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© DesconocidoKim Jong-un, el hijo menor del difunto Kim Jong-il, es el sucesor en "el trono"
La represión y la propaganda marcan la vida en Corea del Norte, última frontera de la Guerra Fría.

Como en los tiempos de esplendor de sus más poderosos reyes, el comunismo se perpetúa en forma de dinastía hereditaria en Corea del Norte, la última frontera de la Guerra Fría.

A los 29 años, Kim Jong-un, el hijo menor del difunto Kim Jong-il, es el "Gran Sucesor" del "Querido Líder" y tomará las riendas del país más hermético y aislado del mundo.

Visitar el "Reino Eremita" no es viajar en el espacio, sino en el tiempo, y retroceder medio siglo a la Rusia soviética de Stalin o a la China de Mao.

Como en esas oscuras épocas, la represión, el miedo, la propaganda y el culto al líder marcan la vida de los norcoreanos desde la cuna hasta la tumba.

Cuando los chicos van al colegio, lo primero que ven en clase es un gran mural con las figuras de Kim Il-sung, el "padre fundador" de la patria, y su hijo Kim Jong-il, a quienes no pueden dar la espalda.

Aunque estén en clase de inglés, y no de historia, estudiarán la filosofía juche (autarquía) y la política songun de primacía militar de los Kim, omnipresentes en este régimen plenamente socialista, ya que la propiedad privada está prohibida y todos los servicios corren a cargo del Estado.

Con sólo aterrizar en Pyongyang, la primera parada obligatoria es rendir honores a la estatua de bronce de 30 metros de Kim Il-sung que preside la capital.

Con dos millones de habitantes y amplias avenidas casi vacías, Pyongyang es una decadente ciudad de clara inspiración soviética, como delatan sus grises edificios del estilo retrofuturista que tanto se prodigaba en los 70 y sus grandes colmenas de viviendas.

Viniendo de China, donde sonríen hasta los albañiles que hacen el duro turno de noche, sorprende la tristeza en esta ciudad de sombras sin tráfico ni vallas publicitarias, pero plagada de retratos del "Gran Líder" y del "Querido Líder" y de consignas del Partido de los Trabajadores.

Mientras el régimen destina miles de millones a su programa de armas nucleares y ha detonado ya dos bombas atómicas, los norcoreanos sobreviven a duras penas con cartillas de racionamiento por las que reciben cada mes 15 kilos de arroz, tres de carne, 15 huevos y algunas verduras.

Eso para los afortunados que viven en las ciudades, porque en el campo aún se arrastran las secuelas de la "gran hambruna", que se cobró dos millones de vidas -300.000 según las cifras oficiales- a mediados de los 90. En las cooperativas de los pueblos, los campesinos aran la tierra con bueyes por falta de combustible para los tractores.

Por las desiertas carreteras se ven numerosos agricultores que trabajan con sus manos e incluso a ancianos que cargan fardos de ramas para calentarse con hogueras y hacer frente a los frecuentes cortes de electricidad.

Con sólo un 17 por ciento de tierra cultivable, el 60 por ciento de la empobrecida economía nacional se basa en un sector agrario que reposa en productos básicos como arroz, maíz, papa, soja y trigo.

Corea del Norte depende de la ayuda internacional, pero para evitar un cambio de régimen como en Irak, no sólo mantiene a un ejército de 1,2 millones de soldados, sino que se ha convertido en una potencia nuclear.

El objetivo es muy ambicioso: jugar la carta de la diplomacia atómica en sus negociaciones de desarme a cambio de petróleo, reconocimiento internacional y asistencia humanitaria. El precio, elevado: el sacrificio de un pueblo sometido a la represión de un Estado paranoico.

Según organizaciones internacionales como Amnistía Internacional o Human Rights Watch, el régimen norcoreano mantiene confinados a 200.000 disidentes en los denominados " kwan li-so" , donde son reeducados con trabajos forzados.

Sin acceso a Internet ni a noticias internacionales, y bombardeados por películas de guerra y canciones patrióticas, los norcoreanos no saben absolutamente nada del exterior y piensan que viven en el "paraíso de los trabajadores".

Su único esparcimiento consiste en presenciar multitudinarias paradas militares o espectaculares desfiles con antorchas y asistir a los Juegos de Gimnasia Masiva Arirang, donde 100.000 bailarines, acróbatas y figurantes ocupan el Estadio Primero de Mayo de Pyongyang y dibujan de forma sincronizada gigantescos mosaicos propagandísticos en una de sus gradas.

Engalanados con trajes tradicionales y luciendo el pin de Kim Il-sung en la solapa, el régimen lleva en masa a los trabajadores a visitar la casa donde nació el "Presidente Eterno" y su mausoleo, donde permanece embalsamado, así como a la exposición de las flores nacionales bautizadas en su honor y en el de su hijo, kimilsungia y kimjongilia.

Un culto al líder que parece copiado del Gran Hermano de Orwell en su novela 1984, pero que es tan real como las bombas atómicas del difunto Kim Jong-il y su sucesor, el "Joven General" Kim Jong-un.