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Centenares de manifestantes griegos persistieron este jueves y viernes, en su concentración en la plaza ateniense de Sintagma para protestar contra las nuevas medidas de recortes sociales que el Gobierno pretende implantar para evitar la quiebra del Estado.

Según las agencias internacionales de prensa apostadas allí, desde la tarde una lluvia torrencial cayó sobre Atenas, lo que obligó a los participantes a llevar paraguas y gorros, pero no les impidió organizar un concierto con ollas y cucharas, acompañado de consignas frente al Parlamento como «Nuestros hijos tienen hambre».

«Estamos aquí para defender los intereses de los griegos», dijo un participante de la cacerolada. Otros llevaban ollas con denuncias como «Ladrones: están vendiendo al país por un pedazo de pan», en referencia al gigantesco plan de privatizaciones de empresas y organismos estatales hasta 2015.

Los griegos decidieron salir a las calles de forma espontánea, respondiendo a una convocatoria lanzada en una plataforma de Internet, un año después de que Grecia recurriera a un rescate trienal de 110 000 millones de euros de la Eurozona (el grupo de países que tiene el euro como moneda) y del Fondo Monetario Internacional (FMI) para corregir sus problemas presupuestarios.

En este momento, sin embargo, Grecia sigue al borde del abismo, con un elevado déficit fiscal del 10,5 por ciento del PIB y con una pesada carga de la deuda soberana, que muchos expertos consideran impagable.

Y mientras en las calles de Europa la indignación crece, en el G8 de Deauville, UE y EEUU discuten sobre el problema de Grecia. Todos están de acuerdo en que el gobierno griego debe imponer más recortes.

¿Pero quién salvará la deuda griega esta vez? La UE no está dispuesta a asumirse el coste sola, pero los EEUU tienen prisa por resolver el problema, pues a medida que baja el euro (ayer valía 1,41 frente al dólar), se dificultan sus exportaciones.

Queda claro, pues, que hay que salvar el euro; pero para ello habría que reestructurar la deuda griega, lo cual supondría a su vez una caída de los bancos europeos. Fitch advirtió del riesgo de contagio anteayer. Lo llaman contagio, pero también se podría calificar como esquema Ponzi. En este juego de la cerilla, nadie quiere quedar último y quemarse.

Así, ya hay quien como Peter Fischer, de Blackrock, que, en una entrevista al Financial Times, sugiere sin ambages la idea de otra operación de salvamento de los bancos europeos. Preparémonos, pues, para otro "rescate" del "comunismo del capital", como diría Christian Marazzi.

Una cosa es cierta. Respecto a la anterior hay una gran diferencia. Un nuevo espectro, que viene de África, recorre Europa: es la indignación de las plazas contra el capitalismo financiario. Al gobierno del mundo, que desde 1980 está en manos de una clase capitalista transnacional, le está respondiendo, por fin, una clase anticapitalista, también transnacional.