Aunque conocidas desde mucho antes, las alteraciones graves del neurodesarrollo como el autismo no aparecen en las categorías diagnósticas hasta bien entrado el siglo pasado. El autismo es descrito en 1943, pero hasta los años 70 se clasifica junto a la esquizofrenia. Hoy en día se está volviendo a plantear que puede haber algunos aspectos comunes en la presentación clínica y en la disfunción cerebral que sustenta ambos trastornos.

Si bien durante un tiempo se consideraron enfermedades minoritarias, hoy sabemos que aproximadamente el 3% de la población europea sufrirá a lo largo de su vida autismo o esquizofrenia. Ambas entidades implican una importante limitación en el funcionamiento social y familiar y en las expectativas de desarrollo personal. En algunos casos son además difíciles de diferenciar.

A grandes rasgos, las personas con autismo presentan discapacidad en el entendimiento de las claves sociales, lo que se refleja en un comportamiento social extraño y atípico, junto con alteraciones en la comunicación verbal y no verbal y con intereses peculiares restringidos. La esquizofrenia de inicio en la infancia presenta también alteración en el comportamiento, en la socialización y en el desarrollo del lenguaje, junto con dificultad para distinguir el mundo onírico del real y presencia de ideas, pensamientos y percepciones extraños e irreales. Ocasionalmente, la alteración en la percepción de la realidad típica de la esquizofrenia puede ser experimentada de forma pasajera en los pacientes con autismo. Todas estas características limitan el funcionamiento, especialmente en situaciones sociales cambiantes y poco predecibles, siendo esto más evidente cuando estas personas se encuentran bajo estrés y en entornos no conocidos o estructurados. La incapacidad para interactuar socialmente, unida a otras características como la dificultad para expresar el malestar o el dolor, limita, entre otras cosas, la petición de ayuda y pone a estas personas en una situación de dependencia y de discapacidad social importante.

Carmen Moreno es psiquiatra del Hospital Gregorio Marañón