Las erupciones explosivas crean un puente temporal entre la tierra sólida y la atmósfera, inyectando muchas veces cantidades enormes de aerosoles volcánicos a la estratosfera. El papel de estas erupciones volcánicas explosivas en el transporte y diseminación de organismos microscópicos por los movimientos de las masas de aire no había sido nunca analizado de manera detallada, hasta ahora.

No se suele pensar en la actividad volcánica explosiva como un vehículo de fósiles primarios. Sin embargo, los investigadores han comprobado que algunos microorganismos son transportados por el aire en penachos volcánicos, cubriendo así distancias notables, y dejando una huella peculiar de su presencia y origen en depósitos lejanos de ceniza.

Alexa R. Van Eaton, Margaret A. Harper y Colin J.N. Wilson, de la Universidad Victoria en Wellington, Nueva Zelanda, han reunido evidencias de que la más reciente erupción de un supervolcán en la Tierra, la del Oruanui, en Nueva Zelanda hace unos 26.000 años, transportó cantidades significativas de diatomeas (algas unicelulares microscópicas) por la atmósfera desde un lago que recubría la zona de la fumarola volcánica.

Al comparar las especies de diatomeas presentes en los depósitos de ceniza con las halladas en los fragmentos más grandes de rocas sedimentarias derivadas de los sedimentos del lago, los autores del estudio han determinado que una masa muerta de diatomeas de aproximadamente 0,6 kilómetros cúbicos fue lanzada a la atmósfera en el momento de la erupción, un volumen que es comparable con la cantidad de magma descargada durante la erupción volcánica del Monte Santa Helena en 1980.

Imagen
© Lyn Topinka/USGS
Los penachos de vapor, gas, y cenizas se alzaron a menudo en el Monte Santa Helena, en el estado de Washington, a principios de la década de 1980. En días despejados, podían verse desde Portland, en Oregón, a 80 kilómetros - 50 millas - al sur. Este penacho fotografiado aquí el 19 de mayo de 1982 se alzó unos 900 metros - 3.000 pies - sobre los bordes del cráter del volcán. La foto se hizo desde Harrys Ridge, a 8 kilómetros al norte de la montaña.

El estudio indica que la dispersión de microbios puede haber sido pasada por alto en muchas erupciones explosivas modernas y de la antigüedad en las que se haya producido alguna interacción con agua o sedimentos.

Además, y esto resulta sin duda fascinante, el descubrimiento de que parte del contenido celular fue preservado en diatomeas transportadas a nada menos que unos 850 kilómetros en la dirección del viento sugiere que algunos microorganismos pueden sobrevivir al proceso de la erupción y diseminarse con éxito por otros lugares gracias a su lanzamiento a la estratosfera en los penachos de cenizas volcánicas y el posterior transporte por el viento.

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