor" que pueda informarle mejor de qué partes, si es que hay alguna, de todo esto tienen mérito, y si el impulso general es correcto o no, con cierta independencia de los detalles concretos.

Si se consigue, el dolor remitirá, independientemente de las conclusiones preliminares a las que se llegue. Puede que se rechace lo que se ofrece, pero se lo habrá comprendido, incluido su contexto más amplio, sus sutilezas y el espacio vibracional general de los pensamientos analizados, que de repente no parecen tan amenazadores como antes. O se llegará a la conclusión de que hay algo de verdad en ellos, se acepte o no en su totalidad. En cualquier caso, la comprensión visceral eliminará el dolor visceral y la sensación de amenaza.

Otra idea crucial es que si uno tropieza con información u opiniones desagradables, no hay por qué rechazarlas de plano ni tampoco "convertirse" inmediatamente al nuevo punto de vista. No es una decisión "o lo uno o lo otro", ni una que tenga que tomarse ahora. Y, desde luego, no hay por qué empezar de repente a ir de un lado para otro, soltando la nueva historia a todo el mundo.

Esto alivia enormemente la presión psicológica: se pueden examinar temas controvertidos, pero sin sentirse amenazado por la idea de descubrir que algo de ello es cierto, porque no hay que llegar a una conclusión completa, y mucho menos hacer proselitismo. Dejemos que se asiente en el fondo de nuestra mente durante semanas, meses o incluso años; veámoslo periódicamente, pensemos en el tema, descubramos las sutilezas, los distintos ángulos, relacionémoslo con nuestra propia experiencia y dejémoslo reposar un poco más. Cultivar esta mentalidad ayuda a no asustarse por las cosas y a no dejarse arrastrar por una u otra idea. Por supuesto, también está la opción de archivar una idea que amenace la homeostasis en "olvidarlo por ahora, tal vez mirarlo más tarde". Nadie está obligado a interesarse por todas las opiniones que hay por ahí. (Pero si algo sigue molestándole, y usted sigue topándose con ello, lo más probable es que se encuentre ante una invitación que tal vez quiera aceptar).

Ahora bien, no estoy seguro de que los individuos más censuradores y deploradores sean siquiera capaces de hacer algo así. Para sentir el camino con el alma, en primer lugar hay que tener alma, y una que no esté enterrada tan profundamente bajo un montón de basura que la más mínima incomodidad desencadene una respuesta agresiva. Sospecho que muchos de los deploradores más ruidosos simplemente tienen un nivel tan bajo de desarrollo del alma que lo único que pueden hacer es aferrarse a lo que perciben como la autoridad actual y defenderla violentamente. Todo lo demás les causará un dolor psicológico tan grave que se verán impulsados a erradicar a quienquiera que se lo esté causando.

La otra cara de la moneda es que los que se sienten así se sentirán igual independientemente de quiénes sean las autoridades percibidas y de lo que digan. Si hay una autoridad sensata, se comportarán en consecuencia, más o menos. Uno se sorprendería de lo rápido que esos autoritarios pueden cambiar de bando sin pestañear.

Todos sufrimos de una mente censuradora: una parte de nosotros quiere simplemente destruir todo lo que amenace nuestro actual equilibrio psico-intelectual. Sin embargo, deberíamos darnos cuenta de que con cada alteración de la homeostasis se produce una evolución, si podemos soportar el calor y mantenernos firmes.

El dolor nos obliga a ir más profundo, más ancho, más amplio. Nos invita a alcanzar un nuevo equilibrio, un nuevo nivel de comprensión desde el que podemos contemplar con calma el panorama general y lo específico simultáneamente, las contradicciones y los distintos ángulos sin volvernos locos, hasta que la presión y el dolor den paso a la sensación gozosa de una nueva forma de ver las cosas, de conocerlas, de sentir el mundo y sus ideas desde dentro: sintiendo los empujes y las corrientes, la conectividad, los callejones sin salida, en una búsqueda interminable de refinamiento y purificación de nuestra conciencia como parte de una conciencia más amplia.

La claridad es éxtasis, por el que pagamos con incomodidad y esfuerzo. Si la poseemos en nosotros.

Lo que probablemente no sea el caso de los más ruidosos de los monitores de sala. Es por ese lamentable estado de ánimo, y sólo por eso, por lo que merecen nuestra compasión.