Aunque sea una perogrullada, el régimen político del 78 procede de una dictadura. Como democracia inacabada que es, nacida en el ruido de sables, todavía arrastra cosas que en otras democracias, maduras ellas, resultaría impensable.

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Hace años un amigo suizo me llamó la atención sobre un detalle sintomático: "¿como es que en España siempre que se vota se dice eso de 'las elecciones se han celebrado con total normalidad'? ¿Acaso no es normal votar en España?".

Para un ciudadano de la democracia más antigua del mundo, esta "normalidad" española resultaba sospechosamente poco democrática, Nuestro régimen político más evocaba una escenificación teatral que un ágora verdaderamente democrática.

Y es que todo régimen es deudor de su nacimiento y el nuestro viene de donde viene. Por eso cuando se vota se habla de «fiesta de la democracia», como si de los toros se tratase (aunque sabido es, solo en segundo lugar tras la auténtica "fiesta nacional").

A pesar del tiempo pasado, la democracia no es institucionalidad en España, sino más bien celebración de una feliz excepción. La democracia realmente existente carece, por defecto de origen, de credibilidad democrática. No de otro modo se entendería el grito que hizo de las plazas ágoras el 15M de hace cuatro años: democracia REAL ya.

La jornada de reflexión es otra de estas herencias de eso que la ciencia política identifica como una inercia o, como dicen en inglés, para que parezca más científico, aunque en rigor se dice lo mismo: path dependency. De acuerdo al diseño institucional del régimen (todavía) en vigor, el día anterior a las elecciones no se puede hacer campaña. Se supone que es una jornada de recogimiento religioso, patriótico y familiar; ya se sabe: dios, patria y familia. Una jornada de apoliticismo necesario antes de votar, no sea que en manos de las pasiones democráticas de la deliberación en el ágora, bajo los efluvios de las opiniones ajenas, del encuentro en el espacio común, se nos de por votar sin una dosis de interiorización de miedo suficiente para la contención.

No es otra cosa, después de todo, la jornada de reflexión: un dispositivo más de la transición que solo buscaba la contención de la democracia. En esto, va de suyo, la teoría política liberal no podría sino celebrar su punto de encuentro con el ideario franquista, tan necesario a la mitología de la Transición.

La jornada de reflexión es, en rigor, una jornada para la intimidación, para la reapropiación del espacio público por Leviatán anterior a las votaciones. Es un día en el que tras la anomalía carnavalesca de las ágoras impostadas en los medios, se procede al fin, cual Cuaresma que antecede a la Pascua, a la purificación e iluminación necesarias al voto "correcto".

Se trata, como no podría ser de otro modo en un régimen nacido de la amenaza militar, de una intimidación a lo Vito Corleone:
"piénsate lo que te conviene antes de votar, tienes un día para ello"
Solo el feliz encuentro y transferencia del poder entre el nacionalcatolicismo franquista saliente y el liberalismo postfranquista entrante hizo posible la metamorfosis en la que votar pasase previamente por el gobierno de la excepción institucionalizada.

Dicho de otro modo, lo que se instauró con la jornada de reflexión no fue otra cosa que habilitar para el régimen un margen suficiente de acción con el que, llegado el caso, poder decretar la excepción y no perder la capacidad de controlar los desmanes del desbordamiento democrático (que es, al fin y al cabo, como opera el dispositivo estado de excepción en la democracia liberal).

Esto fue, de hecho, lo que pretendía que sucediese en aquella jornada de 2004, Mariano Rajoy, cuando interpeló al gobierno en su condición de candidato del PP al observar, con horror evidente, que las calles se habían llenado de gente que cantaba la melodía de Guantanamera con las palabras "reflexionando, estamos reflexionando".

Veníamos entonces de la larga ola de ciclos de luchas altermundialista (LOU, Prestige, Guerra de Iraq...) y el miedo a un primer enjambre organizado por los sms del "PAZsalo" nos adelantaba ya lo que sería el 15M de 2011 y su irrupción inesperada en plena campaña electoral.

Pero por aquel entonces, como el 22M de 2011, no había opciones electorales articuladas desde las calles a las que votar y Zapatero se hizo con el poder. Estaba por llegar toda una década de reorganización estratégica del intelecto colectivo, facilitada a mayores por la emergencia de la web 2.0 y las redes sociales.

Gracias a la apropiación de este salto tecnológico (que no, ojo, a la tecnología en sí), la deliberación permanente propia de una democracia madura ha desbordado los márgenes del estado de excepción que diseña, ahora sí, de manera fallida, la democracia liberal. Es por eso que hoy, en las redes sociales, se pongan como se pongan, la deliberación democrática continúa, desbordando, el impulso democratizador.