Traducido por el equipo de SOTT.net

Ahora todo el mundo puede ver que Irlanda está a punto de aprobar una de las leyes más draconianas de los tiempos modernos.
Leo Varadkar
El escritor irlandés Paul Lynch ganó el domingo el Premio Booker. Su novela, Prophet Song, imagina una Irlanda sometida al control totalitario de la derecha, y comienza con miembros de la nueva policía secreta llamando a la puerta de un líder sindical para interrogarle por "sembrar la discordia y el malestar" contra el gobierno.

Los novelistas son libres de soñar todo tipo de escenarios ficticios, por inverosímiles que sean. Lo irónico es que esto es exactamente lo contrario de lo que está ocurriendo en Irlanda en estos momentos. En efecto, el gobierno de Dublín está introduciendo una nueva legislación extraordinaria para restringir la libertad de expresión. Pero no se trata de horribles derechistas conspirando para reprimir a los decentes liberales. Se trata de liberales decentes que luchan por acabar con las opiniones de lo que ellos llaman la "extrema derecha". Y lejos de alarmarse por este asalto a las libertades básicas, la amplia franja de la opinión progresista de Irlanda lo respalda plenamente, incluyendo la mayoría de las voces en los medios de comunicación audiovisuales y escritos, y todos los partidos principales.

Desde que estallaron los disturbios en Dublín el pasado jueves, tras el apuñalamiento de tres niños, los gritos pidiendo que se actúe son cada vez más fuertes. El gobierno presidido por el Taoiseach Leo Varadkar se ha comprometido a presentar el proyecto de ley de justicia penal (incitación a la violencia o al odio y delitos motivados por el odio) "en cuestión de semanas".

La nueva ley seguramente habría escapado a la atención internacional si no se hubieran producido esos disturbios, pero el afán de Dublín por regular la incitación al odio se ha hecho, como se dice en la jerga de Internet, "viral". Ahora todo el mundo sabe que Irlanda está a punto de aprobar una de las leyes más draconianas de los tiempos modernos, por la que los irlandeses podrán ser condenados a penas de cárcel de hasta dos años por la posesión de literatura "susceptible de incitar a la violencia o al odio" contra otros por motivos de determinadas características protegidas, como la raza, el género y la orientación sexual.

La policía y los tribunales ni siquiera tendrán que demostrar que el material en cuestión estaba destinado a ser distribuido a otra persona que no fuera su propietario. Se "presumirá hasta que se demuestre lo contrario" que así era. Es una reminiscencia de la Unión Soviética, donde tener copias de literatura prohibida por el Estado, conocida como "samizdat", era suficiente para caer en manos del KGB.

Para empeorar las cosas, el gobierno irlandés no ha definido en el proyecto de ley qué es el "odio", alegando que de hacerlo podría "correr el riesgo de que se colapsaran los procesos judiciales". La ministra de Justicia, Helen McEntee, sigue insistiendo en que los ciudadanos podrán expresarse libremente, pero una senadora del Partido Verde, uno de los tres partidos de la coalición gobernante, se llevó las manos a la cabeza: "Estamos restringiendo la libertad", dijo Pauline O'Reilly, "pero lo hacemos por el bien común".

Irlanda, por desgracia, tiene una larga tradición de censura. Hubo una vez un organismo con un nombre maravillosamente evocador, el Comité de Literatura Maligna, que recomendaba prohibir las publicaciones consideradas perjudiciales para los valores católicos de la recién independizada nación.

El país se enorgullece de haber superado esa época oscura, pero lo único que ha ocurrido en realidad es que el término "literatura maligna" se ha redefinido para adaptarlo a los valores contemporáneos. No han dejado de imponer la ortodoxia. Simplemente han encontrado un nuevo dogma que imponer. Nadie está escribiendo novelas sobre eso. Después de todo, poseer un libro así podría llevarte pronto entre rejas.