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© ReutersUn rayo cae sobre la bahía de San Sebastián
Nadie debería decir «que me caiga un rayo si miento», porque esas cosas ocurren. Lo sabe la pareja de madrileños que el pasado miércoles cayó fulminada en el Bosque de Oma y tuvo que ser evacuada con graves quemaduras al hospital vizcaíno de Cruces. Aún así, tuvieron más suerte que un agricultor leonés de 55 años que falleció en julio por esta misma causa, y que una adolescente embarazada de 16 años que perdió la vida en Jaén hace tres meses.

También es cierto que los turistas de Madrid llegaron a Euskadi en el momento menos adecuado. Durante el mes de agosto sobre tierra vasca cayeron 3.800 relámpagos, según datos facilitados por Euskalmet, y eso supone cinco veces más que en el mismo periodo de 2010, cuando sólo fueron 750. En realidad, durante todo este año la actividad eléctrica procedente de las nubes se ha disparado debido a las altas temperaturas: en los cinco primeros meses de 2011 hubo 2.200 rayos, frente a los 556 registrados el año anterior en ese tiempo. Eso sí, «se concentran, sobre todo, en la época más cálida, desde finales de abril a mediados de octubre, cuando hay más tormentas», explica Javier López Herrera, el 'cazador de rayos' de Euskalmet.

¿Cómo consiguen los meteorólogos contar el número exacto de descargas eléctricas? La Agencia Vasca de Meteorología dispone de redes de detección que recogen las emisiones electromagnéticas que generan los rayos. Hay sensores en La Cerroja, Beluntza, Matxitxako y Roitegi. En cuanto detectan uno de estos fenómenos se realiza «una triangulación y se localiza el lugar donde se ha producido», señala el experto.

Los lugares que más sufren la fuerza de los cielos son las montañas más elevadas de Gipuzkoa y Álava, y la costa vizcaína porque «muchas tormentas se forman en el mar y comienzan a descargar cuando entran en contacto con el calor de la tierra», señala López Herrera. Sin embargo, aunque sí se puede predecir la trayectoria de una tormenta y su violencia, nadie puede adivinar dónde caerá un rayo porque se trata de un fenómeno totalmente imprevisible. «Hombre, si te pones bajo un árbol en una lugar aislado es más probable que te afecte», añade el experto.

Con los pies juntos

López hace buenas las recomendaciones que todos hemos escuchado desde niños. Para evitar peligros, lo mejor es protegerse en edificios grandes o dentro de un coche -aislado del suelo por las ruedas de goma-. Eso sí, ventanas y ventanillas deben estar cerradas para evitar corrientes que den vía libre a la descarga eléctrica. Y si a uno le pilla la tormenta en pleno descampado «hay que quedarse de cuclillas con los pies muy juntos». ¿Juntar los pies? «La corriente se propaga por la tierra y si se tienen separados puede subir por una pierna y bajar por la otra, de manera que provoca quemaduras internas», aclara el experto de Euskalmet.

Aún estando en casa, es recomendable adoptar ciertas precauciones: no ducharse y desconectar los aparatos eléctricos. Al fin y al cabo, uno de los efectos más frecuentes de los relámpagos es la sobrecarga de la línea eléctrica, lo que puede provocar daños en electrodomésticos. Es precisamente en este aspecto en el que la información recabada por Euskalmet es vital. A menudo, las tormentas causan averías no sólo en domicilios particulares, sino también en industrias y empresas. Y cuando éstas acuden a su compañía aseguradora para reclamar indemnizaciones, alguien tiene que demostrar que un relámpago ha caído por ahí cerca.

Hay que tener en cuenta que un relámpago normal genera una corriente de entre 10 y 15 kiloamperios, es decir, energía suficiente para mantener una bombilla encendida durante un año, pero que se concentra en pocos milisegundos. Y en Euskadi se han registrado rayos incluso por encima de los 200 kiloamperios. Así que lo mejor para evitar riesgos es protegerse hasta que la tormenta amaine. Es fácil, sólo hay que contar el tiempo que transcurre desde que se ve la luz hasta que se escucha el trueno: si es superior a diez segundos, es que se encuentra a más de tres kilómetros y hay vía libre.