Traducido por el equipo de SOTT.netSi no la ves, no puedes combatirla.
El mejor impacto de la propaganda (es decir, el más eficaz) depende de que
no la veamos como lo que es, confundiéndola con "noticias" o "entretenimiento", o con algún otro contenido que no parezca tener ninguna intención encubierta. Así disfrazada, la propaganda funciona mucho más eficazmente, y a menudo durante mucho más tiempo, que cuando se nos presenta como propaganda, como, por ejemplo, en anuncios de radio y televisión, carteles publicitarios en Internet, vallas publicitarias, vídeos en taxis o cualquier otro medio que
venda sin rodeos un producto o un candidato. Un discurso tan escueto (conocido entre los espías como "propaganda blanca") tiende a provocar resistencia, como cuando llama un teleoperador o se acerca un mendigo. Por el contrario, la propaganda ganadora, como explica Edward Bernays en su clásico homónimo (1928), neutraliza la sospecha mediante la integración de su "persuasión" en un relato cómico o de suspense, o en una exposición periodística, o en una "moda" o "manía" (aparente),
de modo que esa "propaganda gris" se cuela entre las defensas, se aloja en la mente sin que uno lo sepa y permanece allí hasta que, de algún modo, uno se entera de la verdad y, lo que es más importante, la acepta.
Esa verdad puede doler, de modo que aceptarla suele ser difícil, a menos, claro está, que te diga lo que quieres pensar que es verdad. No tenemos ningún problema en detectar la propaganda del "enemigo", sea quien sea: propaganda con la que no estamos de acuerdo, y por tanto la llamamos "propaganda" tal y como se emplea comúnmente esa palabra, como mero sinónimo de "mentiras". Si, por otra parte, el enemigo dice algo cierto, y (naturalmente) queremos pensar que es falso, el hecho de que lo tachemos de "propaganda" en sentido peyorativo
es en sí mismo ese mismo tipo de propaganda, destinada a hacernos pensar que las afirmaciones verdaderas son falsas, y las falsedades verdaderas (no todo el que hace esto es consciente de lo que está haciendo, sino que habla desde el deseo, tribalista y defensivo). Sin embargo, si la propaganda del enemigo nos llega disfrazada de otra cosa (algo emocionante, bello o divertido) podemos absorberla con la misma facilidad con la que a menudo lo hacemos con la propaganda oculta en las noticias o el entretenimiento domésticos (el Dr. Goebbels
era especialmente hábil en el manejo de ese tipo de máscaras, como las películas de Leni Riefenstahl y otros espectáculos sin insinuaciones explícitas de guerra o genocidio pendientes).
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